La mella fiscal del sanchismo

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La derecha lleva ahora la iniciativa del relato. Sus rebajas tributarias han provocado en el PSOE un ataque de pánico

Está muy lejano el tiempo en que Felipe González ganaba elecciones sin dejar de subir los impuestos. Eso puede funcionar en períodos de expansión económica porque los votantes están satisfechos, pero en las crisis es un suicidio que sólo sirve para incrementar el descontento por muchas ayudas y subvenciones que derrame el Gobierno. El plan tributario sanchista, inspirado, sugerido o directamente exigido por Podemos, se diluye por momentos a medida que los ‘barones’ territoriales –los primeros que deben enfrentarse a las urnas– sufren un ataque de miedo. La ofensiva de rebajas autonómicas puesta en marcha por el PP ya puede apuntarse el doble éxito de haber desencadenado en las filas rivales una sacudida generalizada de vértigo y de obligarlas a cambiar su patrón de juego. Los movimientos de Ayuso y Moreno han sacado de su zona al PSOE y le han abierto una brecha en su cohesión, un agujero en su complejo sistema de equilibrios internos.

Ahora es la derecha la que lleva la iniciativa del relato. Ximo Puig ha tenido que justificar su pirueta mediante un improvisado argumentario que esconda su evidente intención de ponerse a salvo ante la amenaza de descalabro. Ni Sánchez ni la ministra de Hacienda esperaban que el debate fiscal acabase por hacer mella en su propio bando. La posibilidad de que otros dirigentes regionales sigan el camino del valenciano amenaza con convertirse en una suerte de rebelión colectiva contra el liderazgo. Montero se ha tenido que poner a retocar sobre la marcha y a contramano un proyecto presupuestario al que las urgencias electorales de los presidentes autonómicos han cambiado el paso. Y todas las descalificaciones y dicterios proferidos en las últimas semanas contra la deflación del IRPF o del IVA quedan desautorizados: la reducción impositiva ha pasado de repente a ser un gesto de sensibilidad hacia el sufrimiento de los ciudadanos. Milagro, milagro.

Pero esta conversión paulina, por positiva que resulte, tendrá consecuencias. La primera, que el Ejecutivo se ve forzado a cambiar de arriba abajo su estrategia para adoptar una ajena. La segunda, que el giro desmantela su discurso y lo aleja de sus aliados de extrema izquierda. La tercera y más importante, que reincide en el defecto que más ha arruinado la reputación gubernamental: la falta de confianza en sus propuestas, la labilidad de sus convicciones, la incongruencia congénita. El camuflaje propagandístico del «impuesto a la riqueza» es mera demagogia sin suficiente fuerza para camuflar la enésima exhibición de inconsistencia. Y además el socialismo carece de crédito para ganar una carrera en la que los liberales siempre llevarán ventaja porque tienen más experiencia y compiten con unas reglas que dan la razón a sus ideas. Bienvenido sea el sanchismo, en todo caso, a la realidad terca de una política centrada en los contribuyentes y sus rentas.