La melodía del tiempo

Ignacio Camacho-ABC

  • La Semana Santa resistirá la aculturación histórica y religiosa gracias a su anclaje en la profundidad de la memoria
Quizás llegue un día en que haya, como se teme Antonio Burgos, una o varias generaciones con dificultades para interpretar el significado de la Semana Santa. No tanto por la crecida agnóstica que empieza a registrarse entre la juventud -fenómeno general que trasciende a España- como por la aculturación histórica y religiosa que está introduciendo en las aulas la pedagogía laica. Tendrán el mismo problema para entender la mayoría de las pinturas de los Uffizi o del Prado porque nadie les va a enseñar el significado referencial que encierran esos cuadros, ya sean de episodios mitológicos o sagrados. Sin embargo ni siquiera ese vacío didáctico podrá alejarlos de una fiesta cuyo sentido memorial permanecerá incrustado en su conciencia. La vivirán aunque no lleguen a comprenderla entera porque forma parte de un proceso de sociabilidad, de convivencia, que lleva siglos aclimatándose a las condiciones de cada época. Y su estructura simbólica, su fuerza plástica, su subyugante combinación de espiritualidad y belleza, les transmitirá una clase de emociones a las que ninguna sensibilidad puede mostrarse ajena. Tal vez no capten, como ya ocurre, los detalles de la narrativa evangélica casi ausente en la escuela, pero no es posible sustraerse a la demostración popular de devoción y penitencia en cuyos ritos se expresa un mensaje de trascendencia eterna. Ése era también, en el fondo, el propósito de la celebración primigenia: el de acercar la Pasión a la gente sacándola del ámbito cerrado y minoritario de las iglesias mediante una especie de dramatización callejera.

La fe es el esquema, el armazón sobre el que las hermandades levantan ese sueño -otra vez Burgos- llamado Semana Santa. Y a partir de ahí, de la gran ceremonia conmemorativa del perdón que es la Pascua cristiana, se desarrolla una imponente experiencia comunitaria desplegada sobre el paisaje social y cultural de una tradición renovada. A simple vista parece siempre igual porque su liturgia y sus premisas teológicas y artísticas son las mismas, pero cada año es distinta fruto de una evolución lenta, gradual, temperada como los acordes de una melodía de capilla. Va cambiando la trama urbana, la intensidad participativa, el exorno de los pasos e imágenes y la propia vida interna de las cofradías porque no se trata de una fiesta rígida sino suavemente adaptadiza. Lo que se mantiene es la esencia, el relato de redención y de piedad que la organiza, la ilumina y la recubre con una pátina de solera legítima, el hilo moral que la cose a la sensibilidad colectiva. No hace falta percibir todas las claves para sentir por dentro la alerta que convoca a la cita con un misterio evocador, intenso, persuasivo, magnético. Será un paréntesis, pero un paréntesis blindado contra la banalidad, el olvido o el desconocimiento. Un encuentro con el alma desnuda, inmune al desgaste del tiempo.