La Semana Santa resistirá la aculturación histórica y religiosa gracias a su anclaje en la profundidad de la memoria
La fe es el esquema, el armazón sobre el que las hermandades levantan ese sueño -otra vez Burgos- llamado Semana Santa. Y a partir de ahí, de la gran ceremonia conmemorativa del perdón que es la Pascua cristiana, se desarrolla una imponente experiencia comunitaria desplegada sobre el paisaje social y cultural de una tradición renovada. A simple vista parece siempre igual porque su liturgia y sus premisas teológicas y artísticas son las mismas, pero cada año es distinta fruto de una evolución lenta, gradual, temperada como los acordes de una melodía de capilla. Va cambiando la trama urbana, la intensidad participativa, el exorno de los pasos e imágenes y la propia vida interna de las cofradías porque no se trata de una fiesta rígida sino suavemente adaptadiza. Lo que se mantiene es la esencia, el relato de redención y de piedad que la organiza, la ilumina y la recubre con una pátina de solera legítima, el hilo moral que la cose a la sensibilidad colectiva. No hace falta percibir todas las claves para sentir por dentro la alerta que convoca a la cita con un misterio evocador, intenso, persuasivo, magnético. Será un paréntesis, pero un paréntesis blindado contra la banalidad, el olvido o el desconocimiento. Un encuentro con el alma desnuda, inmune al desgaste del tiempo.