Germán Yanke, LA ESTRELLA DIGITAL, 11/7/2011
Se dijo no a ETA y se dijo no a un modo de enfrentarse a la banda que supusiese concesiones, desesperación, tránsitos fuera de los márgenes del Estado de Derecho, debilidad en el uso de los instrumentos de éste, tiempo para ver si las cosas cambiaban, oportunidades de uno u otro tipo a los terroristas y sus secuaces.
Coincidiendo con el aniversario de uno de los hechos más tremendos de nuestra historia reciente, este fin de semana se ha recordado, con pasión y con rabia, el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Conviene hacerlo, como homenaje al joven concejal de Ermua y a todas las víctimas del terrorismo, pero conviene también preguntarnos qué pasó aquellos días y qué significó y significa la rebelión ciudadana que siguió a su secuestro y asesinato.
De que ETA era y sigue siendo una banda terrorista y totalitaria ya teníamos experiencia antes de aquellos días de julio de 1997, pero, aunque se avanzaba, muchos ciudadanos, quizá para contener por miedo o pusilanimidad la reacción que merecía, pretendían verlo como algo paralelo a sus vidas, que era lógico condenar sin que fuese necesaria la reacción contundente de cada uno. Aquellos días, los acontecimientos se precipitaron de forma tan veloz como continuada: la liberación de Ortega Lara nos ofreció, en directo, la imagen de un hombre terrible y largamente torturado. Inmediatamente, la liberación de Cosme Delclaux, otro secuestrado para extorsionar económicamente a su familia. Y sin solución de continuidad, el secuestro de Miguel Ángel Blanco, la espera angustiosa y su bárbaro asesinato. Sabíamos que ETA era precisamente eso y que la única restricción para el uso de la violencia era la táctica, la conveniencia, el cálculo acerca de cómo, parando ahora, intensificando el terrorismo después, se podían conseguir sus indignantes objetivos o el paso intermedio de la generalización del terror y el progresivo desistimiento.
Aquellos días se produjo porque, con una cosa y las otras, con la liberación de uno, con el zulo de otro, con la crueldad de los verdugos y la eficacia policial, con el secuestro y el asesinato, vimos en estado puro, como si fuese en especialísimas condiciones de laboratorio, el rostro de ETA y el significado tremendo de su violencia. Y se salió a la calle, y se convenció cada uno, fuese cual fuese su ideología de que no se podía seguir así (que no podía seguir así tampoco cada uno de ellos, de que había que decir, con palabras y con el compromiso, que no.
Se dijo no a ETA y se dijo no a un modo de enfrentarse a la banda que supusiese concesiones, desesperación, tránsitos fuera de los márgenes del Estado de Derecho, debilidad en el uso de los instrumentos de éste, tiempo para ver si las cosas cambiaban, oportunidades de uno u otro tipo a los terroristas y sus secuaces. En símbolo de todo eso se convirtió Ermua y Miguel Ángel Blanco. Y como ETA sigue existiendo y vemos como la serpiente se sigue deslizando habilidosamente, convendría no olvidarlo.
Germán Yanke, LA ESTRELLA DIGITAL, 11/7/2011