Antonio Elorza-El Correo

  • Con el documental ‘Pasionaria’ asistimos al intento de reavivar todo un mito que encarna la complejidad de una época

No resulta fácil que la historia y la memoria coincidan cuando en un país el pasado ha sido muy conflictivo y además se mantienen, e incluso son agudizadas, las viejas diferencias para su uso político. Resulta obvio que tal es el caso de España, y el de Euskadi en España, pero no somos excepción en Europa.

El más espectacular es el de Francia, donde a partir de 1789 imperó la fractura entre revolución y restauración, solo superada por el general De Gaulle en los años 40, y gracias al impacto de la invasión alemana, que le llevó a asumir la república. Figuras como Mitterrand aún fueron ambivalentes y hoy todavía la oposición a Le Pen se hace desde ‘el bloque republicano’. En Italia sigue viva la oscilación pendular entre fascismo y democracia. ¿Dónde estaba Berlusconi? ¿Dónde situar a Giorgia Meloni?

La historiografía y la cultura se han hecho eco, en buena medida, de ese recorrido en zigzag. Para empezar, la superación de las dictaduras dio lugar a una oleada de manifestaciones de recuperación de lo que había sido borrado. En parte, era un regreso de la propia personalidad, como las banderas rojas desenterradas por los campesinos en ‘Novecento’ de Bertolucci. Tampoco faltó la tentación de la historia heroica, con su contrapunto, la de los villanos, pues los nazis daban mucho juego.

Pero esa fábrica de memoria histórica tropezaba con las zonas oscuras, a ocultar. En Francia, la dictadura colaboracionista de Pétain, con tantos seguidores y, hoy vemos, con tantos herederos políticos. En España, con la cara negra de la guerra, admirablemente reflejada en un sentido, finalmente, en filmes como ‘La trinchera infinita’ o ‘Mientras dure la guerra’. Pero falta el opuesto. Ni ‘Libertarias’, ni la biografía de Federica Montseny por Irene Lozano, por citar un libro representativo, reconocen que hubo un anarquismo terrorista, y el terror rojo, de distintas siglas, sigue para la izquierda en la sombra. A pesar de la mutilación por su editor, leamos el autobiográfico ‘Eco de los pasos’, de García Oliver, para asomarnos a ese horror, que por cierto contó Franco en ‘Raza’.

El hecho de que el mismo Franco pusiera en marcha y ejecutara un genocidio, su «operación quirúrgica», el exterminio premeditado de ‘la Antiespaña’, no debe servir de cortina de humo para ocultar, desde la ponderación, el otro infierno. La ponderación es siempre imprescindible, y pienso en nuestros ‘años de plomo’.

La convulsiva trayectoria política, a escala mundial, no ha propiciado la claridad, salvo para refrendar una crisis que viene de atrás. En el cine, ‘Una batalla tras otra’, la pretenciosa fábula ‘made in USA’, intenta probarlo. Las revisiones trágicas del pasado, como ‘Vivir’de Zhang Yimou en China o ‘Zar’ de Lugin en Rusia, no tendrán sucesoras en estos tiempos de involución. La crisis produce también desfases. Así en Francia, entre el exhaustivo análisis de Vichy, por Laurent Joly, y las representaciones. Mitterrand era un simple paseante en el film de Guédiguian. En Italia, excepción: la serie sobre Mussolini, inspirada en la gran novela histórica de Scurati, ‘M. El hombre del siglo’. Casi al tiempo, la depresión generalizada de la izquierda se refleja en el didactismo plano del ‘Berlinguer’ de Segre, cerrando el esperanzador debate abierto por Veltroni en ‘Cuando estaba Berlinguer’, hace diez años. Pero, ¿quién se acuerda de Berlinguer?

Aquí y ahora, en el marco ideológico de la ‘memoria democrática’, asistimos al intento de reavivar otro recuerdo, todo un mito, el de Dolores Ibárruri, ‘Pasionaria’. El personaje tiene un alto valor simbólico, y como Mussolini en la vertiente opuesta, encarna la complejidad de una época. Arranca de la pasión comunista, que la convierte en icono del 36 y luego en martillo estaliniano de herejes, hasta su enfrentamiento a la URSS, a su ‘patria del socialismo’, por la invasión de Praga en el 68, culminando en el papel asumido como emblema de la reconciliación nacional, del PCE como impulsor de la democracia. Incluso con dos epílogos olvidados: no asiste pasiva a la autodestrucción de su partido y su fe en diálogo con el padre Llanos.

Los autores del documental ‘Pasionaria’ rehúyen esos zigzags. Presentan a una mujer de cuerpo entero, que personifica la lucha del proletariado, tal y como ella misma la definía cuando el ‘clase contra clase’, y que mantendría intactos sus valores hasta la muerte, cuyo eco de masas rubrica la identificación del pueblo con su lucha. Su ejemplaridad se identifica y se transmite al partido, hoy PCE marxista-leninista (sic) cuyos dirigentes se la explican al espectador. Todo episodio o personaje incómodo, como Jorge Semprún, capital en el 56 y en el 64, es omitido. Sobran los ‘cabezas de chorlito’.

Consecuencia: vale la pena recuperar la frescura del también militante biopic ‘Dolores’, de García Sánchez y Linares, en 1981, donde ella, y no lo que se dice de ella, era la protagonista. Lástima que en YouTube esté mutilado. Hoy es tiempo de propaganda y de censura.