- La persecución a la Iglesia fue sistemática. Fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 monjes y frailes y 283 monjas. Se produjeron violaciones de monjas y torturas a sacerdotes y frailes
Escribió Baroja que es más provechosa la relectura que la lectura. Como barojiano confeso, dediqué algún tiempo del verano vacacional a releer historias de la guerra civil, acaso para contrarrestar el bombardeo de la memoria histórica, ahora democrática. Comencé por «¡Detengan Paracuellos!» de mi viejo y admirado amigo Pedro Corral, y seguí con «Diplomático en Madrid», de Félix Schlayer. Corral es un gran conocedor de nuestra última guerra fratricida y Schlayer la vivió como cónsul y encargado de negocios en la Embajada de Noruega. Salvó a cientos de perseguidos y destapó la matanza de Paracuellos cuando estaba oficialmente oculta. El diplomático vivía en Torrelodones, el municipio de mi nacimiento; es otro aliciente para leerle. Supongo que estas lecturas me sitúan para la izquierda caviar en la antesala de la «fachosfera».
Corral opinó en su día: «La República está enterrada en Paracuellos. No es una apreciación subjetiva; así lo sintieron los que actuaron para paralizar las matanzas. Todos estaban convencidos de que aquello fue el fin de los valores y principios por los que ellos habían luchado». Corral derriba muchos mitos, entre ellos que las matanzas se iniciaron el 7 de noviembre de 1936. Según el escritor esas sacas se producían desde septiembre y pone el ejemplo de Colmenar Viejo: «Los prisioneros fueron asesinados en la carretera, no llegaron ni a pisar el pueblo», y añade una escalofriante cifra: «Antes de Paracuellos, el ritmo de asesinatos en las calles era de 200 por día».
En lo que podríamos considerar «otra memoria histórica», me zambullí en relecturas inquietantes. En Paracuellos fueron asesinadas 4.500 personas, incluidos 276 menores de edad. Para Paul Preston «las sacas y las ejecuciones de Paracuellos constituyeron la mayor atrocidad cometida en territorio republicano». Se atribuye la decisión sobre esta masacre a Santiago Carrillo, consejero de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid. Su colaborador, Segundo Serrano Poncela, firmó las órdenes del supuesto traslado de prisioneros, viaje que concluyó en las fosas de Paracuellos.
Hubo numerosas atrocidades. La persecución a la Iglesia fue sistemática. Fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 monjes y frailes y 283 monjas. Se produjeron violaciones de monjas y torturas a sacerdotes y frailes. Al párroco de Navalmoral le torturaron en una parodia de la crucifixión de Cristo antes de asesinarle a tiros, al de Ciempozuelos le llevaron a un corral con toros de lidia donde fue corneado antes de matarle de un disparo y cortarle taurinamente una oreja, y en Ciudad Real a un sacerdote le castraron metiéndole los testículos en la boca. Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén, fue asesinado, junto a su hermana y 245 prisioneros más, en las afueras de Madrid. Se obligó a católicos a tragarse cuentas de rosarios, se les arrojó a minas, y no pocos sacerdotes cavaron sus propias tumbas para enterrarlos vivos. Andreu Nin, dirigente del POUM y consejero de Justicia de Companys, aseguró: «La izquierda ha solucionado el problema religioso». Él moriría desollado en Alcalá de Henares por agentes de Stalin, acusado de trotskista.
Había antecedentes. En mayo de 1931, al mes de proclamarse la República, se quemaron 100 iglesias y conventos ante la pasividad de la Policía; los bomberos aseguraban que las llamas no dañaran edificios colindantes. Azaña sentenció: «Todos los conventos de España no valen la vida de un republicano». Y en la llamada revolución de Asturias, en 1934, casi 2.000 muertos, fueron asesinados 34 sacerdotes, dañada la catedral de Oviedo y quemadas 58 iglesias.
La memoria histórica al uso tampoco recoge el asalto a la cárcel Modelo, agosto de 1936. Los milicianos expulsaron a los funcionarios de prisiones y liberaron a los presos comunes. Los dirigía Felipe Sandoval, albañil, delincuente, atracador de una oficina del Banco de Vizcaya, de empresas, y de un arsenal de armas mucho antes de la guerra. Fugado de la cárcel, huyó a París y se hizo anarquista. Sandoval, dirigente de una checa en Cuatro Caminos, montó en la Modelo un jurado, el suyo, y fusiló en el sótano a políticos y militares en la noche del 22 al 23 de agosto. Entre los asesinados: Melquiades Álvarez, expresidente del Congreso; Rico Avello y Álvarez Valdés, exministros; Julio Ruíz de Alda, un héroe del «Plus Ultra»; Fernando Primo de Rivera, médico y militar hermano del fundador de Falange; los generales Villegas y Capaz; Albiñana; Salort, Esparza y Jiménez de la Puente, diputados.
Otro horrible hecho, julio de 1936, que merece memoria es el lanzamiento, vivos, de 512 prisioneros derechistas, incluidas mujeres, al vacío del Tajo de Ronda, 98 metros sobre el río Guadalevín. El horroroso crimen fue obra de milicianos anarquistas. La matanza en un pueblo que refleja Hemingway en «Por quién doblan las campanas» se inspiró en esta masacre. El 1 de octubre de 1937, milicianos socialistas asesinaron en La Franca, Ribadedeva, Asturias, a 117 prisioneros; 87 eran guardias civiles. Los trasladaban a Gijón al tomar Santander los franquistas. Eran prisioneros de guerra. Es una de los asesinatos múltiples menos conocidos.
Pero el asesinato que alcanzó más repercusión internacional no fue múltiple. El barón Guillaume Borchgrave, diplomático belga en Madrid, fue asesinado por milicianos en diciembre de 1936. Su cuerpo, horriblemente mutilado, con tres disparos a quemarropa, uno de ellos en la cabeza, apareció en Fuencarral. Se le identificó por la etiqueta de un sastre belga en su traje. La versión oficial del Gobierno de Largo Caballero fue que falleció a causa de un bombardeo franquista. Se produjo un escándalo internacional que empezó a alertar a Europa sobre la realidad española.
La juventud de hoy, si un día llega a conocer estos tristes aconteceres, será desde su personal interés por la Historia. Me temo que sólo les llegará, repetido hasta el vértigo, el maniqueísmo de esa memoria histórica censurada que Sánchez y los suyos consideran inapelable.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando