Gabriel Albiac-ABC

  • Sánchez es el vampiro de sus peones sacrificados. Pagaron ellos en Madrid, Luego en Castilla y León, en Andalucía ahora

En el liberado París de 1945, un militar y un escritor conversan. Uno ha mantenido, durante seis años y desde Londres, la escuálida garantía del honor francés. El otro cambió la estilográfica por la pistola, como coronel del maquis en Corrèze. A la hora de separarse, el general De Gaulle deja caer una pregunta, que se adivina más para sí mismo que para su interlocutor: «¿Qué es lo que más le ha impresionado a usted al volver a París?» Y André Malraux responde con un laconismo poco habitual en él: «La mentira». Y sabe que es exactamente la respuesta que el general se hubiera dado.

La mentira es el motor de la política. Lo ha sido siempre. No hay sujeto que apueste por hacer carrera en sus laberintos de espejos y que no esté dispuesto a degollar padre, madre, cónyuge, amigos, hijos en sus sombríos recodos.

Y a negarlo. Siempre.

Lo nuestro es sólo hipérbole de esa regla. González asesinó en Suresnes a los inofensivos viejecitos que eran propietarios de un PSOE, vencido y huérfano, a cuyo altar consagraron sus vidas. De sus privados cadáveres familiares hizo Zapatero suplencia de épicas que en él no existieron. Ninguno de los gobernantes socialistas de después del 75 podía contabilizar en su biografía un solo riesgo afrontado en lucha contra la dictadura. Y todos invocaban la heroicidad que no tuvieron. Y mintieron cuanto les fue preciso: mejor eso que morirse de vergüenza. Y, de paso, enriquecerse. Sin riesgo. Como siempre.

Nadie podrá, en el PSOE, reprochar a Sánchez ser una impávida máquina de mentir. Eso fue el nuevo partido, creado en el Suresnes de 1974 sobre el despojo de los viejos socialistas. Él, quizá, mejoró el automatismo de la falsificación. Es todo. Desde el artesanado de su tesis doctoral, hasta las sucesivas promesas traicionadas en estos cuatro años (‘insomnio’ de Podemos, lucha contra el independentismo, levedad de la pandemia y sucesivas curas milagrosas…), Sánchez no ha hecho más que mentir. Pero lo ha hecho a una velocidad lo bastante alta como para que el vértigo de cada nueva mentira borrara la memoria de las anteriores. Un artista.

Un artista también en la destrucción de su propio partido. Porque a alguien deben hacer pagar los electores el precio de la burla sufrida. Sánchez es el vampiro de sus peones sacrificados. Pagaron ellos en Madrid, Luego en Castilla y León, en Andalucía ahora. Pronto, en Valencia. Luego, los demás. Él caerá el último. Antes, el PSOE estará extinto.

«La mentira», responde a De Gaulle Malraux en el 45. Es lo que queda de la política en nuestras sociedades. Sabemos, por los borradores de las ‘Antimemorias’, que la respuesta era, en primera versión, más larga, más explicativa. Pero el talento del escritor percibió que nada, nada, podía dar mejor lo que acechaba a la política moderna que esas cuatro sílabas. ¿Para qué más? «La mentira».