El pasado 28 de marzo, el Times publicaba un extenso artículo firmado por su corresponsal en Madrid, Isambard Wilkinson, en el que se recogían declaraciones de Salvador Illa, el candidato de los socialistas catalanes en las próximas elecciones autonómicas del 12 de mayo. El titular de esta reveladora pieza, que da todas las pistas para entender la visión que sobre el actual momento de la política española quiere transmitir el Gobierno de Pedro Sánchez a la opinión pública internacional, era una síntesis perfecta de la estrategia de comunicación de la Moncloa. Rezaba así en grandes caracteres: “Hard Right bigger threat to Spain than separatists”, es decir, “La derecha dura es una amenaza para España superior a los separatistas”. ¿A qué partido se refiere Illa con el apelativo de “derecha dura”? Obviamente, a Vox, del que postula que representa un peligro para nuestro país superior al que encarnan Puigdemont, Junqueras y demás tropa secesionista, Ahora bien, Vox nunca ha vulnerado el vigente orden constitucional, como sí sucedió en el intento de golpe de septiembre y octubre de 2017 en el Parlamento de Cataluña, al contrario, lo defiende y le ha ganado varias batallas al Gobierno en el Supremo Intérprete de nuestra Ley de Leyes. Vox no pretende liquidar a España como Nación, como los nacionalistas con los que el PSOE está asociado, sino que insiste enfáticamente en la necesidad de preservar su unidad y cohesión. Vox jamás ha organizado y llevado a cabo acciones violentas o terroristas, como sí han hecho Junts y Esquerra mediante apéndices como Tsunami Democràtic u otros de similar ralea. De hecho, Puigdemont tiene abierta una causa en el Tribunal Supremo por terrorismo.
Vox se sitúa en el espacio ideológico y social conservador, eurorealista e intensamente patriótico que en otros Estados Miembros de la Unión Europea está en alza o incluso gana elecciones. Bajo ningún concepto Santiago Abascal y sus seguidores ponen en riesgo la existencia de España como vector histórico de gran relevancia y como ámbito jurídico y económico, lejos de ello, si algo les distingue es una adhesión ferviente y en ocasiones bastante sobreactuada a los símbolos y valores nacionales y un indisimulado escepticismo sobre nuestro actual modelo territorial descentralizado.
Los dos grandes partidos nacionales nunca han comprendido la verdadera naturaleza perversa de los nacionalismos catalán y vasco y han actuado con una falta de inteligencia y de prudencia que nos ha traído hasta la crisis presente
Otra trola que el fúnebre cabeza de filas del PSC pretende colar a los incautos lectores del Times es la de las virtudes de la Ley de Amnistía como bálsamo pacificador del “conflicto” catalán cuando, como resalta el firmante del texto en cuestión, que es británico, pero no tonto, una pléyade de dirigentes separatistas se han apresurado a dejar claro que esta norma nefasta sólo es un punto de partida al que seguirá el referéndum de autodeterminación, pactado con el Estado o no, y que si no hay acuerdo lo volverán a materializar por la vía unilateral a las bravas, curiosa manera de demostrar una razonable voluntad de superación del contencioso. También señala Wilkinson que el pacto de impunidad por investidura es el verdadero motivo de la amnistía, lo que la desvirtúa por completo como medida de gracia, demostrando de paso que los esfuerzos de Illa por engañarle son baldíos.
El problema de fondo es que la sociedad catalana ha estado sometida por una televisión y una radio públicas nacionalistas, por un sistema educativo fuertemente adoctrinador y monolingüe y por una prensa escrita regada abundantemente con dinero público por la Generalitat a un lavado de cerebro implacable durante cuatro décadas hasta conseguir que casi la mitad de sus ciudadanos vean la independencia como un objetivo deseable y al Estado español como un enemigo invasor, percepción delirante y absolutamente desconectada de la realidad histórica, social y cultural de Cataluña y enormemente dañina para sus auténticos intereses. Los dos grandes partidos nacionales nunca han comprendido la verdadera naturaleza perversa de los nacionalismos catalán y vasco y han actuado con una falta de inteligencia y de prudencia que nos ha traído hasta la crisis presente. Este proceso, combinado con la fragilidad de nuestras instituciones, netamente deficientes en mecanismos jurídicos y políticos capaces de frenar a un poder ejecutivo en manos de un personaje de tendencias totalitarias y carente del mínimo decoro como el que hoy pernocta en la Moncloa, ha alcanzado un punto prácticamente de no retorno del que no se vislumbra salida. El hecho escandaloso de que la mentira se haya erigido en la forma habitual de comunicación del Gobierno y del PSOE, como es patente en la referida entrevista a Salvador Illa en el Times, denota el profundo nivel de degradación en el que se ha hundido nuestra democracia. Cabe la tenue esperanza de que las tres elecciones que tendrán lugar a lo largo de los próximos tres meses, vascas, catalanas y europeas, debiliten a Pedro Sánchez hasta un extremo que le obligue a tirar la toalla en su frenética escapada hacia el precipicio en el que está dispuesto a arrojarse y arrojarnos.