Si hay una frase célebre sobre la verdad es la atribuida a Jesús en el Evangelio de San Juan que reza “La verdad os hará libres”. En una típica inversión diabólica, el mononeuronal José Luis Rodríguez Zapatero la cambió en un mitin en 2009 por “La libertad os hará verdaderos”. Esta traslocación es, efectivamente, demoníaca, porque equivale en el campo del pensamiento a la colocación del crucifijo cabeza abajo en una misa negra. A mí siempre me ha sorprendido que se le atribuya a ZP buen talante, naturaleza bondadosa y disposición amable. Siempre le he visto como una combinación letal de estulticia y maldad que aplicó con escasas luces, pero contumaz perseverancia, a poner las bases de la España dividida, desnortada, insegura y convulsa que hoy padecemos.
Tanto la sentencia del Nuevo Testamento como la socrática sobre la capacidad liberadora del conocimiento van en la misma dirección. Si no tenemos información suficiente y correcta, si nuestros interlocutores nos ocultan o deforman la realidad de los hechos, si se nos presenta lo falso como auténtico, nuestra libertad queda cercenada y somos, por tanto, objeto de opresión. Desde esta óptica, el que nos miente deliberadamente nos aherroja en una celda oscura, nos tiraniza y nos somete perversamente a su voluntad sin respetar la nuestra.
El ocupante de La Moncloa tiene la desfachatez inusitada de decir que el trabajo de estos vigilantes del enjuague que se cuece con el prófugo de Waterloo, son necesarios porque es él, Sánchez, el que no se fía de Puigdemont
Estas consideraciones de apertura las hago después de haber leído con asombro la entrevista realizada a Pedro Sánchez el pasado jueves en el programa matinal de la primera cadena de Televisión Española. Es sabido que una de las exigencias más irrazonables de los golpistas catalanes en sus negociaciones con el PSOE para prestarle su apoyo en el Congreso, análoga a la que le planteó en su día a Zapatero la cúpula de ETA, consiste en la designación de mediadores, verificadores, facilitadores, elíjase cuál de estos eufemismos es más equívoco, internacionales, que hagan un seguimiento de las negociaciones y que garanticen su cumplimiento. La intención de los separatistas al plantear semejante condición es obvia, humillar al Estado español, haciéndole reconocer tácitamente que el proceso de diálogo entre el independentismo y el Gobierno de la Nación tiene lugar de igual a igual entre dos entes soberanos. Al aceptarla, Sánchez nos obliga a todos a rebajarnos hasta el escarnio delante de unos delincuentes condenados por graves delitos que se recrean así en la contemplación del que perciben en sus delirios como su mayor enemigo, doblando la cerviz ante su omnímodo triunfo.
Pues bien, en uno de sus impúdicos volatines dialécticos, que dejan en mantillas los triples mortales en el vacío de Pinito del Oro, el ocupante de La Moncloa tiene la desfachatez inusitada de decir que el trabajo de estos vigilantes del enjuague que se cuece con el prófugo de Waterloo, son necesarios porque es él, Sánchez, el que no se fía de Puigdemont y que, en consecuencia, el mecanismo de tutela de los eventuales acuerdos ofrece la gran ventaja de proteger al Gobierno de España ante posibles trucos de su contraparte secesionista. En su aparición televisiva, nuestro apolíneo jefe del Ejecutivo transforma su vergonzosa rendición en una inteligente astucia para ir mejor armado a la mesa del trapicheo. Hay límites en la exhibición de caradura que un ser humano, incluso uno con el rostro bien cubierto de cemento, no tiene arrestos de traspasar. Pedro Sánchez sí puede. Bastaría esta inaudita pretensión para demostrar que estamos en manos de un individuo cuyo equilibrio psíquico brilla por su ausencia y que representa, por tanto, un peligro existencial para el conjunto de sus conciudadanos.
Tras esta muestra de virtuosismo en la falacia, nuestro presidente del Gobierno, interrogado sobre la posible existencia de lawfare en la política española, demuestra cuajo insuperable al comunicarnos con su habitual rostro pétreo que “sí se han instrumentalizado instituciones públicas”. Un tipo que ha nombrado magistrados del Tribunal Constitucional a su antiguo ministro de Justicia, a su antiguo Fiscal General y a una oscura funcionaria de su total confianza, que designó Fiscal General del Estado a otra ministra de Justicia que pasó de un cargo a otro sin solución de continuidad, que eligió para presidir el Consejo de Estado a una de sus exministras, nombramiento recientemente anulado por el Tribunal Supremo por no ajustarse a la ley, que ha sustituido al Letrado Mayor del Congreso, un jurista de indiscutida preparación y competencia, por un títere suyo que lleva grabadas a fuego las siglas del PSOE como Milady de Winter la infamante flor de lis, un chapucero de tal calibre, se permite acusar sin recato a los jueces de incurrir en sesgo partidista. Sánchez no es que carezca de la mínima noción de decoro, es que la palabra vergüenza hace tiempo que se borró de su vocabulario.
Cuando se dice que Sánchez nos arrastra hacia un sistema totalitario por su invasión permanente de los órganos constitucionales y reguladores, se señala una deriva evidente, pero no debemos olvidar que son su recurso permanente a la mentira descarada y su atropello inmisericorde a la verdad sin recato ni freno, los que nos aprisionan en la peor y más cruel de las dictaduras.