Fabián Laespada-El Correo

  • Tomando el relevo al fascismo franquista tuvimos el nuestro propio

Esto es como lo de ser o no ser racista. Es difícil encontrar a alguna persona que lo reconozca abiertamente. Con el fascismo, ahí le andamos. En teoría, todos estamos en contra del fascismo. Ni siquiera muchos fascistas se reconocen como tales. Y, sin embargo, los que ya tenemos no una sino dos edades hemos padecido al menos dos tipos y medio de fascismo en nuestro pequeño país.

Resultan inquietantes los últimos apuntes demoscópicos sobre la visión del franquismo que tienen las y los jóvenes españoles. Uno de cada cinco opina -sin haber vivido ni de lejos aquella época- que la dictadura fue mejor que lo que ahora tenemos. O lo que es lo mismo, que la democracia actual es peor que la dictadura franquista. Alguno alega «rebeldía», pero se trata de una postura reaccionaria ante -dicen- una situación actual frustrante, sin incentivos de trabajo, vivienda y un buen nivel de vida.

Ven muy nuboso su futuro inmediato. ¿Y eso qué tiene que ver con la dictadura? Es obvio que tenemos un problema de conocimiento objetivo sobre aquellos años de autoritarismo, desnutrición, desigualdad, represión ideológica, religiosa y cultural, violencia institucionalizada… y está fallando nuestra transmisión educativa, tanto en los hogares como en la escuela.

En el currículo escolar figuran la Guerra Civil, el franquismo y la dictadura en 4º de la ESO y en 2º de Bachillerato. A menudo, a esos temas no se llega o no se quiere llegar, por incómodos, por presiones o por no buscarse problemas. Y esto resulta más que preocupante. Hay que hincarle el diente a esta cuestión, pero no solo en el aula, también en las familias y en la calle. Suspendemos en historia, pero también en educación para la ciudadanía. Y una cosa ha quedado clara: cuando se impone la desmemoria, algunos reconquistan espuriamente ese espacio para rellenarlo con falsedades y ocultaciones, y así servirnos una historia adulterada: el relato avieso de que con Franco se vivía mejor, frase acuñada en la Transición, dicha con todo el sarcasmo posible. Pero que, por lo visto, empieza a contar con adeptos ignorantes de aquel tiempo.

Pero, ojo, que aquí no vamos a la zaga. Tenemos una desmemoria tal, que gentes muy interesadas en su revés redactan ‘ekintzas’ épicas, ensalzan a personas cuya trayectoria está marcada por la goma2, eluden los 853 asesinatos, la extorsión, las amenazas y el miedo desplegado o manipulan el nombre del pueblo vasco para su uso interesado y particular. Otros treinta años reinando el fascismo en muchas calles de nuestra tierra.

Mis abuelos vivían en el Casco Viejo de Bilbao. En los 90, cada viernes una escuadra de ‘borrokas’ quemaban el cajero debajo de su casa. Los vecinos del primero, octogenarios, salieron a tropezones por la escalera dos veces. Entraban en pánico. Los ‘balillas’ abertzales instauraban su particular territorio liberado a base de cóctel molotov. ¿Quién puede afirmar que no padecimos aquí una suerte de fascismo?

Tomando el relevo al fascismo franquista, tuvimos nuestro propio fascismo doméstico, cercano y, lógicamente, muy peligroso. Incluso ambos fascismos se adueñaron de nuestras calles. Mila Rubio, de Batzarre, fue atacada por la extrema derecha, le quemaron el coche y hasta entraron en su casa. Y años después recibió amenazas, insultos y pintadas por parte de la muy nuestra extrema izquierda abertzale. Es difícil imaginar el dolor, la impotencia y la rabia cuando, al abrir el buzón de casa, en un sobre alguien ha metido tres esquelas con los nombres de tus hijos. O que te quemen la furgoneta con la que mañana vas a trabajar, con toda la herramienta y los artilugios. Y recibes una llamada: «Hurrengoa zara, badakizu» (ya lo sabes, eres el siguiente). O el secuestrado, con un mensaje prendido en la frente: o pagas o ya sabes qué pasa.

«Los niños de Gaza también son nuestros niños», declaraba un payaso profesional que jamás dijo nada ante los 21 asesinatos infantiles de aquí cerquita, y, sin embargo, supo solidarizarse con sus asesinos, reclamando su amnistía, porque ellos tenían hijos esperando en casa. El fascismo es una mentira contada por un matón, que dijo Hemingway. El fascismo nos disloca la razón y el mundo se queda del revés.

Hay una manifestación con un lindo mensaje: ‘Askatasun Haizea’, viento de libertad, en alusión a Paredes Manot, ‘Txiki’. Los convocantes se declaran antifascistas, pero han eludido totalmente la responsabilidad de su pasado del ‘Bietan Jarrai’. Muchos de ellos fueron los de Oldartzen, los de los métodos violentos para doblegarnos y expulsar a la población no obediente a sus dictados. ¿Y son ellos los que exigen que no se permita manifestarse a los otros fascistas?