ABC 25/01/15
IGNACIO CAMACHO
· Podemos es al mismo tiempo un fruto de los errores del zapaterismo y un hijo no reconocido de su propia doctrina
ELLOS te quieren comer y tú los invitas a merendar para que te expliquen con qué exquisito respeto piensan devorarte. No es nada personal: cuestión de clases. La fascinación pija por los revolucionarios es un viejo resorte psicológico, entre la seducción y el temor, entre la curiosidad y el recelo, que ya detectó Tom Wolfe a finales de los sesenta cuando relató la cena de los líderes radicales negros en casa de Leonard Berstein, tan próxima a Central Park como la de Bono al Retiro. Los nuevos panteras negras españoles se llaman Pablo Iglesias y Monedero, cuyo subido ego se agranda al visitar como invitados de honor en los biotopos de la «casta». Reuniones como las de Carmen Lomana y Zapatero –puede que hayan existido más– les regalan la posibilidad de sentir el poder del miedo.
La cita del roscón de Lomana es un ejemplo del bobo diletantismo del pijerío madrileño pero en el caso de ZP el encuentro tiene otras explicaciones más alambicadas. Podemos es al mismo tiempo un fruto de los errores del zapaterismo y un hijo no reconocido de su propia doctrina. El ex presidente fue el primer gobernante que cuestionó la legitimidad de la Transición y consideró superado el acuerdo constitucional, y durante su etapa de poder se especializó en pactos de ribetes frentepopulistas. Siempre tuvo tentaciones adanistas y aunque el tiempo le ha madurado los conceptos aún debe de picarle la cosquilla de la ruptura. Su coqueteo con Iglesias parece responder a una mala conciencia con fondo de simpatía ideológica. Y no es irrelevante. Primero por lo que supone de deslealtad con un Pedro Sánchez empeñado en encontrar una narrativa política propia –Carlos Alsina dice que Zapatero y Sánchez se llevan como Aznar y Rajoy pero lo disimulan peor–, y segundo porque allí pudo dibujarse el esbozo de una estrategia de largo alcance.
Dicho claro: esa cena no fue una puntada sin hilo como la de la musa del couché. En ella se habló de política para tantear hipótesis de acercamiento futuro. Con o sin Sánchez; Zapatero siempre ha tenido a Chacón como la niña de sus ojos. En el PSOE se perfilan dos líneas claras respecto a Podemos: una de manifiesta empatía emocional y otra más distante que por ahora representan González y Susana Díaz. Muchos votantes suspiran por una alianza poselectoral, aunque la militancia, que siempre piensa en el reparto de cargos, lo vea de otro modo. Y con las encuestas en la mano hay una posibilidad cierta de confluir para arrebatarle a la derecha el Gobierno. Los socialistas van a ser sus adversarios hasta el recuento de votos; luego les tenderán, si hace falta, la mano.
Sólo que está por ver quién queda por delante en las urnas. Porque Iglesias y los suyos no han levantado su proyecto para compartir la merienda con el PSOE sino para comérsela entera ellos. Tal vez se consideren parientes, pero no hermanos. Ni mucho menos primos.