Ignacio Camacho-ABC
Sánchez se ha rodeado de un círculo de poder opaco, ajeno a la estructura gubernamental y al control parlamentario
Una oposición digna de su nombre estaría en este momento encargando al mejor bufete administrativista del país el estudio del nuevo organigrama de la Presidencia del Gobierno, por si procediese un recurso contencioso o incluso constitucional del decreto que configura en torno a Iván Redondo una especie de Ejecutivo paralelo. Porque la reestructuración de Sánchez no sólo convierte a su hombre de confianza en un ministro sin cartera o un primer vicepresidente de hecho, sino que podría incurrir en desviación de poder en sentido estricto al invadir competencias de las comisiones delegadas o dejar en suspenso el principio departamental sobre la autonomía de los ministerios. El asunto es grave porque en la práctica convierte al Consejo en mero refrendatario de decisiones arbitradas en un ámbito externo cuya actividad puede permanecer en secreto y queda por ende sustraída al control del Parlamento. Esto supone la consagración de un modelo opaco que excede con mucho el de un gabinete de asesoramiento para crear un órgano plenipotenciario que concentra fuera de la estructura gubernamental regular una gran cantidad de funciones de carácter estratégico. Y aunque la excusa política sea la de neutralizar la influencia de Podemos, se trata de un caso de acaparamiento de facultades propio, si no de un régimen autocrático, al menos de un cesarismo personalista ajeno a nuestra tradición y ordenamiento. Un grupo de pretorianos no electos, ni responsables ante el Congreso, para dirigir el Estado desde una mesa camilla al calor de un brasero.
Era esperado y sabido que el formato de coalición desembocaría en dos gobiernos en uno; la sorpresa es que el presidente haya decidido puentear también al suyo. Iglesias y su gente callarán porque están muy contentos con sus flamantes (aunque huecas) carteras, su nómina de cargos de designación directa y el tejido subvencional que, como demostraron en el Madrid de Carmena, podrán usar para fidelizar a su clientela. Aunque su aspiración de asalto a los cielos se haya quedado en el usufructo de una pequeña parcela, es suficiente para que hayan perdido el interés por la transparencia, el compliance y otros conceptos de la gobernanza moderna. Sánchez los ha engatusado con bagatelas mientras alumbra para sí mismo una constelación de poder inédita. Una galaxia donde La Moncloa es el centro del sistema alrededor del cual orbitan, deshabitados de identidad, los planetas.
La cuestión esencial, sin embargo, no reside en la mayor o menor potencia del liderazgo sino en determinar si ese reparto encaja en el mecanismo de contrapesos propio del molde democrático. Como poco existe una duda razonable de que pueda rebasarlo. La elusión de los controles supervisores mediante aparatos de mando desinstitucionalizados es la característica clave del iliberalismo contemporáneo. Y España está empezando a recorrer ese itinerario.