Juan Carlos Girauta-ABC
- Una cosa que nos pasa con el problema catalán es que nos agota, nos hastía, nos estomaga
Hablan de dos partes pero solo hay una. ¿Qué mesa es esa? Si te lo cuento por las buenas, la única parte es España. ¿O es que tú te reunirías con alguna de tus entrañas? Gran disparate, siempre te acompañan todas. Otra cosa es que alguien esté dispuesto a extirparle los órganos vitales a la Nación, dejarla cadáver y darse a un tráfico siniestro. Si te lo digo por las malas, al objeto de troceo lo ha puesto en la mesa de operaciones, luego de autopsias y luego de despiece aquel que tiene el encargo temporal de velar por su salud y por sus intereses. Y en una exhibición de poderío destructivo se ha colocado al frente para añadir mofa a la infamia.
Simula el tipo que hay dos cabezas en pie de igualdad, y copreside la negra ceremonia con un Aragonès. Inventa bilateralidades imposibles afrentando a todos: al resto de autonomías, claro, como con razón acusa el último socialista patriota, don Emiliano. De paso escupe a la Cataluña constitucionalista, víctima otra vez de las deslealtades del Gobierno de España.
Por otra parte, esa mesa está trucada. Es una mesa de mago de feria que contesta a las preguntas dando golpes con una pata. Es una mesa «cargada» cual dado de tramposo profesional. De entrada desvían tu atención, te sitúan en un marco más falso que un duro falso, la parte y el todo presentados como entidades de igual naturaleza. Luego rizan el rizo, fuerzan la suerte, retuercen el sentido y te cuelan en el lado de aquella «parte» que es el todo a varios representantes de la nada que es la parte. Así varios ministros que defienden el inexistente derecho de autodeterminación de Cataluña.
Inexistente, sí. Una cosa que nos pasa con el problema catalán es que nos agota, nos hastía, nos estomaga. Por eso no me tomo la molestia de volver a aportar las pruebas de que a Cataluña no le asiste tal derecho. Lo sabe a estas alturas cualquier lector curioso y de buena fe sin necesidad de haber aprobado una asignatura de Derecho Internacional. Lo sabe más que nadie, qué te voy a contar, la tropilla del lado secesionista de la mesa plegable, y les importa tanto como el resto de leyes. Ningún gobierno -europeo o no, democrático o no- se sienta a discutir la autodeterminación de un trozo de su territorio. Salvo el Gobierno Sánchez, caso único que estudiarán en el futuro los historiadores, los estrategas y los psiquiatras.
¿Qué mesa es esa? Pues un tenderete donde se ponen a la venta la soberanía y la unidad territorial. Con una particularidad: poco importa que en su fuero interno Sánchez crea estar haciendo la pirula a sus deplorables socios por la vía de iniciar procesos que no piensa concluir pero le regalan tiempo. (El tiempo suficiente para plantarse en el extremo final de la legislatura). Poco importa, digo, para quien conserve la perspectiva, puesto que la mesa para dialogar sobre autodeterminación quedará establecida desde ahora como un precedente lícito.