La metástasis

ABC 10/11/16
IGNACIO CAMACHO

· Lo más grave es el alcance de la metástasis populista, su efecto epidémico. El carácter simbólico de la pieza cobrada

POR supuesto que el presidente Trump no será como el candidato Trump. Primero porque no le va a dejar un sistema constitucional diseñado por los Padres Fundadores para contrapesar las prerrogativas presidenciales con mecanismos de protección frente al abuso de poder. Segundo porque más allá de esos equilibrios jurídicos funciona en la política americana la ley implacable de los grupos de influencia, que embridarán su desahogado espontaneísmo y su furiosa hostilidad hacia las élites. Pero sobre todo porque él es el primero que sabe que gran parte de sus promesas son falsas. Que la mentira, la demagogia y la impostura son los comodines del juego ventajista de los tahúres del populismo.

Sucedió en Gran Bretaña con el Brexit, cuando Farage tuvo el cuajo de reconocer que sus argumentos de campaña eran simples embustes. Armas para ganar: allá quienes se las hubiesen creído. El populismo no consiste sólo en proponer soluciones fáciles a problemas complejos; antes de eso están los diagnósticos falaces y la identificación de enemigos quiméricos. El populista dibuja una realidad inventada o deforme, un relato nihilista desde el que aplica su tramposa retórica emocional para construir un liderazgo a base de patrañas. Su discurso es el del oportunismo: dice lo que la gente quiere oír y explota la frustración, el miedo, el descontento y la rabia. Contrapone el lenguaje ensimismado y artificial de la política clásica a una soflama de sencillez arbitrista y tabernaria.

En momentos como éste, de incertidumbre y derrotismo social, esa estrategia funciona por sorpresa si cuenta con el soporte mediático suficiente para crear un marco mental hegemónico. Así triunfó el pionero Berlusconi, así los griegos de Syriza y los británicos eurófobos. Así ha vencido Trump, célebre animador de un reality, y así ha obtenido Podemos cinco millones de votos. La Internacional Populista. Después de la victoria, ya se verá; el poder ofrece muchos recursos y en todo caso siempre es posible encontrar más chivos expiatorios –incluso pueden servir los mismos– sobre los que depositar la culpa conspirativa de los incumplimientos o los fracasos. Los tribunos nunca son responsables porque representan a la gente, a la patria, y el pueblo nunca se equivoca. O si se equivoca da igual porque lo descubre demasiado tarde.

Ahora le toca a Trump vestirse de estadista; para el aterrizaje en la realidad ya no le sirve el disfraz de payaso agresivo y estrambótico. La existencia de sólidos contrapoderes no evita la inquietud de una deriva autoritaria: si ha roto todos los diques de contención bien puede hacer saltar también los del realismo político. Pero siendo ésa una conjetura grave lo es mucho más la evidencia de la metástasis populista, el calibre simbólico de la pieza cobrada. Y su indudable efecto paradigmático, expansivo, epidémico. El tumor ha alcanzado el corazón de la Casa Blanca.