IÑAKI EZKERRA-EL CORREO
- ¡Quién da más, o mejor, quién quita más valor a los gestos nobles y humanitarios!
En el caso de Mireia Vehí, llama la atención no sólo que vea un instrumento del terror y la represión en unas fuerzas de seguridad entregadas a la tarea de sacar a moribundos de las aguas sino que no diga una sola palabra contra las autoridades marroquíes que han llevado a esas personas a esa situación extrema. Quizá el origen de su extraña condescendencia con esa perversa y peligrosa utilización política de la infancia resida en que ésta constituye una táctica que al secesionismo catalán le parece legítima y que fue ni más ni menos la que puso en práctica el 1-O de 2017. Quizá lo que sucede es que a su vez aquel 1-O tuvo su gran escuela en otro inolvidable episodio marroquí: el que se inició en el Sáhara el 6 de noviembre de 1975. Y es que la Marcha Verde es el gran antecedente histórico de la sustitución calculada de una fuerza militar por una masa civil para alcanzar un objetivo político, o sea, de este fenómeno posmoderno que podríamos denominar ‘el falso pacifismo’ o ‘la violencia buenista’ y que consiste en la utilización de ancianos, mujeres y niños como fuerza de choque contra un destacamento armado. No digo yo que Mireia Vehí sepa lo que fue la Marcha Verde. Hay metas ominosas y siniestras a las que conduce de modo coincidente e indefectible la simple falta de escrúpulos.
Como el linchamiento miserable de Luna Reyes en Twitter o la amenaza de Vox a la Junta andaluza presidida por Juanma Moreno tienen una larga y triste colección de antecedentes en la historia universal de la infamia y el fanatismo. La verdad es que me cuesta comprender cómo un partido que se parte el pecho en la defensa de la religión se opone de esa manera tan mezquina a socorrer a unos críos que no pasan en muchos casos de los seis años y que sólo querían ver a una estrella del fútbol.