Santiago González-El Mundo
La venganza es un plato que se degusta frío, debe de pensar Pedro Sánchez después de haberse cobrado la suya en Aranjuez frente al Comité Federal, órgano que el 1 de octubre de 2016 lo apeó de la Secretaría General. Lo que con cierta ampulosidad se llamaba en la familia socialista «el máximo órgano del partido entre congresos» ha quedado laminado entre dos instancias: el secretario general y la militancia. La primera es la condensación del poder; la segunda, una entelequia. El Partido Socialista nunca ha sido un partido de militantes, sino de afiliados.
«Un PSOE cercano a sus militantes es un PSOE cercano a sus votantes», ha dicho Pedro Sánchez como principio orientador del poder político. Las nuevas normas, dicen en Ferraz, «construyen un orden jerárquico más fuerte: El órgano superior tendrá capacidad de decisión y control sobre el inferior».
No hubo reacción ni resistencia, salvo que puedan calificarse como tales las ausencias de ayer a la reunión del Comité Federal: Javier Fernández, Susana Díaz, XimoPuig y Francina Armengol, y aún así los cuatro pusieron excusas; la tiranía de la agenda, ya se sabe. No cabe duda de que la jerarquía está ahora más armada, pero ese principio es incompatible con la idea de una militancia que tenga la decisión en todos los procesos del partido y elija directamente a los secretarios generales en todos los niveles. Serán los militantes o afiliados quienes definan los acuerdos de Gobierno o cómo han de votar los diputados socialistas en la investidura de candidatos ajenos al partido.
Sánchez ha establecido un orden (o un desorden) asambleario en el partido, que en la práctica recuerda en su antecedente más inmediato al «Todo el poder para los círculos» de Podemos, que en realidad quería decir «Todo el poder para el secretario general» y que se articuló sobre la implacable autocracia de Pablo Iglesias. Su antecedente más lejano estaba en «Todo el poder para los soviets», sobre cuyas aplicaciones prácticas no es preciso que nos extendamos aquí. O sea, que el PSOE de Pedro Sánchez va a ser una armoniosa combinación de asamblearismo y centralismo democrático.
Pero a todo el mundo le pareció bien, por lo visto, y así lo indica el resultado de la votación: todos los votos a favor, ninguno en contra, ninguna abstención. No se quedaron a la votación Emiliano García-Page, Javier Lambán ni los andaluces Mario Jiménez y Juan Cornejo, aunque tampoco se quedaron Miquel Iceta ni Meritxell, mi Meritxell, incondicionales ambos del líder. Miquel Iceta dijo que «esto hace un mejor partido, más en manos de los militantes, que son sus verdaderos copropietarios». Lambán, más clásico siempre, opinaba que los propietarios no son los militantes, sino los ciudadanos.
La vez anterior que los afiliados se creyeron militancia fue en mayo de 1979, en el 28º Congreso. «Marxismo» exigieron las bases al secretario general y este exigió que lo gestionaran ellas. Cuatro meses de gestora Carvajal y los afiliados se rindieron a Felipe. No había militancia, pero tenían un líder. Ahora no.