Miquel Giménez-Vozpópuli
Un turista ensangrentado. Narcotraficantes pelando a machetazos. Una manada de delincuentes emprendiéndola a silletazos contra un hombre. Una anciana en silla de ruedas agredida. Y alguien lo mira sin hacer nada
Barcelona está repleta de manadas que salen cada día dispuestas a cazar seres humanos. Lo que pasa en mi ciudad escapa a la delincuencia. Es la estación término de décadas de buenismo progre, de escupir a quienes nos defienden del caos, de menospreciar a la víctima y compadecer al delincuente. Es el fracaso de una civilización, decadente y estúpida, que invitó a los bárbaros a instalarse en sus casas, creyendo que cumplían su deber revolucionario. Es muy cómoda esa solidaridad ejercida por los modernos representantes de la caridad apolillada que practicaban las Pías Damas del Ropero. Con dar de comer a un pobre ya tienes ganado el cielo. Lo malo es que, en su caso, ni eso.
Los falsos apóstoles de la bondad son tan imbéciles como peligrosos, puesto que con sus políticas han metido en el redil a una manada de depredadores que no sienten la menor compasión hacia nadie. La imagen del animalista devorado por el oso que intentaba preservar se torna sórdida cuando es el votante podemita o sociata el que acaba siendo asaltado por uno de esos a quienes cree haber rescatado de las garras de la guerra y el hambre.
La culpa la tiene esa mirada cómplice, tanto la de quien graba la violencia sin intervenir en su móvil como la de quien se limita a decir que “los protocolos se están cumpliendo”, expresión de una podredumbre moral tan enorme que quien la pronuncia debería ser considerado tan delincuente como quien comete el delito. Circulan tantos vídeos en las redes en los que vemos palizas, vejaciones, asaltos, peleas y todo lo que ahoga a una ciudad que se tenía por moderna y vanguardista, que es imposible no hablar de esa mirada que, efectivamente, ve, pero no actúa. Uno recuerda la violación, allá por los oscuros años setenta en la Nueva York aun por redimir de manos del alcalde Giuliani, de una muchacha en un patio de vecindad. Los vecinos se asomaron a mirar. A MIRAR. Nadie bajó, nadie intervino, nadie chilló. Solo la víctima, que pedía ayuda inútilmente.
Esa mirada negra, cobarde, inmunda, es la misma de quienes niegan el problema, apresurándose a estigmatizar de xenófobo a quien señala con el dedo a los responsables: los izquierdistas profesionales y su coro de memos, que dicen que hay que acoger, que hay que entender la multiculturalidad, que hay que hacerlo todo, menos proteger al inocente. Y aquí los inocentes somos nosotros, los ciudadanos, los que vivimos acorralados por el crimen en cada esquina de unos barrios que ya no son nuestros.
Robos con violencia, robos de vehículos, robos con intimidación, tráfico de estupefacientes, individuos a los que en once semanas los han detenido hasta en ocho, en nueve, en diez ocasiones
Hablemos claro: la mayoría de los delincuentes detenidos en los últimos dos meses está en la calle. Mucho son ex menas a los que la Generalitat poco o nada debió enseñarles cuando estaban bajo su tutela, quizá porque los responsables de hacerlo estaban manifestándose por los presos o escribiendo larguísimos informes repletos de frases hechas. Argelinos, marroquíes, bosnios, italianos, cubanos, incluso un español, para que no se diga y así las autoridades puedan dormir tranquilas.
Robos con violencia, robos de vehículos, robos con intimidación, tráfico de estupefacientes, individuos a los que en once semanas los han detenido hasta en ocho, en nueve, en diez ocasiones. Hay víctimas heridas por machete, por navaja, por palos de hierro, por cadenas de hierro, por hebillas metálicas de cinturón, por sillas de metal, por palizas, incluso por arma de fuego. La mayoría de los autores de esos delitos son jóvenes, aunque haya quien rebase ampliamente esa categoría. Andan por la misma calle que usted o que yo, su osadía crece paralela a la impunidad de la que se saben imbuidos y eso lo puede ver cualquiera que viva aquí, incluidos los políticos, los periodistas y quienes los graban.
Lo peor es que todos somos cómplices. Unos, por mirar hacia otro lado; otros, por no atreverse a mirar en la dirección correcta
Pero nadie habla de revisar las leyes o, faltaría más, de la repatriación a sus países de origen de ese ejército del crimen que se ha adueñado de nuestra vida. Porque eso son cosas de fachas, ya saben, lo izquierdista es dejar que te roben hasta las pestañas mientras sonríes comprensiva y amablemente.
Lo peor es que todos somos cómplices. Unos, por mirar hacia otro lado; otros, por no atreverse a mirar en la dirección correcta; los más, por cerrar los ojos. De ahí que nadie vea lo que pasa. Porque da miedo tomar conciencia del problema.