- El problema del PP en Cataluña no ha radicado en su excesiva beligerancia con el independentismo, sino en su debilidad y apocamiento frente a su agresiva hegemonía
Cuando los adolescentes españoles leían libros porque no estaban atrapados en pantallas en las que idiotizarse, uno de los más populares era sin duda El Libro de la Selva de Rudyard Kipling. En la maravillosa historia del cachorro humano criado por lobos, protegido por una pantera negra y educado por un oso en la jungla de la India, hay una escena particularmente sobrecogedora que provocaba en los jóvenes lectores estremecimientos de miedo y angustia, pronto disipados por el feliz desenlace del inquietante episodio. La serpiente pitón Kaa, aprovechando un descuido de Bagheera, hipnotiza a Mowgli y le rodea con sus mortíferos anillos mientras el niño, completamente paralizado por la mirada del ofidio, es incapaz de huir, pedir auxilio o defenderse. Cuando la boca de Kaa se dilata dispuesta a engullir su tierna presa, la felina protectora despierta e interviene enérgicamente liberando a su amigo.
Esta vívida imagen ha vuelto a mi memoria al conocer las declaraciones de Alberto Núñez Feijóo en su reciente visita a Cataluña en las que se manifiesta entusiasta de un “catalanismo constitucional”, de la “cordialidad lingüística” y del “autonomismo”. Asimismo, para redondear tan seráfico planteamiento ha abogado por un Partido Popular amable, benévolo y comprensivo que conecte con las clases medias catalanas y evite la confrontación dialéctica con los separatistas. Abundando en esta bienintencionada línea, el coordinador general del principal partido de la oposición, Elías Bendodo, ha confesado que “en Cataluña no hicimos las cosas bien del todo en los últimos años, hay que volver a un PP moderado, centrado y que represente a la mayoría del votante moderado constitucionalista que hay en Cataluña”. Dejando aparte que Bendodo adolece de confusión conceptual, evidenciada por su alegre aseveración durante la campaña andaluza de que “España es un Estado plurinacional”, barbaridad que tuvo que rectificar apresuradamente, tiene razón cuando dice que el PP no ha hecho las cosas bien en Cataluña, aunque yerra la escala temporal del error, que se remonta a un cuarto de siglo atrás y también equivoca el diagnóstico. El problema del PP en Cataluña no ha radicado en su excesiva beligerancia con el independentismo, sino en su debilidad y apocamiento frente a su agresiva hegemonía.
Las sucesivas cúpulas del PP se han empeñado en volver una y otra vez a fórmulas demostradamente fracasadas. Por lo que se va viendo, la actual dirección de los populares incide en análogos desvaríos
Es conocida la lúcida observación de Albert Einstein de que, si quieres resultados distintos, no sigas haciendo lo mismo. Para su desgracia, las sucesivas cúpulas que han ocupado la planta séptima de Génova 13 a lo largo de los últimos veintiséis años no han sabido o no han querido utilizar el método científico, a saber, observación, experimentación y revalidación de la teoría por la realidad comprobada y se han empeñado en volver una y otra vez a fórmulas demostradamente fracasadas. Por lo que se va viendo, la actual dirección de los populares incide en análogos desvaríos.
Lo que nunca se ha producido es la feliz conjunción de un Gobierno de la Nación del PP y una oposición firme de su filial catalana al independentismo en el plano autonómico
Desde 1988 hasta hoy, el PP ha concurrido once veces a las elecciones autonómicas catalanas. Su porcentaje de voto emitido se ha movido entre un mínimo del 3.85% en 2021 y un máximo del 13.21% en 1995. A lo largo de este dilatado período ha tenido ocho presidentes distintos y ha ido dando bandazos estratégicos y tácticos capaces de marear a la perdiz más resistente y, lo que es peor, ha anunciado a bombo y platillo cada nuevo “giro”, sometiendo a su potencial electorado a tantas sacudidas que ha acabado con su paciencia. Existen dos elementos que explican las cotas alcanzadas por el PP en los comicios autonómicos, su acción en el espacio catalán respecto al nacionalismo dominante y el efecto arrastre sobre la sociedad catalana del poder obtenido en las urnas a nivel nacional. Así, en su momento de mayor porcentaje, 1995, triplicó sus escaños de 1988 en el Parlament mediante una confrontación implacable en el campo de las ideas y de las convicciones con el entonces todopoderoso Jordi Pujol. En aquella ocasión, muchos votantes socialistas del cinturón industrial de Barcelona en las elecciones generales, castellano-parlantes y recelosos de la creciente presión nacionalista, se inclinaron por la papeleta del PP. Otra coyuntura de auge emergió en 2012, con un 12,97%, en la estela de la mayoría absoluta obtenida por Rajoy tras el derrumbe de Zapatero. Desafortunadamente para el centro-derecha constitucionalista en Cataluña, lo que nunca se ha producido es la feliz conjunción de un Gobierno de la Nación del PP y una oposición firme de su filial catalana al independentismo en el plano autonómico. Cada uno de estos dos factores ha revelado su eficacia para movilizar a los catalanes en favor de la formación azul, pero nunca han encontrado la sinergia que les hubiera dado verdadera influencia en Cataluña.
Es posible que llegue el día en que el PP aprenda por fin cuál es su misión en Cataluña, la defensa a ultranza, sin concesiones ni temblequeos, de los valores constitucionales, los derechos individuales, la unidad nacional
Feijóo, en la etapa inicial de su presidencia del PP, ha constatado que, sin un significativo incremento de apoyo en Cataluña, difícilmente conseguirá una mayoría cómoda en el Congreso. Consciente de esta molesta circunstancia, se ha lanzado a la reconquista de unos sectores sociales que en 2017 hicieron de Ciudadanos la opción más votada y que en 2021, profundamente decepcionados por la defección y el abandono tanto de C´s como del PP, se resignaron a colocar en cabeza a un PSC siempre connivente con el secesionismo. Es una lástima que haya empezado mal tan necesaria empresa recorriendo un camino que sólo le conducirá a repetir operaciones demostradamente inútiles. Hechizado por el penetrante y siniestro fulgor de las pupilas de la serpiente identitaria intentará en vano ganarse su piedad plegándose a su fanático dominio. No tendrá, como Mowgli, la suerte de contar con una musculosa pantera negra que le saque de su sopor y ahuyente a su cruel verdugo. Es posible que llegue el día en que el PP aprenda por fin cuál es su misión en Cataluña, la defensa a ultranza, sin concesiones ni temblequeos, de los valores constitucionales, los derechos individuales, la unidad nacional y las libertades civiles, en oposición valiente e ideológicamente sólida a la doctrina política que más desolación, destrucción y barbarie ha causado en el siglo XX, que está arruinando y descomponiendo Cataluña y que todavía enciende la hoguera de la devastación sobre el suelo europeo. Lo triste es que, si tal despertar a la lucidez tiene lugar, será probablemente demasiado tarde.