Marilyn Monroe le contaba a Tony Curtis en ‘Con faldas y a lo loco’ cómo imaginaba ella a los millonarios que aguardaban a ‘Sweet Sue y sus muchachas sincopadas’ en Florida: “tienen la mirada lánguida y los ojos chiquitos de tanto mirar las cotizaciones de la bolsa”. Desde hace dos semanas me viene la frase de Sugar Kane cada vez que comparece Pedro Sánchez. A él se le está quedando la mirada mortecina y también tiene los ojos chiquitos de tanto mirar el teleprompter de Oliver con las últimas paridas de Iván Redondo. O quizá es que los achica para poder ver a su tropa en su verdadera dimensión.
Cada vez que aparece el doctor Sánchez en la tele con la mirada perdida en un punto imaginario que quiere representar los ojos del espectador hay que ponerse en lo peor. No sabe lo que pasa, como le ocurre en casi todos los órdenes de la vida. Por eso da palos de ciego. El poder es par una piñata y si acierta con un golpe que la reviente caerán sobre él todos los chuches que tanto ansía. Lo último es la paralización de las actividades no esenciales de la Economía. ¿Y qué es eso, si puede saberse? Así, en primera instancia, podría decirse que la actividad gubernamental. Junto al presidente, su guardia pretoriana más estricta la forman Carmen Calvo, Adriana Lastra, José Luis Ábalos e Iván Redondo. Ya me dirán. Después, hay que atenerse a los argumentos de autoridad. Sánchez no ha comunicado sus intenciones a la patronal ni a la oposición. Y han cerrado filas junto a él: Podemos, los golpistas catalanes y los sindicatos. Excuso decirles.
Se trata de hibernar la Economía para evitar el colapso sanitario, dicen, aunque no es descartable que en realidad se esté decretando el colapso económico con una finalidad de tanteo. El doctor Sánchez ha convertido la Moncloa en la zona cero del desastre, a juzgar por el número de contagiados: Carmen Calvo, su mujer, su suegro, su madre, un escolta y un miembro del equipo médico habitual. Las dos ministras que acababan de superar la cuarentena después de haber cantado en el test, Irene Montero y Carolina Darias, han vuelto a dar positivo. Enumerábamos ayer el fiasco de los test, que primero eran 8.000, después 50.000 y finalmente los 650.000, que se rechazaron en origen. Es sorprendente que el pobre Fernando Simón anunciara el viernes que se han encargado 640.000 nuevos test a la misma empresa china, Shenzhen Bioeasy. Tanto como la explicación dada por la titular de Exteriores, Arancha González Laya en Radio Euskadi, admitiendo que “no estamos muy acostumbrados a comprar en China, es un mercado que nos es desconocido y hay muchos intermediarios que se presentan y nos ofrecen gangas y luego evidentemente resulta que eso no son gangas”. Lo barato sale caro, ya lo decía mi madre, que no era como la ministra una especialista en comercio exterior ni hablaba idiomas. “Don Salvador es un tonto en cinco idiomas”, que dijo Ortega y Gasset de Madariaga.
Así está el tema. Sánchez está en pánico, es un presidente desbordado. El PP debería proponer al PSOE su ruptura con Podemos para hacer una coalición nacional. Sin Sánchez, claro, aunque eso tiene dos problemas. El primero, que Sánchez no está por la labor. El segundo, que el PSOE no es capaz de toser a Sánchez.