Javier Zarzalejos, EL CORREO, 28/8/11
Bildu no quiere que ETA deje las armas, no cree que las vaya a dejar y no está para convencerle de que lo haga. Para Bildu, ETA no ha sobrado nunca, ahora, ni siquiera estorba.
“La misión de Bildu es convencer a ETA de que dejen las armas». El titular podía ser forzado o la frase sacada de su contexto. Pero no. Unos días después: «Bildu tiene sentido si es si es exigente con ETA». Definitivamente, no había sido un lapsus. Quien acumulaba estas declaraciones en la última semana no era un opinante ocasional. Era Elena Valenciano, la directora de la campaña del candidato socialista a la presidencia del Gobierno, confirmada como número dos de la lista del PSOE por Madrid y valor ascendido aunque la actual rebatiña de jerarquías que causa la bicefalia Zapatero-Rubalcaba impida precisar con exactitud el lugar de Valenciano en el escalafón socialista.
Pensar que tenemos en Bildu un aliado contra ETA, sostener que Bildu está el mundo de la legalidad para «convencer a ETA de que dejen las armas» es una sonrojante expresión de ignorancia o una ingenuidad temeraria, pero en todo caso una prueba del fatal presupuesto político en que se ha basado la reentrada de este instrumento político de ETA en las instituciones democráticas.
No. La misión de Bildu no es ni ha sido nunca la de convencer a ETA de que deje las armas. La misión de Bildu –ya que deberíamos saberlo- no es gestionar el proyecto de los demócratas para acabar con ETA, sino gestionar el proyecto de ETA para asfixiar a la democracia.
No. La misión de Bildu no es persuadir a ETA de lo que ellos mismos no creen. Bildu no ha nacido para condenar la violencia terrorista, menos ahora que se le ha dicho la condena no es una condición de la legalidad. Bildu no está para que ETA reconozca el mal causado sino para forzar a que los demás concedamos que las víctimas no son en realidad víctimas de ETA, sino de un conflicto político que nos empeñamos en prolongar porque no somos suficientemente demócratas. Es decir que, en realidad, los culpables somos nosotros.
No. Tal vez haya que recordar que lo que se ha legalizado es una coalición electoral y, por tanto, la misión de Bildu es conseguir todos los votos que le sea posible para ganar el máximo poder. La misión de Bildu es ampliar sus plataformas institucionales para legitimar, reivindicar, cohesionar y fijar objetivos a un mundo que pueda sostenerse sobre los pilares que el Estado de derecho había convertido en excluyentes: la política y el terror.
No. La misión de Bildu ha sido la de eludir el Estado de derecho y cantar el fin de la política de ilegalización, desmintiendo aquello de que ‘o votos o bombas’ porque, con ETA existente, votos y bombas -para empezar, todas las que ya ETA ha hecho estallar- de nuevo pueden coexistir.
No. La misión de Bildu no es convencer a ETA de que dejen las armas sino permitir que ETA escape a su derrota y se prolongue en el proyecto político del que Bildu y los suyos son celosos administradores, que no albaceas.
Habrá todavía quien crea que ETA está muy preocupada por la fagotización acelerada a cargo de Bildu del nacionalismo soberanista, por la presión que el PNV deja traslucir con desasosiego creciente o por ese discurso perverso que coloca al Partido Popular como una amenaza para la ‘pacificación’ si llega al poder. Habrá quien crea que llegará el día en que los asesinos y sus cómplices arríen el conflicto político como coartada moral de sus crímenes y abominen del terror y la muerte que han sembrado. Y no hay duda de que hay quien cree, o necesita creer, que Bildu será la avanzadilla de la paz.
Pues bien, la idea de Bildu como valedor de nuestros anhelos más profundos de libertad y normalidad cívica es sencillamente grotesca. Resulta inexplicable que después de lo ocurrido en las pasadas elecciones, se siga alimentando un relato que por mucho que se quiere disfrazar de exigencia, regala a los gestores políticos de ETA protagonismo y legitimación. Porque si tan importante es la misión de Bildu -ni más ni menos que convencer a ETA de que deje las armas- lo lógico es ayudarles, fortalecerles, darles concesiones que agranden su posición de sinceros intercesores ante la banda. Y sí, por ejemplo, Bildu no parece suficiente, pues se explica lo importante que sería legalizar a Sortu. Patxi López podría volver a expresar su satisfacción para decir a continuación, por enésima vez, aquello de que «ahora tienen que demostrar que son demócratas” o cualquiera de las fórmulas ya acreditadas. Incluso si alguien piensa que los resultados de la izquierda abertzale no son suficientemente buenos se puede profundizar en el argumento de ‘Bildu, nuestro aliado’ para preparar el decorado esa negociación política que reclama y darles hechas las dos próximas campañas electorales. En resumen, la pendiente deslizante del disparate.
Ese ‘Bildu’ de Valenciano cuya misión sería convencer a ETA, no existe porque la coalición no quiere que ETA deje las armas, no cree que las vaya a dejar y porque no está para eso. Para Bildu, ETA no ha sobrado nunca y, ahora, ni siquiera estorba. Si es el Bildu del buenismo existiera, lo habríamos reconocido sin necesidad de más cábalas. ¿No nos acordamos? Quienes sinceramente quisieron abandonar la violencia lo hicieron. Quienes, desde su encuadramiento anterior en ETA, reconocieron el valor de la democracia y decidieron participar en este gran espacio de libertad entraron en él para compartirlo y fortalecerlo. Hicieron una apuesta personal y política valiosa. Éstos -los legalizados y por legalizar- sólo han hecho un despliegue insultante de fraude y oportunismo.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 28/8/11