Rubén Amón
El ConfidencialEl líder socialista saca adelante con un atracón de votos el decreto de la nueva normalidad, pero se aleja de sus verdaderos socios y se muestra mucho más débil de lo que parece
Pedro Sánchez ha vuelto a salir a hombros. Pretendía arrojarlo al suelo el artífice de su investidura, o sea, ERC, pero el líder socialista terminó siendo izado por los partidos de la oposición, de tal manera que Sánchez tuvo la delicadeza de guardarse en el bolsillo la foto de Colón: PP y Ciudadanos ya no eran este jueves partidos de la ultraderecha.
Procedía agradecerles la «altura de miras» y el sentido de la responsabilidad. Casado y Edmundo Bal no abjuran de las diferencias ni del repertorio de las expresiones catastrofistas, pero la consigna edulcorante del PSOE consistió en la condescendencia y la filantropía. Ni siquiera Unidas Podemos llevó demasiado lejos la aversión a los azules y los naranjas.
Resulta que Sánchez, representado por la diplomacia espesa del ministro Illa, ha logrado una amplísima mayoría para consolidar en el Congreso el decreto de la ‘nueva normalidad’, aunque el banquete de votos no es sintomático de una buena salud política. Más bien parece un brote peligroso de bulimia. Se ha pegado Sánchez un atracón perfectamente consciente de hallarse en un estado de euforia engañoso. No ya porque los apoyos de PP y Cs son puramente coyunturales o condicionales, sino porque el deterioro de las relaciones con el soberanismo catalán y el enconamiento de Iglesias con los partidos conservadores predisponen la angustia de una legislatura abocada a remontar la muralla de los Presupuestos.
La flexibilidad de la geometría variable ha explorado todos los límites posibles, pero Sánchez se encuentra atrapado en una inquietante paradoja: la oposición le ha sido más leal que sus aliados naturales. No sabemos hasta qué punto hay que tomarse en serio la beligerancia de Rufián. Nunca se le ha visto al arcángel Gabriel tan agresivo como estas últimas horas, bien porque deplora la alianza con el PP y con Cs, bien porque quiere vengarse de Felipe González a título póstumo o bien porque el horizonte de las elecciones catalanas requiere un ejercicio de repugnancia política que malogra el espejismo de la investidura.
El papel de Iglesias consiste en suturar las costuras de Frankenstein, pero también le carcome la convivencia política de un cuerpo extraño: Ciudadanos desquicia a ERC y al PNV tanto como molesta al timonel de Unidas Podemos. No ya por razones ideológicas y personales, sino porque expone la debilidad de la coalición gubernamental y porque reactiva la bomba de relojería de la geometría variable. La emergencia sanitaria ha sugestionado una cohesión parlamentaria que puede desmoronarse cuando sobrevenga la realidad de la emergencia económica.
El compromiso de las fuerzas conservadoras en los planes de reconstrucción amenaza el abrazo teatral que se dieron anteriormente Pedro y Pablo
Los Presupuestos constituyen la clave definitiva e improrrogable. Ya le gustaría a Sánchez pactarlos con quienes le hicieron presidente, pero la depresión económica, las condiciones de Bruselas, el sacrificio de las promesas ideológicas y hasta la candidatura de Nadia Calviño a la presidencia del Eurogrupo sobrentienden una hostilidad entre el PSOE y ERC a la que difícilmente puede poner remedio la mediación de Iglesias. Es más, el compromiso de las fuerzas conservadoras en los planes de reconstrucción amenaza el abrazo teatral que se dieron Pedro y Pablo cuando inauguraron la primera coalición de la España contemporánea.
No puede prolongarse demasiado el cambio de pareja en el baile de graduación. La promiscuidad de Sánchez ha prosperado en la anomalía sanitaria, pero el presidente del Gobierno está constreñido a definirse. Y a asumir los efectos traumáticos que suponen no ya sustraerse al chantaje de Esquerra o a las siniestras cooperaciones con Bildu, sino sepultar a Frankenstein y al doctor Iglesias en la misma operación, reduciendo a este último a un papel de monaguillo.
Los Presupuestos de la reconstrucción implican una ortodoxia y una intervención cuya novedad puede simbolizarse en la proyección de Nadia Calviño
La segunda opción consiste en reanimar el soberanismo y en regresar al dogma ideológico fundacional. Es posible y hasta verosímil, pero los Presupuestos de la reconstrucción implican una ortodoxia y una intervención comunitaria cuya novedad puede simbolizarse en la proyección de Calviño: la deploran Rufián e Iglesias tanto como la arropan el PP y Ciudadanos.
La tercera vía es la castración del propio Iglesias. El líder de Unidas Podemos resistiría al lado izquierdo del padre transigiendo y tragando con los peores anatemas. Es una solución muy desagradable para su moral y su megalomanía, pero las encuestas —y las elecciones gallegas y vascas— demuestran que las mareas se han convertido en charcos.
Cada vez es más bizantina la política española a fuerza de enjaezarse las paradojas. El apoyo de PP y de Cs debilita al Gobierno de Sánchez. Y el rechazo de ERC a Sánchez convierte al presidente del Gobierno en más fuerte, más todavía cuando el soberanismo extremo se retrató este jueves en el mismo bando de Vox. Qué hermoso el encuentro de ERC, Bildu y Vox.