Ramón Tamames-ABC
- «La moción ha sido un esfuerzo de escenificación controversial parlamentaria, que muchos españoles han seguido vivamente. Y mi gratitud a quienes entre tantas ocultaciones, siguen buscando la verdad, y la idea posible de un buen gobierno que verdaderamente luche por el bien común»
Con la idea de estar moviéndose en el espacio/tiempo, una moción de censura es un viaje que se emprende sin ni siquiera saber cómo va a empezar. Y mucho menos aún sobre cómo va a terminar: sus reglas y precisiones posibilitan cualquier situación imaginable. Lo que sí tengo claro, en cambio, es que la principal conveniencia de una operación parlamentaria así, es atraer la atención de los ciudadanos sobre un debate de cierta envergadura.
La moción es una especie de puerto de arrebatacapas, en el que cada grupo parlamentario quiere hacerse con el mayor beneficio posible. En medio de una polémica/polka que recurre a veces el método Ollendorff, en el que se dan contestaciones que nada tienen que ver con las preguntas, o sencillamente se omite cualquier revelación importante. Llegándose en ocasiones a un penoso escenario más mitinero que no parlamentario, cuando el grito supera a la reflexión.
La moción de censura de los días 21 y 22 de marzo en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, ha tenido mucho de todo eso, ciertamente, con una novedad en la historia política del país: la designación por el grupo proponente parlamentario Vox, de un candidato al margen de filiación política, y absolutamente libre para expresar sus ideas en torno a las cuestiones clave de la vida nacional.
Mucho medité la propuesta que se me hizo por Vox, tras la inicial sugerencia en ese sentido de Fernando Sánchez Dragó, uno de nuestros escribidores más distinguidos. Con quien compartí un tiempo en la cárcel de Carabanchel, durante la rebelión estudiantil de 1956.
El caso es que a la hora de tener que responder a la propuesta de encabezar la moción de censura, hice, pensando en el Congreso, toda una retrospectiva de lo que fueron mis largos años de aprendizaje; como técnico comercial del Estado, y de docencia, como catedrático de Estructura Económica, ídem de ídem Jean Monnet de la Unión Europea. Y finalmente, con el reto permanente de ser miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
España es un país difícil, con un desarrollo histórico de muchas dificultades desde el reinado de Witiza y la debilidad de Don Rodrigo, amén de la traición del Conde Don Julián, por sintetizar lo que fue el siglo octavo. La Historia sucesiva fue la de recuperar y enderezar instituciones comunes, en todo un proceso histórico lleno de malentendidos, guerras civiles, y situaciones que alentaron el separatismo, o la idea de romper la nación, o marcharse de ella. Todo ello mezclado con una historia universal gloriosa de medio mundo del Tratado de Tordesillas (1494) en América y el Pacífico. Y últimamente con la fuerte dosis de un populismo que quiere abarcarlo todo desde el Estado, con visiones autocráticas y ruptura de los equilibrios constitucionales de los tres poderes: legislativo, judicial y ejecutivo. Y además, con un separatismo inexplicable racionalmente en las regiones más ricas y beneficiadas de España.
El resultado, de momento, por estos lares, es que tenemos un gobierno Frankenstein (la expresión es de Alfredo Pérez Rubalcaba). A lo que ahora se agrega el ‘síndrome de La Moncloa’, desde el cual se piensa, casi patológicamente, que el Gobierno lo está haciendo mejor que nadie. Cuando en realidad lo que está en marcha es dividir España en dos mitades en confrontación. Con un afán desmedido de volver a escribir la historia patria desde el Boletín Oficial del Estado. Con la memoria democrática que nos golpea cada día con interpretaciones y caracterizaciones de fascistas, machistas y otras lindezas, dirigidos a quienes no participan del pensamiento único y retorcido de La Moncloa.
Frente a esa situación, en los días 21 y 22, desde mi escaño como candidato, tuve la más que triste experiencia de ver cómo se ha deteriorado la vida parlamentaria. Cómo se abusa de tiempos que valen oro con oratorias tediosas: más de cuatro horas el primer día, desde el Gobierno, que dejaron la sensación de hablar por hablar, para cansar al candidato de puro tedio. Y así se lo dije a la Presidenta del Congreso en una cuestión de orden. Y a ese respecto, tengo la convicción profunda de que es preciso regular mejor en el reglamento parlamentario sobre la moción de censura, al estilo de la brevedad del Parlamento Europeo.
Además, después de oír las largas peroratas del presidente del Gobierno y de dos colaboradores suyos, creo que el señor Sánchez, siempre conectado a su cordón umbilical electrónico, ha contagiado a su equipo del propio síndrome monclovita: son los mejores, que están haciendo una España nueva. Cuando en realidad más bien parece que la cosa va por otro camino: apacentar el rebaño y mantenerlo bien obediente en el redil para seguir paciendo… y votando.
Pocos días después de pasar por la moción de censura, vuelvo a agradecer a mis proponentes, los 52 diputados de Vox -y uno individual más que me votó (Pablo Cambronero)-, uno ha adquirido conciencia de que la gravedad de las carencias y malicias del ‘gobierno Frankenstein’ son aún mayores de lo que pensaba. Porque están rompiendo el respeto a los poderes constitucionales, y desconocen las verdades de las cifras: el máximo paro de Europa, la más lenta recuperación desde la pandemia, los organismos del Estado malfuncionando casi todos, la ampliación de la pobreza y la exclusión, el sectarismo y la tergiversación de la historia, y de la crónica cotidiana.
No sé si estas jornadas parlamentarias de la semana que hoy acaba serán mis últimas contribuciones a la idea de España que fui forjándome desde tiempos de la dura postguerra, pero también con horizonte de esperanza. Casi colmada por la Transición, hoy vituperada por doquier desde el Gobierno. Lo que en cualquier caso guardaré en mente, es que la moción ha sido un esfuerzo de escenificación controversial parlamentaria, que muchos españoles han seguido vivamente. A todos ellos, mi admiración por su serenidad a veces increíble ante lo que hemos visto. Y mi gratitud a quienes en medio de tantas ocultaciones, siguen buscando la verdad, y la idea posible de un buen gobierno que verdaderamente luche por el bien común.