- Los estrategas del PP siguen contagiados de arriolismo-marianismo, esa metodología oriental que estriba en sentarte pacientemente a la puerta de tu sede para esperar el cortejo fúnebre de tu enemigo
España tiene un problema de enorme y sobrecogedor calado y de muy difícil solución que consiste en que está gobernada por sus enemigos. En otras palabras, al timón de la nave del Estado se encuentran aquellos cuyo plan explícito y declarado es que la embarcación se hunda. Por supuesto, esta situación insufrible e insostenible se puede disfrazar de muchas maneras si el timonel es capaz de mentir de manera continua sin que se le mueva un músculo de su pétreo rostro. Por ejemplo, llamar “desinflamar” Cataluña a preparar una segunda edición del golpe del 1 de octubre de 2017, pero esta vez con la aquiescencia del Gobierno central; cubrir con el púdico velo del inofensivo vocablo “consulta” lo que será según sus reivindicadores un referéndum de autodeterminación; pretender que se está “desbloqueando” la renovación de los órganos constitucionales, clave de bóveda del sistema, cuando lo que se está haciendo es tomarlos por asalto para neutralizarlos e impedir que controlen los desmanes del Ejecutivo; afirmar que se está “adaptando nuestro código penal al existente en nuestro entorno europeo” mientras se hace exactamente lo contrario, es decir, sancionar con penas muy leves lo que en muchos Estados miembros de la UE se castiga de forma extraordinariamente severa y así sucesivamente.
La razón por la que nos encontramos en este estado de postración radica en que millones de españoles han votado libremente a fuerzas políticas que impulsan un proyecto de destrucción
No es una exageración considerar que la situación es de extrema gravedad y que la amenaza que gravita sobre España es de carácter existencial, ser o no ser, pervivir como una Nación multisecular de gigantesca envergadura histórica y como una democracia representativa operativa y saludable o perecer fragmentada en mininaciones inventadas, empobrecidas e irrelevantes, en manos de dogmatismos colectivistas y totalitarios. Por supuesto, este horror no está sucediendo por una conjunción desafortunada de hados hostiles ni porque un grupo de hábiles conspiradores haya tenido éxito en sus oscuros manejos. La razón por la que nos encontramos en este estado de postración radica en que millones de españoles han votado libremente a fuerzas políticas que impulsan un proyecto de destrucción, división, enfrentamiento y desvertebración. Esta es una verdad desagradable, insoportable para algunos, pero debemos contemplarla de frente si deseamos superarla.
Como he reiterado últimamente, las democracias son regímenes de opinión y quien conforma y moldea la opinión gana las elecciones. Curiosamente, la actual mayoría parlamentaria de socialistas nominales, comunistas posmodernos, separatistas irredentos y justificadores del crimen, basa su éxito en las urnas en presentar sus propuestas disfrazadas de lo que no son. Sánchez se jacta de ser un pacificador a la vez que excita a la mitad del país contra la otra mitad, los bolivarianos autóctonos prometen una arcadia feliz de igualdad y bienestar rebosante de derechos satisfechos aunque allí donde se aplica su modelo reinan la miseria, la tiranía y la huida masiva de gente despavorida, los secesionistas pintan un futuro feliz de identidad pletórica y desbordamiento del cuerno de la abundancia pese a la fuga de empresas y talento y a la caída del crecimiento que provocan sus medidas confiscatorias y coactivamente homogeneizadoras y los partidarios del asesinato como forma de convencimiento se vanaglorian de defender la democracia y la paz civil.
Un sujeto como Pedro Sánchez y su cohorte de íncubos y súcubos ocupan La Moncloa y malgastan nuestro dinero alimentando a sus clientelas y deformando los cerebros de un número considerable de ciudadanos
El hecho de que opciones tan corrosivas merezcan el apoyo de tantos buenos votantes tiene una fácil explicación. El marco mental de nuestros compatriotas se configura básicamente en tres espacios: las escuelas, las grandes cadenas de televisión y las redes. Basta comprobar qué corrientes políticas e ideológicas son dominantes en los tres para entender los motivos por los que un sujeto como Pedro Sánchez y su cohorte de íncubos y súcubos ocupan La Moncloa y malgastan nuestro dinero alimentando a sus clientelas y deformando los cerebros de un número considerable de ciudadanos.
Es en este contexto sombrío que hay que situar la eventual presentación de una moción de censura que obviamente no se puede ganar. Se trata de concentrar la atención de una sociedad anestesiada y desorientada en una sesión parlamentaria en la que, sin límite de tiempo, cabe la posibilidad de explicarle las tropelías que comete impunemente la mayoría gobernante y de ofrecerle una senda alternativa dotada de credibilidad y atractivo. Si a este propósito, que por sí solo ya merece el esfuerzo, se añade el detalle práctico de que el cabeza de filas del principal partido de la oposición no es diputado en el Congreso y que sus encontronazos en el Senado con el capo di tutti capi son simples salvas de fogueo, resulta incomprensible que Feijóo no comprenda la oportunidad que desperdicia al limitar sus críticas y sus ideas alternativas a actos dispersos sin mayor relevancia o a efímeros destellos en Twitter.
Es obvio que los estrategas del PP siguen contagiados de arriolismo-marianismo, esa metodología oriental que estriba en sentarte pacientemente a la puerta de tu sede para esperar el cortejo fúnebre de tu enemigo. Tampoco es descartable que la solidez de principios, la claridad de conceptos, la potencia de fuego dialéctico y la maestría escénica que requiere el salir triunfante de semejante prueba sean percibidas como inaccesibles por el llamado a demostrarlas y se recurra al argumento displicente de la zorra incapaz del esfuerzo de alcanzar las uvas. El infierno está empedrado de buenas intenciones y de trenes perdidos.