Juan Pablo Fusi Aizpurua

  • La Transición –jalonada de graves y múltiples problemas– fue un nuevo comienzo para el país, un gran momento histórico: Monarquía democrática, Estado autonómico, régimen de libertades, nuevos medios de comunicación, oficialización de lenguas y culturas de nacionalidades y regiones, reconversión industrial y económica, grandes obras de infraestructura… España recuperó su lugar en el mundo

Franco murió el 20 de noviembre de 1975, tras casi dos meses de dolorosísima agonía. Mientras agonizaba, Marruecos organizó una Marcha Verde de unos 100.000 civiles desarmados sobre el territorio del Sahara español, para provocar así la anexión de hecho del territorio (que España retenía desde 1885). España abandonó precipitadamente el Sahara y, desdiciéndose de sus compromisos anteriores –por los que se obligó a garantizar la autodeterminación del territorio–, aceptó su partición entre Marruecos y Mauritania. El hecho adquiría valor metafórico. España abandonaba África, el territorio donde se había forjado la carrera militar del dictador que ahora moría.

Muerto Franco, no hubo la ‘Monarquía del 18 de Julio’ prevista en los proyectos continuistas del franquismo. La Monarquía del Rey Juan Carlos I, proclamada a la muerte del dictador, iba a ser, mucho antes de lo que se pudo pensar, una Monarquía constitucional y parlamentaria. La Transición –difícil, jalonada de graves y múltiples problemas (obvia dificultad de la misma reforma política, el terrorismo de ETA, las estrategias de desestabilización, las presiones militares, las reivindicaciones nacionalistas…)– fue un nuevo comienzo para el país, un gran momento histórico: Monarquía democrática, Estado autonómico, régimen de libertades de información y opinión, nuevos medios de comunicación, oficialización de lenguas y culturas de nacionalidades y regiones, reconversión industrial y económica, grandes obras de infraestructura… La riqueza nacional se duplicó entre 1976 y 2000. Con la entrada en Europa en 1985, España recuperó su lugar en el mundo. Los grandes problemas de su historia reciente –atraso económico, organización territorial, democracia política– parecían ahora razonablemente resueltos.

Julián Marías vio la recuperación de la libertad, el tránsito de España de la dictadura a la democracia a la muerte de Franco, lo que él llamó «la devolución de España a sí misma», con optimismo y esperanza. Creyó que en 1975 España –la España real, un pueblo «vivo», «activo», «ni enfermo ni envilecido ni lleno de odio», escribió– estaba ya plenamente preparada para la libertad y la democracia. La Transición fue para Marías el final de la Guerra Civil, el comienzo de una nueva etapa plena de posibilidades: un proceso, diría, de devolución de un viejo e ilustrado pueblo por el que, tras la aprobación de la Constitución de 1978, los españoles volvían a ser plenamente responsables de España (que además, añadamos, lejos de olvidar su pasado más dramático y conflictivo, recuperaba la memoria integra de su historia: sólo entre 1975 y 1995 se publicaron 3.597 trabajos académicos sobre la Guerra Civil, de ellos 1.848 libros). Ciertamente, en la nueva Constitución, la de 1978, a Marías le preocuparon ante todo la ausencia en el texto de una clara definición de España como nación y el deslizamiento –en su opinión, falso– hacia una idea de España como un simple Estado, y como un conglomerado de «nacionalidades» y regiones. Pero el texto final y definitivo le pareció con todo positivo y viable, y por ello, suficiente y necesario a España como nuevo proyecto histórico.

Cuando en 1981 publicó ‘Cinco años de España’, libro en que recogió muchos de los artículos y ensayos que había ido publicando desde el fin de la dictadura (buena parte de ellos en ABC), Marías hizo, en el prólogo, un balance de lo que había ocurrido desde 1975, en lo que llamaba la primera etapa de la nueva vida pública española (que suscitó su entusiasmo). Lo más sustancial le parecía que, en contraste con lo ocurrido con la anterior experiencia democrática –fracaso de la II República en sólo seis años–, la nueva democracia española aparecía en 1981 con sus instituciones intactas y funcionando normalmente, en un país además que, pese a la presencia de pequeños grupos que buscaban la destrucción del Estado y de su estructura territorial, vivía en «estado de concordia» e instalado en la legalidad y el derecho. La operación realizada entre 1975 y 1981, la Transición, le parecía «fabulosa, casi increíble». Marías reconocía el papel capital, importantísimo, que el Rey –la institución monárquica y el propio Juan Carlos I– había tenido en el proceso, proceso que a Marías le admiraba por su originalidad: uso de la legalidad vigente anterior para transformar las instituciones previas en algo completamente distinto. Marías recordaba paralelamente los que le parecían habían sido los principales puntos de la Transición (que asociaba, con justicia y sentido de la historia con la etapa, 1976-1981, en que gobernaron Adolfo Suárez y su partido, la Unión de Centro Democrático, UCD): que se hubiese procedido antes a la liberalización del país –legalización de partidos y sindicatos, reconocimiento de las libertades públicas fundamentales (expresión, asociación, manifestación, prensa…)– que al ejercicio mismo de la democracia electoral; el propio estilo personal de gobierno de Adolfo Suárez, que buscó ante todo el consenso, la distensión y el entendimiento en la política y en la sociedad; y haber sabido escapar, con la creación de UCD, del esquematismo derecha/izquierda –«arcaico», «poco inteligente», «destructivo»–, esquematismo que Marías pensaba habría llevado, como en 1931-36, al desastre.

Pensaba que tras Suárez, que dejó el poder en enero de 1981, la vida pública española entraría en una etapa de normalización. No ignoraba los posibles riesgos y errores que a partir de entonces volverían a amenazar la realidad política de España. Marías advertía, por ejemplo, sobre los peligros de una vuelta atrás, a 1931-36, como advirtió reiteradamente en sus escritos de aquellos años, sobre los peligros de la falsificación de la historia y sobre todo, de la historia de la guerra civil. Pero confiaba en las enormes posibilidades de la nueva España y en la «fantástica» transformación creadora, y gran proyección internacional, que España había experimentado entre 1975 y 1981, confianza que Marías vio confirmada poco después, cuando la democracia española, con el Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado a la cabeza, abortó el intento de golpe de Estado de 23 de febrero de 1981, victoria que en su opinión supuso la revalorización de la situación política existente, tal como dejó escrito en el volumen tercero de sus memorias, ‘Una vida presente. Memorias 3′ (1975-1989’ que apareció en 1989.