Teodoro León Gross-El País
Sánchez se ha hecho definitivamente con la iniciativa. Eso, en un juego de tacticismos cortoplacistas es algo más que una pequeña ventaja
Pedro Sánchez se ha hecho definitivamente con la iniciativa. Eso, en un juego de tacticismos cortoplacistas disputado al regate corto, de día en día, de tuit en tuit, es algo más que una pequeña ventaja. Desde La Moncloa han logrado marcar el paso a Génova después de que Sánchez y Casado lanzaran a la vez mensajes de moderación, incluso cierta voluntad de consenso transversal. Ahí Sánchez ha ganado la posición central, algo clave para dominar los equilibrios. Por supuesto no hay motivos fundados para creer que esa moderación sea real en ningún caso, pero esto es ahora irrelevante: no se trata de que sea real, sino de que el mensaje funcione.
La escenificación como líder moderado de Pedro Sánchez tiene la ventaja de contar con Pablo Iglesias como par radical que lo convierte a él, automáticamente, en el perfil moderado del Gobierno. Y ya se ocupa Iván Redondo de rematar el relato. Por el contrario, Pablo Casado no logra rebajar el tono por temor a que Vox tome el liderazgo de la oposición despachándolo con el cartel de la derechita cobarde. El PP, como se escenificó en la sesión de control con los duelos de Teodoro García Egea o Cayetana Álvarez de Toledo, ha de mantener el pulso. Y ahí es donde Sánchez rehúye el cuerpo a cuerpo y le larga ese “si elige la unidad, aquí está el Gobierno; si continúa la bronca, ahí tiene a la ultraderecha”.
Casado, de hecho, ha visto cómo incluso sus barones, no sólo Sánchez, lo usan de contrapunto. El presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, que ha materializado un pacto PP-Cs-PSOE, marca distancias, y también el gallego Alberto Núñez Feijoo, o el anzaluz Juanma Moreno y el murciano Fernando López Miras sin la motivación de una precampaña. La pequeña vendetta de Soraya Sáenz de Santamaría recordando que el partido tuvo una opción moderada, para nostálgicos de un marianismo integrador, sólo añade algo de vinagre a la herida para que escueza. El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso se ha convertido en la fachada institucional del partido en el peor momento.
La posición estratégica de Sánchez es sólida: si Casado se acerca, bien; si no lo hace, casi mejor. Desde la foto de Colón, parte de su éxito es la percepción de una derecha radicalizada. Con el carril central despejado por el PP para marcar a Vox, funciona peor la dicotomía de Casado (Frankenstein o constitucionalismo) que la de Sánchez (consenso o ultraderecha) porque además Cs supone un aval para el pactismo y porque una crisis con 40.000 muertos se presta mal a matices. Casado puede tener razón pero ha entendido peor las cosas. Resulta irónico, por supuesto, que Sánchez pueda parecer más centrado incluso apoyándose en Bildu y el pack de la investidura para hartazgo de Felipe. En realidad, usa al centroderecha para advertir a sus aliados que no tensen; y usa a sus aliados para invitar al centroderecha a que destense. Ese juego a dos bandas le presta esa imagen de mayor centralidad entre los maximalismos de unos y otros. Y en el tablero, la realidad no es relevante, sino la percepción. En un teatro de simulacros e imposturas, eso es clave para el éxito táctico.