LUIS VENTOSO – ABC – 28/11/15
· Se agradecería que un día el PNV dejase el soniquete perdonavidas.
Un día en una comilona escuché a un amigo muy inteligente y cosmopolita una frase que me dejó pensando, a pesar de los efluvios del Pinot Noir: «Nada se parece más a un español que un vasco». Y es cierto, en especial a los castellanos, de los que vienen siendo la versión fanfarrona y jovial. Por motivos familiares y estudiantiles he tratado mucho con vascos y gallegos.
De chaval descubrí pronto las diferencias. Si estabas de farra copera a las tantas con tu cuadrilla y acordabas jugar a la mañana siguiente una pachanga de fútbol, con los vascos sabías que todo el mundo se presentaría, mientras que con los gallegos lo normal era que faltase medio equipo (la excusa galaica solía ser: «Ah, pero ¿iba en serio?»). Otra diferencia es que el gallego vive instalado en el doble sentido, gasta un humor sutil y enrevesado y emplea la duda como autodefensa (por eso se descodifica tan mal a Rajoy, cuya sutileza zumbona y ambigüedad astuta no funciona en un país que adora el tremendismo). El vasco es directo y literal, no transita por los repliegues de la ironía; sus humoradas son de pincel ancho.
Los vascos han sido probablemente los mejores empresarios españoles, por serios y cumplidores, y en general hacen honor a su fama: nobles. El resultado es que son muy apreciados en toda España. Ni siquiera rompió ese afecto el salvajismo de una banda terrorista de allí (que volaba autobuses y grandes almacenes y pegaba tiros en la nuca por la calle, porque parecemos olvidar que el terror ya existió antes de Daesh). Además, los españoles hemos rubricado un gran acuerdo de concordia, la Constitución, donde asumimos la anomalía de los conciertos vasco y navarro, una bicoca que intelectualmente no tiene un pase, pero que se decidió preservar para solidificar un pacto antiguo y fraternal.
Urkullu es un gobernante templado, y su partido, el PNV, una formación de centro que gestiona con eficacia. Saben que estar en España es un chollo, pues parten con una aportación per cápita muy superior al resto. Lógicamente, la prosperidad de ambas comunidades no es ajena a ese concierto especial (amén de lo bien que trabajan sus vecinos y de la vecindad con Francia). Por eso Urkullu no quiere saber nada de frikadas a lo Artur. Pero eso sí: falta la primera vez en que se haya escuchado algo parecido a dar las gracias al resto de los españoles, de cuyo bolsillo se prima a vascos y navarros.
Al revés: siempre la motita, el soniquete perdonavidas, la queja como hecho diferencial. El último ejemplo es la ridícula decisión del PNV de quedarse fuera del pacto antiyihadista con excusas casi esotéricas (lo mezclan con la cadena perpetua, que por otra parte no parece una mala idea ante quienes destrozan a tiros a europeos inocentes).
Cansa ese tonillo de «por ahora estoy aquí, pero no me gustáis». Aburre el victimismo de una comunidad rica y privilegiada y es tristísimo que el PNV estuviese tonteando con Bildu y tardase once días en condenar en el Parlamento vasco los atentados de París. «El moderado Urkullu…», suelen apodarlo los tertulianos. Ojalá el moderado sea pronto también el educado. La primera norma de urbanidad es dar las gracias a quien te ayuda. Año tras año. Cupo tras cupo.
LUIS VENTOSO – ABC – 28/11/15