ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Sin embargo todo esto tiene un cariz verosímil y siempre es más cómodo trabajar con certezas. Las certezas, en este caso, aluden al juez Marchena. He leído muchas invectivas contra el Gobierno y contra el Pp a propósito de su nombramiento, incluida esta fórmula tan extraña que eligieron de nombrarle antes de que los vocales que habrían de hacerlo estuvieran nombrados. Pero no he leído nada sobre la actitud del propio juez. Es decir, sobre la conducta de la pieza básica en todo este cambalache general del poder judicial, que es el propio Marchena.
El juez iba a presidir el juicio más delicado y trascendental de la democracia española. Desde el punto de vista del trabajo en sí, no creo que haya habido ni haya otro comparable en su carrera. Desde el punto de vista de la responsabilidad profesional y civil no tengo duda alguna: es improbable que Marchena tenga otra oportunidad de ser juez y ciudadano como esta. El juicio, para el que lo sentencie, será también un instante imponente para poner a prueba, con fuego real y al margen de las hipótesis académicas, cómo hacer justicia y que perezca el mundo, cómo hacer justicia sin que perezca el mundo o incluso cómo hacer justicia inmunda.
Es puramente extraordinario que un juez renuncie profundamente a serlo, que abdique de este tenso horizonte de esplendor en su ciencia para entregarse a la burocracia macilenta. Pero es fama que mi optimismo nunca cede: Manuel Marchena ha demostrado que no merecía ser el juez que debía juzgarlos y mejor que lo hayan mandado a hacer puñetas.