ABC-IGNACIO CAMACHO

A la izquierda los ingresos siempre le parecen escasos porque considera una premisa ideológica el aumento del gasto

UN clásico anglosajón, Franklin o Defoe, escribió que en el mundo no existen más certezas que la muerte y los impuestos, que como su propio indica hay que pagar porque no queda otro remedio. Algunos ilusos españoles creyeron que votando al PP iban a pagar menos y se encontraron, Montoro mediante, con la mayor subida fiscal de todos los tiempos. Recargo solidario, lo llamaron, sin explicar que la solidaridad consistía en sostener intacta una Administración hipertrofiada con todos sus excesos. Ahora que gobierna el PSOE, con dos millones de votos menos, anuncia un nuevo incremento para que se note que, pase lo que pase, cada relevo en el poder le cuesta al contribuyente más dinero. Otro clásico, Churchill, dejó dicho que la socialdemocracia consiste en ser solidario a cuenta del patrimonio ajeno.

A diferencia de cualquier individuo o familia, que acompasa sus inversiones y consumo a unos ingresos siempre escasos, los socialistas planifican su política sobre la premisa indeclinable del gasto. Jamás para reducirlo, claro; la izquierda rinde una suerte de culto ideológico al tamaño del Estado. Así lo entiende también el Gabinete de Sánchez, cómodo con el balance contable que la odiada derecha le ha dejado. Un déficit razonablemente contenido supone para esta gente un regalo, como una dosis extra de droga financiera para los yonkis del despilfarro.

Aunque el último presupuesto de Rajoy ya era expansivo –porque la socialdemocracia, como enseñó el también clásico Hayek, está presente en todos los partidos–, el Gobierno lo va a estirar más para dar soporte a su electoralismo. Y como es obvio piensa recurrir a la presión tributaria para sufragar todo el desembolso que no estaba previsto. El discurso siempre es el mismo: que sólo van a apoquinar las empresas, los bancos y otros agentes económicos caracterizados socialmente de malditos, como si al final, en un sistema de interrelaciones, su aportación no repercutiese en todos los bolsillos.

Pero es que además de ahí no se sacan suficientes cuartos; para ensanchar el traje hace falta más tela. Y la tela, en nuestra estructura fiscal, sólo se encuentra en proporciones suficientes en el impuesto sobre el trabajo y la renta. Como el 70 por ciento de la recaudación en España sale de los salarios, no parece difícil adivinar dónde van a acabar buscando el ajuste de las cuentas. No hay círculos cuadrados ni escalones sin escaleras: para que el sector público pueda gastar más tiene que recurrir, de forma indefectible, a la aportación de las clases medias. Por la vía de las cotizaciones, del IVA o de la carga impositiva directa.

Tan cierto es el adagio de los impuestos y la muerte que ni siquiera la segunda exime de los primeros. Ya se encarga el canon de sucesiones, tan grato a la ministra Montero, de gravar también a los muertos para que continúen contribuyendo así en la tierra como en cielo.