IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Aunque le interesan poco los asuntos políticos, el ruido de las noticias le produce un resquemor de agravio comparativo

La mujer de Fulano de Tal, pequeño empresario de transportes en una provincia andaluza, escribió a la Diputación una carta donde ponderaba la eficacia de los servicios de su marido para apoyar la postulación de éste a una contrata de paquetería, y éste es el día en que la buena señora aún se pregunta por qué su recomendación no fue atendida pese a las impecables y objetivas razones que aducía. La mujer de Mengano Perengánez, propietaria de un comercio en una ciudad de Castilla, necesitaba una herramienta informática para atender su gestión contable y acudió a solicitarla a una conocida compañía de ‘software’, pero como disponía de pocos recursos encareció a los responsables de la firma que se la cedieran gratis. Tampoco ella comprende por qué le denegaron un favor pedido con argumentos tan razonables. Zutano Tántez, cuyo establecimiento de hostelería en una playa de Alicante había entrado en quiebra durante la pandemia por el cierre de los bares, acudió a una prima suya, esposa de un concejal, para ver si el Ayuntamiento podía concederle alguna subvención de rescate. Le dijeron que no había dinero para ayudar a nadie; el negocio cerró y su dueño tuvo que despedir a los empleados y prejubilarse.

Estos tres anónimos españoles han visto ahora en la televisión que problemas como los suyos, pero a escala mucho más importante, se han resuelto gracias a la providencial intervención de la consorte de Pedro Sánchez. Como se trata de personas cabales, honestas y biempensantes, han concluido que Begoña Gómez debe de estar dotada de grandes cualidades y entre ellas de unos poderes de convicción formidables. Pero ni aun así han podido evitar una cierta cosquilla de algo parecido a un sentimiento de agravio comparativo, una frustrante sensación de impotencia ante la expeditiva efectividad de unas gestiones inalcanzables para quien carezca de amigos o familiares con acceso a ámbitos de alto nivel político. Ese resquemor permanece después de conocer la carta que el presidente les ha escrito diciendo que el ruido que les llega obedece a una conspiración de ultraderecha y que se queden tranquilos porque él piensa seguir cumpliendo sus compromisos. No es que recelen de la palabra de un hombre que nunca les ha mentido, ni que piensen que él o su cónyuge hayan cometido algún delito, sino que no saben cómo disipar la sospecha de que existen ciertos privilegios exclusivos que a ellos no les están permitidos.

Y aunque no les interesa mucho la política y apenas están al tanto de lo que pasa, no acaba de gustarles esa situación tan aparentemente desigualitaria con su propia experiencia cotidiana. Porque lo miren como lo miren, intuyen en el asunto alguna cosa rara, algo que no cuadra con lo que aprendieron a esperar de unas autoridades democráticas. Y por si acaso, han decidido que el domingo se van a quedar en casa. Cuestión de desconfianza.