- Ya no nos podremos llamar a engaño por ninguna iniciativa, por disparatada que parezca, que pueda trasladar el Gobierno a los españoles
La sesión del pasado jueves 24 de noviembre fue realmente una votación en dos actos: se aprobaban los presupuestos generales del Estado para 2023, como se aprobaba la derogación del delito de sedición.
En cuanto a los presupuestos generales para el 2023, poco que añadir a cuanto se ha escrito hasta ahora: la vigencia de los números sabe dios cuál será, ni es lo que haya importado en su tramitación parlamentaria. Sólo sabemos que estamos a la cola de la Unión Europea en recuperar nuestro crecimiento previo a la pandemia, en ver cómo hacemos frente a la deuda pública escandalosa que hemos ido creando año por año, en la densidad del paro, específicamente el juvenil.
Más importante era derogar el delito de sedición. Contra lo que dijo vocingleramente Gabriel Rufián –“les quitamos un juguete a los jueces fascistas”–, la realidad era mucho más sencilla: se trataba de buscar la impunidad para ERC por la asonada golpista de 2017; como dijo Oriol Junqueras, la próxima vez el estado tendría más dificultades para defenderse.
Y era importante también el pacto con Bildu, consistente en suprimir a la Guardia Civil en las labores de tráfico y seguridad vial en Navarra a partir de la próxima primavera. Como dijo un diputado de Bildu en un lenguaje insoportable: “circulen”, inequívocamente dirigido a toda la Guardia Civil, con sus más de doscientas víctimas asesinadas por el terrorismo etarra. Lenguaje fascista que recuerda a George Orwell, cuando una vez le preguntaron qué era un fascista. Y contestó: “Un fascista es un matón”.
El mismo Otegui que no tardó mucho tiempo en anunciar una manifestación de Bildu para el próximo 6 de diciembre, contra la Constitución y por una república vasca
O como dijo Otegui: “Es una paradoja que quien sostiene al gobierno progresista del Estado es precisamente quien se quiere marchar de España”. Esa es la cuestión, tal y como hoy en día se plantea: es el Gobierno, con el PSOE a la cabeza, quien depende de fuerzas absolutamente indeseables. El mismo Otegui que no tardó mucho tiempo en anunciar una manifestación de Bildu para el próximo 6 de diciembre, contra la Constitución y por una república vasca.
Es el Gobierno quien ha establecido, desde el principio de esta malhadada legislatura, una estrategia en razón de la cual su mantenimiento o no, tras las próximas elecciones generales, dependerá de gentes como ERC y Bildu.
Hubo en el pasado situaciones en que el PSOE pudo hacer lo que ahora hace Sánchez con descaro: por ejemplo tras las elecciones de 1996. Si Felipe González hubiera optado por gobernar con Pujol, con Herri Batasuna, y con Izquierda Unida hubiera obtenido mayoría parlamentaria. Naturalmente, no lo hizo, ni siquiera se le pasó por su cabeza, de manera que gobernó el PP, a su vez ganador por poco de esas elecciones de 1996. Se renunció a gobernar en tales condiciones, pues se trataba de confirmar el fundamento profundamente democrático del PSOE como fuerza principal de centro izquierda en España. No, hubiera sido imposible, e incomprensible, gobernar con semejantes fuerzas indeseables.
Hoy, cuando el PSOE, de la mano de su líder bonapartista Pedro Sánchez, con una nulidad clamorosa de cualquier debate interno, une sus fuerzas a un proyecto estratégico en el que están presentes Unidas Podemos, o lo que quede de ellos, más ERC y Bildu, lo que tenemos enfrente es un cambio estratégico de proyecto de primera magnitud, una mutación. Ya no nos podremos llamar a engaño por ninguna iniciativa, por disparatada que parezca, que pueda trasladar el Gobierno a los españoles.
El PSOE abandona definitivamente el espacio de centro izquierda que le era privativo desde el retorno de la democracia a España hace casi medio siglo
Se acabaron las mentiras de Sánchez, el hombre que nunca podría formar gobierno con Podemos, pues le quitaría el sueño como al 95% de los españoles; el hombre que no, jamás, pactaría con Bildu, ¿cuántas veces tengo que repetirlo?; el hombre que calificó la asonada golpista de Cataluña como un delito de rebelión y se comprometió a traer a Puigdemont a España. Todas esas mentiras se han acabado ya y para siempre, al servicio de una nueva agrupación de fuerzas políticas en que las siglas PSOE quedan integradas. Es una elección voluntaria, querida por el César que dirige el PSOE.
Una elección voluntaria en la que nadie podrá llamarse a engaño: el PSOE abandona definitivamente el espacio de centro izquierda que le era privativo desde el retorno de la democracia a España hace casi medio siglo, para encomendarse a unas fuerzas políticas que no sólo ponen en cuestión, sino que atentan directamente contra todo lo que se hizo en España desde la Transición.
Así, cualquier cosa podrá suceder en tanto este Gobierno mantenga su posición. Cualquiera. Que nadie se llame a engaño en este punto.
De manera que habrán de ser las próximas elecciones previstas para el año que viene –primero municipales y autonómicas donde corresponda, luego, y sobre todo, generales– donde tendremos ocasión los españoles de decidir qué queremos. Si queremos proseguir con las políticas de delirio que este Gobierno y sus aliados indeseables nos traen.
Menos mal que Sánchez anuncia que pasará a la historia por el hecho de exhumar un cadáver. Hay que ver cómo estamos.