Ignacio Camacho-ABC

  • Esta legislatura es incompatible con acuerdos de Estado porque está armada sobre la deslegitimación del adversario

La crisis creada por el tarifazo de Trump es tan grave que hasta Pedro Sánchez sabe que sólo puede abordarse mediante estrategias de Estado y acuerdos transversales. Mejor dicho, es consciente de que eso es lo que la opinión pública espera de un gobernante responsable. Pero esa clase de responsabilidad es incompatible con su naturaleza: ha armado un proyecto político basado en la polarización, en el cisma civil, y de ninguna manera está dispuesto a permitir que una situación de emergencia, por trascendente que sea, le obligue a alterar esa dinámica de enfrentamiento para colaborar con la derecha. Ése es el único principio al que se mantiene leal; no piensa quitar un ladrillo del muro suceda lo que suceda.

De modo que al final todo consiste en aprovechar la circunstancia para, como explica Peláez por aquí al lado, volver a tenderle al PP una trampa. Primero designa como interlocutores con la oposición a dos de las pocas personas que hay en el Ejecutivo con reputación sensata –Carlos Cuerpo y Luis Planas– y abre un cierto margen de esperanza. Pero al mismo tiempo negocia con el independentismo una cuota de ayudas arancelarias, que de por sí y por su propio peso exportador corresponden a las empresas catalanas, para que Puigdemont pueda presentarla como una concesión arrancada. Y Feijóo se siente engañado, se retira de las conversaciones y se lamenta de haberse fiado de un escorpión que siempre acaba, como en la fábula, por picar a la rana.

Carlos Cuerpo y su interlocutor Juan Bravo habrían tardado diez minutos en alcanzar un punto de entendimiento. Sólo que ése no era el objetivo de la operación porque el presidente no va a dejar que una legislatura cimentada sobre la confrontación y el desencuentro desemboque en algún tipo de consenso. Por el contrario, se trata de lograr que los populares se sitúen a sí mismos en fuera de juego para acusarles de connivencia con Vox contra los intereses europeos. Y si aun así se pliegan a votar el decreto tendrán que hacer frente a un conflicto interno, dado que muchos sus votantes también son alérgicos a cualquier tipo de acercamiento al Gobierno, sobre todo si no hay contrapartidas por medio.

Ése es el gran éxito del sanchismo. Al deslegitimar y estigmatizar a la oposición –es decir, a la alternancia– mientras blanquea a los golpistas y a Bildu ha conseguido crear un marco tóxico que envenena de discordia el clima político sustituyendo el concepto de rivales o adversarios por el de enemigos. Un método clásico del populismo: destruir la institucionalidad democrática hasta convertir el espacio cívico en una palestra de combate donde el simple, mínimo diálogo está prohibido. Va a costar mucho salir, si salimos, de ese escenario divisivo que se mantiene fijo incluso en los momentos más críticos. La única esperanza, y remota, es que se acabe derrumbando bajo el peso de quienes lo han construido.