Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Nuestro país nunca parece acertar en su papel dentro del escenario occidental

La negativa de nuestro presidente en funciones a firmar el comunicado en defensa de Israel impulsado por Biden y suscrito por los Macron, Scholz, Sunak o Meloni pone una vez más a España en una situación de irrelevancia en el concierto de las naciones occidentales que no puede paliar la presidencia de Sánchez en la UE. Al contrario, esta última hace esa negativa más lacerante y abunda en un aislamiento internacional que ha sido un signo demasiado frecuente en nuestra historia contemporánea.

Nuestro país nunca parece acertar en su papel dentro del escenario occidental. No acertó en ninguna de las dos guerras mundiales (ni en la neutralidad ante la primera ni en la formal renuncia a la beligerancia activa ante la segunda, que a la hora de la verdad se tradujo en una simbólica colaboración -la División Azul- con los peores). No acertó tampoco Aznar aliándose con Bush junior para una invasión de Irak que no ha traído más que desgracias (entre ellas, el ISIS) ni acertó Zapatero al permanecer sentado al paso de la bandera estadounidense hace ahora dos exactas décadas. Aquí siempre nos hemos pasado por un lado o por otro.

El último capítulo de esa larga historia de desaciertos que nos han dado un merecido puesto de honor en la estratosfera de la geopolítica internacional lo ha protagonizado un sanchismo que abraza en teoría el feminismo, el antirracismo, el laicismo, el amor libre, el pacifismo y el LGTBI, o sea todas las banderas que «defiende a muerte» el integrismo trans-islámico-palestino. No está solo en esa contradicción. Slavoj Žižek, el autor de un libro tan edificante como ‘En defensa de la intolerancia’, ha querido ver en el movimiento islamista del siglo XXI un relevo legítimo, una continuación histórica, una reposición moderna del proletariado marxista del siglo XIX. Pero en esa peregrina homologación falla todo, empezando porque para Marx la religión era «el opio del pueblo» y porque el islamismo no es más que la religiosidad llevada a la autonegación y a la alienación más opiáceas del individuo.

A Sánchez y a sus socios -Bildu, ERC, Sumar, Podemos…- les preocupa tanto la paz mundial que no pueden firmar un documento que reconoce a Israel el derecho a defenderse. El odio internacional no está permitido, aunque sea odio al odio. Pero, sin embargo, dentro de nuestras fronteras sí se puede aborrecer a gusto al vecino y sí se pueden rememorar diariamente los dos bandos del 36. Éste es el lema: no a la guerra siempre que sea fuera de casa. Aquí dentro, en cambio, nos podemos dar todo el día de tortas y jugar a comunistas contra fascistas. O sea, como Franco. Después de la Guerra Civil, la «neutralidad» frente a Hitler y la oración, ante el brazo incorrupto de Santa Teresa, por la paz del mundo.