La Nicoleida

ABC 26/11/14
DAVID GISTAU

· Al Estado lo ha arrastrado al pánico un vulgar jeta con innegables habilidades para la infiltración social

TRANSCURRIDOS unos cuantos días desde que el pequeño Nicolás salió de la tarta con apenas una hojita de parra tapándole el Watergate, en el ambiente permanece la resaca de dos sensaciones que son síntomas de nuestro tiempo. La primera es que el Estado carece de compostura. Vaya, que no tiene ni media bofetada. Si nuestra decadencia es comparable a la de la Italia de los maxiprocesos en la que se extinguió la Democracia Cristiana y se dispersó definitivamente la relación patrimonial con el poder, al menos allí al Estado lo asustaron señores como Totó Riina y demás miembros de la Cosa Nostra con un historial de urdir pactos criminales con los políticos profesionales y de disolver cadáveres en ácido. Aquí, como una damisela con pololos subida a una silla después de ver un ratón, al Estado lo ha arrastrado al pánico un vulgar jeta con innegables habilidades para la infiltración social y con la labia de los buhoneros del crecepelo milagroso en el Western. Ante los disparates, la cadena de desmentidos evoca eso: pánico al «share», al plató de televisión, es decir, a las «tricoteuses». Después de esto, cualquier lunático que diga que Rajoy es en realidad un extraterrestre venido a la Tierra para preparar nuestra esclavización por una sociedad reptiliana (tal vez debería haberme inventado un ejemplo menos verosímil) deberá ser desmentido inmediatamente bajo la coacción, impuesta por el caso Nicolás, de que «quien calla otorga». Preferiría vivir bajo un Estado que sólo se descompusiera ante Totó Riina, o bajo este mismo Estado como era antaño, cuando no lo descomponía el terrorismo. Ahora lo vence el primer charlatán a quien el periodismo fabrica un contexto a lo Woodward & Bernstein.

La segunda sensación es que asombra la cantidad de gente que desea creer al pequeño Nicolás. Es más, que califica de cipayo del sistema a quien no lo haga o desacredite su relato de aventuras y prodigios, «La Nicoleida». Me equivoqué cuando creí que esto se debía al descreimiento y el extravío de los prestigios. Es peor. Una parte inmensa de nuestra sociedad está dispuesta a aceptar como verdad incuestionable cualquier cosa que contribuya a la voladura de todo. Aunque sea tan delirante como las memorias de agente secreto y rescatador providencial de Nicolás, al servicio de Su Majestad. Si sirve para abofetear a la «casta» y para precipitar el colapso, es verosímil, y cualquiera que lo niegue lo hace porque está a sueldo de lo podrido. El pequeño Nicolás acaso sea la anécdota excéntrica de ese mismo ambiente social que ha encontrado en Podemos su arma de destrucción masiva y que ha reducido la discusión nacional a un ámbito absolutamente emocional y primario en el que sólo existen dos posibilidades: o estás por la destrucción de todo, o eres un cómplice de la cleptocracia. Si Nicolás, a lo Elpidio, fundara ahora un partido, tendría más posibilidades de quitar voto a Podemos que Snchz con todos sus erráticos repentismos.