PABLO POMBO-EL CONFIDENCIAL
- Después de un año en el poder resulta imposible recordar una sola aportación del vicepresidente al interés general de España
La lógica comunicativa que Pablo Iglesias ha seguido durante estos días puede resumirse en dos palabras: bomba fétida. El recurso es tan viejo como el hilo negro. Soltar un exabrupto para que la conversación cambie y gire en torno a ti. Se ejecuta mediante la provocación, convirtiendo la grosería en un anzuelo para que los medios de comunicación te regalen la visibilidad que de otro modo no habrías alcanzado.
No entraré a valorar su mensaje, carezco de intención de remar a favor. Sin embargo, sí trataré de descodificar porqué todo un vicepresidente del gobierno acaba recurriendo a una táctica tan pobre, sí que intentaré apuntar cómo puede reducirse el daño que está infringiendo a nuestra sociedad, y sí que procuraré desvelar porqué Sánchez tiene interés en que el de Galapagar siga por el mismo camino.
Comenzaré por resaltar un punto de fuga, algo que se nos escapa en esta realidad española que siempre parece agitada y que en realidad siempre es la misma. Basta un poco de perspectiva para poder apreciar lo mal que está envejeciendo Pablo Iglesias.
Ha pasado poco, muy poco tiempo desde sus primeras apariciones, desde aquella imagen genuina y aquellos aldabonazos a la conciencia colectiva que tanto retumbaban entre los pilares de un sistema que él llamaba agotado. Ahora le ha salido tripa verbal y nos tiene a todos hasta el moño. A unos porque desperdició el proyecto al convertir Podemos en el cementerio para viejos amigos. A otros porque se ha convertido en todo lo que dijo que quería combatir. Y a todos por ser un estorbo, por su perfecta inutilidad política.
Después de un año en el poder resulta imposible recordar una sola aportación del vicepresidente al interés general de España. Tiene mérito en una situación tan delicada como la actual. En ese tiempo, eso sí, España ha caído del puesto 16 al 22 en el índice de calidad democrática que hace unos días publicó The Economist. Bien vale ese contraste para reflejar que no es la política lo que apasiona a Iglesias sino el ejercicio del poder.
La incoherencia personal, la desaparición del proyecto y su completa impotencia en el gobierno explican sus declaraciones en estos días que son de campaña electoral. Los más inocentes verán en su agresión a nuestra democracia un intento de remover los intestinos del votante catalán porque la élite de Podemos no tiene nada material que ofrecer a los de abajo. Los más conspiranoicos calcularán que esto no puede ser casualidad después del gol que le ha marcado Putin a la torpeza de Borrell. Es posible que la explicación sea más sencilla…
Recordemos aquella comparación de enero, aquello de que Puigdemont era un exiliado político. Sigamos con su “es obvio que en España no hay plena normalidad política”. Y cerremos el círculo con el pacto nacionalista para no investir a Illa. ¿Puede estar Iglesias trabajando para entrar en un gobierno distinto a los que salen en las quinielas? Yo no lo descartaría. Podría ser el plan B.
Hace mucho tiempo que Podemos dejó de ser una formación política con vocación de mayoría. A escala territorial, su función es otra. Consiste en sacar partido de la fragmentación política para articular gobiernos en los que tengan cabida los nacionalistas. Vista así, habiendo suma alternativa, la presencia de los socialistas no resulta imprescindible. Puede no serlo este domingo en Cataluña. Y quizá no lo sea el día de mañana si Bildu se queda a unos pocos escaños de coronar a su propio Lehendakari.
Por eso considero que quienes deseamos que España siga siendo la casa democrática de todos no debemos caer en la trampa que tiende Iglesias al tratar de provocar. Creo que lo más responsable es reflejar su completa vacuidad política y descodificar con serenidad que este tipo de declaraciones responden a su intención de manipular primero el dolor de las personas que se esfuerzan para entregar después los votos a las élites nacionalistas que nos quieren separar.
Sánchez es feliz con las salidas de tono de Iglesias. Las celebra en la intimidad y nos las corregirá nunca en público. Le vienen bien para poder presentarse en sociedad como el que le tiene cogido por la correa. Le centran, incluso le dan cierto aire de cordura al lado de los excesos fingidos del otro.
El daño que Pablo pueda hacer a la imagen de España, golpeándola como ha hecho esta semana, es poca cosa comparada con lo que el ego de Pedro recibe de él. La garantía completa de que con él a su lado podrá estar toda la década durmiendo a pierna suelta en el palacio de Moncloa. Tiene esa garantía porque a nivel estatal es donde Podemos no tiene otra alternativa para sobrevivir políticamente.
Sánchez sabe perfectamente que Podemos tragará ocurra lo que ocurra. Lo saben los dos y los dos son además conscientes de cómo lo escenificarán. Como el dinero europeo no cae del cielo, habrá que hacer reformas. Y se harán. Se harán en el segundo plano de la actualidad, con el menor debate posible en el parlamento y con la interpretación de falsos conflictos en el seno del gobierno a cuenta de cualquier cosa que no tenga nada que ver con las cosas de comer. En los libros de historia sobre nuestro país está el guión de las falsas tensiones que veremos entre socialistas y podemitas. Las dos Españas. Y para completar el teatro, Vox, claro el cómplice necesario para darle hilo a la cometa flamígera del sanchismo.
Los hechos, vistos con algo de distancia, le llevan a uno a preguntarse qué es lo que resulta más triste. Ya habíamos visto a revolucionarios con niñeras de lujo para sus hijos. Lo que no se había visto nunca es a un socialista siendo niñera de un comunista.