Ignacio Camacho-ABC
- La coartada del mal menor no sirve con Sánchez. Porque él representa el mal mayor que arrastra al Estado al desguace
Ens ninguna parte está escrito que la derecha tenga que prestarle al Gobierno el sentido de la responsabilidad que le falta desde el principio. Está muy bien que el PP se considere a sí mismo un partido de Estado y como tal respete sus compromisos pero no hace falta que cumpla también los que no le han pedido y por querer hacer de adulto termine ejerciendo también de niñera del sanchismo cuando éste tiene algún prescindible proyecto de ley en peligro. Una semana lleva el Ejecutivo sacando pecho por ganar votaciones y mantener el equilibrio cuando más cerca parece del borde del abismo, sea con los socios preferentes o gracias a una oposición dispuesta a acudir en su auxilio cuando le fallan ERC y Bildu. El capotazo se puede entender en asuntos de interés estratégico objetivo; más difícil resulta sin embargo que los votantes liberales vean algún beneficio en ese respaldo gratuito a iniciativas de mero capricho ideológico o político, cuando no directamente inspiradas por un espíritu de profundo sectarismo.
La coartada del mal menor, en este caso el de evitar la influencia perniciosa de los legatarios tardoetarras y los secesionistas catalanes, no sirve con Sánchez. Primero porque siempre acaba volviendo a negociar con los aliados rupturistas las cuestiones clave, luego porque no es capaz del mínimo gesto, no ya de concordia sino de agradecimiento o de contrapartida al rescate, y por último y más importante porque él es el mal mayor, el autor del modelo Frankenstein y el gobernante que en menos tiempo ha destrozado más estructuras institucionales. No hay nadie en la esfera pública o en la privada que desconozca su reputación infiable. Por tanto, salvo que se trate de una circunstancia extremadamente grave para los intereses nacionales, sacarlo de un apuro o ayudarle a resolver un trámite equivale a hacerse cómplice de su próximo fraude o colaborador necesario de su implacable tarea de desguace.
Además la derecha en su conjunto, y menos el PP, no puede dar la impresión de tener miedo a un final precipitado de la legislatura, ni de que un Feijóo recién llegado necesita tiempo antes de enfrentarse a las urnas y prefiere esperar unas condiciones más oportunas o una secuencia de victorias parciales que empiece en las elecciones andaluzas. Aunque es improbable que el presidente caiga por un solo revés parlamentario, su continuidad se ha convertido ya en una emergencia de primer rango y el líder popular tiene la obligación de estar preparado para relevarlo. O como mínimo de no apuntalar su mandato echándole una mano sin nada a cambio cada vez que sus propios enredos lo aboquen a un fracaso. Un dirigente serio puede y debe ser responsable pero no a costa de resultar ingenuo. Ni de permitir que su electorado confunda el consenso con el mamoneo. El infierno de la política está pavimentado de buenas intenciones con malos efectos.