EL MUNDO 16/10/14
VICTORIA PREGO
La vida política catalana, que desde hace mucho tiempo gira exclusivamente en torno a la independencia y a ese referéndum nonato de autodeterminación, se ha convertido en una noria que gira alocadamente sin que esté claro cuál de las cabinas se detendrá finalmente en la salida y quiénes serán sus afortunados ocupantes. O no tan afortunados, si bien se mira. La treta que se sacó el martes de la manga el presidente Mas ha contribuido a acelerar definitivamente la marcha de la noria. Y ahora, nadie sabe en Cataluña dónde va a quedar situado ni de quién va a estar acompañado para atravesar los inciertos tiempos que se avecinan.
Que DuranLleida esté en contacto con el socialista Iceta para intentar tejer un pacto que permita a CiU agotar la legislatura, evidencia lo poco que se fía el líder de Unió de que la antigua sintonía de Oriol Junqueras con Mas se mantenga ya más allá del respeto a unas mínimas formas, algo casi obligado en una situación tan difícil como la que están viviendo los independentistas. Pero que encima lo haga sin el conocimiento del presidente de la Generalitat da una idea de lo perdido en su laberinto que ve a su socio de coalición. Y demuestra que el presidente de la Generalitat ha compuesto deprisa y corriendo y sin contar con los suyos esa farsa de votación a la que, para mayor chirigota, ha añadido una adenda de 15 días de urnas abiertas y a disposición de quien se quiera pasar por allí y meter una papeleta. Lo nunca visto.
Tras este golpe, el panorama político del independentismo catalán se desmorona estrepitosamente porque se han caído los soportes sobre los que estaba encaramado. Y ahora tenemos a los de Forcadell y a los de Casals noqueados, callados como tumbas y sin saber qué hacer ante la jugada de Artur Mas. Y es que en cuestión de unas horas se ha derrumbado el chiringuito por el que se movilizaron con verdadera fe, una inmensa ingenuidad y una considerable ignorancia muchos miles de crédulos y poco reflexivos catalanes.
Pero ese desbarajuste no debe hacernos olvidar que lo que sigue pretendiendo Artur Mas es preguntar a esos mismos catalanes si quieren un Estado independiente. Y eso es lo que el Gobierno de ninguna manera puede permitir. Porque esta vez puede que el procedimiento sea una chapuza, pero si las preguntas se hacen y las hace o las alienta la Generalitat, la farsa deja de ser una frivolidad risible para convertirse en una acción políticamente explosiva. Y si a la Generalitat se le tolera hacer esas dos preguntas ahora, no habrá modo de evitar que las repita en cuanto crea que las condiciones le son más propicias. Por eso no conviene tomarse esta broma a la ligera. Cuidado.