Ignacio Camacho-ABC
- Sin la tragedia del monte quemado, la noticia del verano habría sido la cotidianeidad del colapso ferroviario
La crisis de los incendios ha dejado la de los trenes en segundo plano. Sin el desastre forestal, la multiplicación de incidentes, averías y retrasos se habría convertido en la noticia del verano, y tal vez por eso haya sido Óscar Puente el primero en ejercer de pirómano político de la hoguera de reproches en que PSOE y PP se han enzarzado a mayor descrédito de ambos. En justicia es menester reseñar que la suspensión del tráfico en las zonas afectadas por el fuego ha sido la única decisión acertada que Renfe ha tomado en un agosto para la historia negra del transporte ferroviario. Con media España ardiendo parece casi una frivolidad quejarse del colapso que ha dejado a miles de viajeros hacinados en las estaciones o tirados en medio del campo, pero ese caos, ajeno a la tragedia del territorio en llamas, simboliza la incapacidad del sanchismo para gestionar el funcionamiento cotidiano de los servicios públicos propios de un país razonablemente desarrollado.
La inoperancia ha llegado a tal punto que los usuarios han comenzado a aceptarla como parte de una triste rutina. Sucede lo mismo que con las mentiras y contradicciones de Sánchez: la primera escandalizó a la ciudadanía, la segunda la irritó y a partir de la tercera se transformaron en un hábito amortizado con una suerte de resignación costumbrista. La normalización de la anomalía. La gente ya ni siquiera se indigna por el estropicio del ferrocarril y contempla los carteles de «disculpen las mejoras» con una sonrisa de asombro ante una burla tan cínica. La incertidumbre de no saber cuándo se sale ni cuándo se llega, la contrariedad de quedarse parados en la vía o sin aire acondicionado bajo el implacable rigor climático de la Mancha o de Andalucía parecen ya parte de una exótica aventura recreativa, una expedición azarosa que empieza con la recomendación de proveerse de agua y comida para un breve recorrido pagado a precio de alta tecnología.
A finales de los años sesenta, la película ‘Trenes rigurosamente vigilados’, de Jiri Menzel, una tragicomedia con fondo político sobre los avatares de una estación rural checa, ganó el Oscar –vaya coincidencia– a la mejor película de habla no inglesa. Los trenes indefectiblemente averiados del ministro Puente no optarán a un premio de la Academia pero merecerían figurar a la cabeza de un ranking de ineficiencia. Qué podía salir mal en un departamento donde la expresidenta de Adif está imputada por cinco delitos, donde Koldo era consejero de una empresa, donde se compraron locomotoras que no cabían por los túneles y donde el máximo responsable actual se ha hecho famoso por su frenética actividad tuitera. Paciencia, poco nos pasa con esas minervas capaces de cargarse en tiempo récord la perla de la alta velocidad europea. Y todavía quedan almas ingenuas que esperan de este Gobierno una pronta respuesta al drama del monte que se quema.