Jesús Cacho-Vozpópuli
«Greta Thunberg dijo ‘quiero que entren en pánico’ y los países lo hicieron. Se lanzaron a invertir en fuentes de energía poco fiables y dependientes del clima y dejaron de hacerlo en energías seguras. Ahora, la crisis energética global está forzando a los más humildes a tener que elegir entre comer o pagar el recibo de la luz». Es el texto de un tuit que Michael Shellenberger, autor del best-seller ‘No hay apocalipsis. Por qué el alarmismo medioambiental nos perjudica a todos’, publicaba este viernes en redes. El mundo desarrollado vive bajo la amenaza de una nueva crisis energética de dimensión similar, si no mayor, a la de 1973. En España, los precios de la electricidad, que esta semana volvieron a alcanzar niveles récord, se han convertido en la piedra en el zapato de unos PGE-2022 llamados a fracasar por culpa de unas estimaciones irreales del precio del crudo y en el mayor peligro que se yergue sobre la carrera política de Pedro Sánchez y sus posibilidades de ser reelegido en 2023. De hecho, ha sido él quien más ha pujado para que la crisis energética fuera incluida como asunto prioritario en la agenda del Consejo Europeo reunido este fin de semana. Mecidos por el suave balanceo discursivo de las energías verdes, muchos Gobiernos se han despertado del sueño noqueados por la dureza de una crisis que ha puesto en evidencia lo que muchos ya sabían: que las energías renovables no pueden aspirar a satisfacer el 100% del consumo, al menos por ahora, y que en estos momentos son apenas una parte menor del mix energético. La vuelta a la energía nuclear como parte indispensable de ese mix se abre paso con fuerza en toda la UE, con el presidente francés Emmanuel Macron como su gran adalid. En toda la UE menos en España, donde el átomo sigue siendo tema tabú.
Tras cultivar con mimo a los ambientalistas galos al principio de su mandato hasta llegar a prometerles la reducción del parque nuclear del 75% al 50%, Macron ha terminado por decantarse como el principal defensor de esta energía. Si la semana pasada adelantó una inversión de 1.000 millones en la investigación y desarrollo de pequeños reactores modulares conocidos por las siglas SMR, ahora se dispone a anunciar la construcción de seis nuevos EPR (Reactor Europeo Presurizado), un reactor de agua presurizada de tercera generación con una potencia de 1600 MW, que ha sido diseñado y desarrollado por Framatome (Areva NP) y Electricité de France (EDF) en Francia, y Siemens AG en Alemania. Los EPR están llamados a sustituir a los reactores ahora en activo. Ya a finales de 2018, en un discurso sobre programación energética plurianual, había anunciado un notable cambio de estrategia: «En el estado actual de las soluciones disponibles, la nuclear sigue siendo una vía segura a la hora de contar con energía confiable, libre de carbono y de bajo costo. Por lo tanto, debemos continuar nuestra investigación en este campo y asumir compromisos claros. El EPR, en particular, debe ser parte de las opciones tecnológicas del mañana». La crisis provocada por la escalada de los precios del gas no ha hecho sino acelerar su decisión, convertida hoy en parte esencial del programa para su reelección como presidente de la República.
Las energías renovables no pueden aspirar a satisfacer el 100% del consumo, al menos por ahora. En estos momentos son apenas una parte menor del mix energético
He aquí un asunto con el que Francia, tan castigada por la pérdida de su condición de gran potencia, tan vulnerable ahora a consecuencia de la epidemia de Covid, parece haberse cobrado una cierta revancha frente a la siempre poderosa Alemania. «La crisis energética ha demostrado que Francia acertó al elegir la nuclear como pieza clave con la que abordar su transición ecológica», se leía hace escasas fechas en Le Figaro citando fuentes del Eliseo. El giro de Macron viene acompañado por un fluido debate en torno a lo nuclear, que está produciendo cambios importantes en el posicionamiento de la opinión pública. Los franceses son ahora menos reacios al átomo, más dispuesto a aceptar la realidad de esta energía como parte importante del mix energético del futuro, en el que las renovables tendrán un protagonismo esencial. Nuclear y renovables. El cambio es también perceptible en el mundo ecologista, dividido entre radicales y pragmáticos. Es el caso del eurodiputado Pascal Canfin -exmiembro de EELV (Europa Ecología Los Verdes)- que ha asumido abiertamente los postulados de Macron: «Incluso los campeones de lo renovable admiten que nuestro mix de energía no puede ser 100% renovable. Este es un momento histórico para enterrar el hacha entre ambas fuentes de aprovisionamiento».
La propia ministra de Transición Ecológica, Barbara Pompili, también parte de EELV, ha ido modulando su discurso desde un total respaldo al «desarrollo urgente de las energías renovables» a la más ecléctica posición de «considerar todas las posibilidades de suministro», un giro que gráficamente resume François Bayrou, Alto Comisionado para la Planificación Energética, según el cual «podemos soñar con las energías verdes, pero las razones técnicas demuestran que es imposible por el momento atender el 100% del consumo con renovables». Tras el desarrollo de los SMR y la construcción de nuevos EPR, la tercera pata de la estrategia nuclear francesa consistirá en la revisión de su mix energético, con el objetivo puesto en lograr una participación 50%-50% entre energía nuclear y renovable para 2035. El envite es tal que Macron está decidido a colocar lo nuclear en el centro del debate electoral de cara a las próximas presidenciales galas. «En los próximos diez a quince años necesitaremos un 20% más de suministro eléctrico incluso si ahorramos energía a través de la mejora del sistema de transporte. Estamos pues obligados a producir más electricidad, que no será posible obtener de la nuclear porque, reactores pequeños o centrales grandes, esas inversiones precisan un tiempo de maduración, de modo que para cubrir esa demanda tendremos que hacer un esfuerzo especial también con las renovables, haciendo muchas renovables».
Y de hecho, la ministra Pompili y el primer ministro, Jean Castex, acaban de anunciar la inversión de 25.000 millones en la instalación de aerogeneradores con el fin de asegurar «la descarbonización de Francia», una estrategia que Fabien Bouglé, autor, entre otras cosas, del libro ‘Aerogeneradores, la cara negra de la transición ecológica’, califica de «política desconectada de la realidad», argumentando que el informe del Ministerio de Ecología «Estrategia nacional baja en carbono», de marzo de 2020, revela en su página 120 que el progresivo abandono de la energía nuclear y su sustitución por energías renovables obligaría a Francia a abrir 20 centrales de gas de aquí a 2027 con el consiguiente aumento, muy significativo, de los gases de efecto invernadero. Dedicar tanto dinero a instalar aerogeneradores es «una locura y un ataque al sentido común que amenaza con llevar a Francia por un camino peligroso, como el aumento del precio del gas está poniendo de manifiesto». Sin olvidar la advertencia del analista energético Robert Bryce -citado por Steven Pinker en ‘En defensa de la ilustración’ (Paidós)-, según el cual «para atender la creciente demanda de energía mundial con renovables sería preciso convertir cada año en parques eólicos un área del tamaño de Alemania».
¿Qué piensa la izquierda política francesa a propósito de este debate? Sumergida en una profunda crisis desde hace tiempo, un exministro de François Hollande citado por Le Figaro se manifestaba partidario de «mirar la verdad a la cara, y esa verdad nos indica que hay espacio para ambas energías. La prioridad número uno es invertir en renovables, al punto de que dentro de treinta años se convierta en la minoría mayoritaria, con la nuclear como subsidiaria pero siempre presente como imprescindible para luchar contra el calentamiento global». En la Francia rural no deja de crecer la oposición a la instalación descontrolada de molinillos. «Tenemos 400 mástiles en un radio de 20 km. de nuestra casa. Ya no puedes tratar de admirar un paisaje sin divisar turbinas de viento a tu alrededor; esto se ha vuelto inhabitable», relataba a Le Figaro un vecino de Fresneville y el valle del Liger, Bretaña, una de las regiones (caso de Galicia en España) más castigadas por la invasión de aerogeneradores.
El 80% de la electricidad que consumen los franceses es de procedencia nuclear e hidráulica, produciendo 10 veces menos gases de efecto invernadero que Alemania, cuyo famoso Energiwende (transición energética) se ha demostrado un fracaso
Pero el debate no es solamente francés. El próximo año, Alemania dará el cerrojazo con dos décadas de anticipación a los seis reactores nucleares que mantiene activos, lo que supondrá la retirada de hasta 8 GW de energía baja en carbono con la que actualmente cubre el 10% de la demanda diurna nacional. Para sustituir esa energía se ve obligada a quemar más combustibles fósiles, generando alrededor de 60 millones de toneladas de emisiones de carbono adicionales cada año, a lo que hay que añadir los retrasos en el despliegue de las energías renovables y en la construcción de líneas de transporte. El 80% de la electricidad que consumen los franceses es de procedencia nuclear e hidráulica, produciendo 10 veces menos gases de efecto invernadero que Alemania, cuyo famoso Energiwende (transición energética) se ha demostrado un fracaso. Consecuencia de la explosión de los precios del gas, los supuestos campeones de la energía verde están hoy quemando carbón a mansalva. Una carta firmada por científicos y catedráticos de varios países, publicada el 5 de octubre en Financial Times, urgía a Alemania a posponer el cierre de sus centrales nucleares para ayudar a contener las emisiones de CO2.
La solución al embrollo energético se perfila como uno de los puntos de fricción más complicados de resolver para Olaf Scholz, el líder del SPD alemán que intenta formar Gobierno con Liberales y Verdes. Estos últimos se han opuesto frontalmente al nuevo gasoducto Nord Stream 2 que transportará por el Báltico el gas siberiano en dirección a Alemania, que juzgan negativo medioambientalmente y manejado por un Putin dispuesto a usarlo como arma de chantaje cuando la ocasión lo requiera. Los socialdemócratas, que en el Gobierno de coalición de Angela Merkel apoyaron su construcción con Moscú acusando a los Verdes de electoralismo, tienen ahora una verdadera patata caliente sobre la mesa. Francia, Alemania, pero también Gran Bretaña y Polonia, entre otros. El Gobierno británico mantiene conversaciones con Westinghouse para la construcción de una nueva central nuclear en Gales, que proporcionaría energía eléctrica a cerca de 6 millones de hogares, mientras que en Polonia, tradicional quemador de carbón, el grupo minero y metalúrgico KGHM, segundo mayor consumidor de electricidad del país, ha anunciado la construcción de cuatro pequeños reactores modulares SMR, con una capacidad de 77 MW por unidad, con el objetivo de diversificar su aprovisionamiento de energía.
En el imaginario popular siguen vivos los riesgos aún no resueltos de una energía unida al recuerdo de catástrofes medioambientales como Chernobyl o Fukushima. El humo blanco que emiten sus chimeneas sigue provocando un instintivo miedo reflejo cuando se trata de simple vapor de agua. Un reciente estudio de la Universidad de Harvard señalaba que las centrales de carbón matan a 10 millones de personas al año en el mundo, no obstante lo cual resulta mucho menos espectacular que un desastre nuclear y además es imposible de plasmar en una gran superproducción de Hollywood. «Este miedo irracional debe combatirse con la razón y la ciencia», aseguraba Bouglé en una entrevista aparecida en Le Figaro este mes. Es cierto que el sector nuclear ha realizado enormes progresos en términos de seguridad, razón por la cual la construcción del prototipo EPR en la central nuclear de Flamanville, península de Cotentin, La Mancha, está resultando más caro y más largo de lo esperado, pero sigue estando plenamente vigente la exigencia de intensificar la investigación en el campo de la seguridad y el tratamiento de los residuos.
La decisión de Emmanuel Macron de distanciarse de la «fiebre verde» hoy imperante en un momento en que se juega su reelección como presidente reviste un indudable valor simbólico. En España nadie sabe lo que piensa al respecto un tal Pedro Sánchez, si es que piensa algo. En la cumbre europea de este fin de semana, ha intentado pujar por la revisión del sistema de fijación de precios de la electricidad, actualmente ligado al del gas. A Sánchez sólo le preocupa bajar rápidamente la cuantía del recibo de la luz para no perder votos. Lo de avanzar en un mix energético sostenible le trae sin cuidado. Francia, por su parte, ha puesto su empeño en conseguir de la CE la etiqueta «verde» para la energía nuclear, lo que facilitaría la llegada de inversiones al sector. Numerosos países de la UE apoyan la petición gala, mientras Alemania y Holanda insisten en que el problema de los precios del gas es pasajero, y no conviene alterar el actual sistema de fijación de precios. En otras palabras, que Alemania pretende seguir vendiendo sus molinillos a los socios comunitarios (cerca del 65% de los instalados en toda Europa son de fabricación alemana).
El debate nuclear se yergue hoy en España como una exigencia inexcusable. Pero la cuestión sigue siendo tabú, no digamos ya para el Gobierno Sánchez, donde la incultura se mezcla con casposos dogmas comunistas
La situación no parece sostenible ni para los Gobiernos ni para los gobernados. La crisis de precios de los combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) amenaza con frustrar la recuperación de nuestra economía y el nivel de vida de millones de españoles. «Los ciudadanos europeos están pagando el recibo eléctrico muy caro por culpa de unos derechos de CO2 cuyos precios están movidos por el motor de la especulación financiera», señalaba Josu Jon Imaz, consejero delegado de Repsol, esta semana. «No es de recibo que las familias tengan que pagar la electricidad a 220 o 250 euros el MW/h, y que haya industrias que tienen que parar porque no pueden abordar los costes energéticos. Hay que repensar la transición energética para hacerla justa y competitiva. No podemos seguir haciendo el canelo». El problema parece mucho más profundo y está relacionado en nuestro país con la necesidad de replantear la situación de sus centrales nucleares permanentemente acosadas por una izquierda tan analfabeta como atrabiliaria, siendo como somos un país obligado a importar casi toda la energía que consume y a ser esclavo de las oscilaciones de precio de las materias primas.
«Nuestro futuro económico e industrial depende de la energía nuclear» (Macron en Le Creusot, Borgoña, diciembre de 2020). España necesita imperiosamente recuperar cierta autonomía en asunto tan vital como el de la energía que consume. La soberanía, la competitividad de las empresas y una eventual reindustrialización del país están directamente vinculadas a la disponibilidad de un aprovisionamiento energético seguro y competitivo. El debate nuclear se yergue hoy en España como una exigencia inexcusable. Pero la cuestión sigue siendo tabú, no digamos ya para el Gobierno Sánchez, donde la general incultura se mezcla en generosas dosis con los viejos y casposos dogmas comunistas, sino incluso para los medios profesionales y académicos, incapaces de alzar la voz y plantear siquiera el problema. Los fondos Next Generation UE, que el señor Sánchez se dispone a repartir con liberalidad y ahora con la ayuda de Antonio Hernando, socio del lobby que comanda Pepiño Blanco, recién empotrado en la Moncloa para ponerle las cosas más fáciles, podrían brindar una oportunidad histórica de ser empleados en un plan nuclear de altura, con la vista puesta en asegurar nuestro autoabastecimiento sobre la base de una combinación de nuclear y renovables. Recuperar una cierta soberanía energética parece un asunto de vital importancia para el futuro español.