Carlos Sánchez-El Confidencial

  • La estrategia de confrontación del PP respecto del Gobierno solo ha beneficiado a Vox, partido que crece, como sucede con todas las fuerzas populistas, cuando la política es pasto del tremendismo

El presidente de una gran eléctrica comentaba hace algún tiempo en privado que lo razonable, cuando vienen mal dadas, es hacer caso a la orden que dan los capitanes de un submarino cuando otean peligro: inmersión y periscopio. 

La inmersión, como se sabe, es un movimiento táctico que sirve para escapar de los radares y determina la operatividad de la nave, mientras que el periscopio mantiene informada a la tripulación sobre lo que sucede aguas arriba. Si el Partido Popular de Pablo Casado hubiera observado este consejo, es probable que este fin de semana no se hubiera celebrado el Congreso de Sevilla, en el que Núñez Feijóo ha sido aclamado. El desgaste del Gobierno, hay que recordarlo, no viene de la acertada estrategia de oposición del PP, ni siquiera de los aciertos de Vox, sino de errores groseros de Moncloa y de unas circunstancias difíciles para este y para cualquier otro Ejecutivo. 

Hoy, el PP sigue cerca de sus mínimos históricos y el mundo de UP ha regresado al punto de partida. Cs camina hacia la irrelevancia 

De hecho, ya hay pocas dudas de que la estrategia de confrontación del Partido Popular respecto del Gobierno solo ha beneficiado a Vox, partido que crece, como sucede con todas las fuerzas populistas, cuando la política es pasto del tremendismo, que, como se sabe, forma parte de una vieja tradición española. Era mentira que, pactando con Vox, el partido de Abascal sucumbiría. 

Aunque ya suene a arqueología política, solo hay que observar la peripecia personal de Casado, Rivera e Iglesias para llegar a la conclusión de que la confrontación por la confrontación no solo es estéril en términos de país, sino que consolida, precisamente, a quien se pretende desgastar. A Vox, porque capitaliza el descontento sin necesidad de tener un programa de cambio, y al PSOE, porque buena parte del electorado busca la utilidad de la política. Hoy el PP sigue cerca de sus mínimos históricos y el mundo de Unidas Podemos ha regresado al punto de partida. Ciudadanos, por su parte, camina hacia la irrelevancia.

Política de alianzas

El caso de Vox es el más significativo porque un partido que nació aupado por el proceso independentista catalán, que, paradójicamente, acabó despertando el viejo nacionalismo español de carácter intransigente y conservador, pudo ser flor de un día, pero no lo es pese a que el ‘procés’ está ya en vía muerta. El error, probablemente, tenga que ver con el hecho de que el PP se equivocó en su política de alianzas, y en lugar de hacer una oposición constructiva, ensanchando su electorado con una estrategia más transversal, optó por acostarse políticamente con su principal adversario, dándole una legitimidad y una credibilidad que no tenía ni se había ganado. La vieja CiU lo sabe muy bien tras ser devorada por los independentistas de ERC. 

A veces se olvida que la política de alianzas es la piedra de toque de cualquier partido, ya que identifica su naturaleza, sobre todo en un tiempo en el que han desaparecido las mayorías absolutas y la fragmentación se ha apoderado de la cosa pública. El tradicional eje izquierda-derecha, de hecho, se está quebrando en Europa, salvo en España, donde se impone la política de bloques, lo cual es un sinsentido cuando el margen de maniobra de los Estados es cada vez más pequeño al haber cedido buena parte de su soberanía a instituciones supranacionales. 

El PSOE lo está pagando caro, y ahí están las encuestas para demostrar que no es capaz de ensanchar su electorado

El PSOE lo está pagando caro, y ahí están las encuestas para demostrar que no es capaz de ensanchar su electorado. Al PP le ocurre algo parecido, y solo hay que mirar atrás y observar que desde la foto de Colón el único partido que crece es Vox, lo cual debería obligar a reflexionar a los dirigentes que estuvieron en aquel acto. Lógicamente, salvo a Abascal. 

Es por eso por lo que la primera decisión que debe tomar Feijóo, y su nuevo equipo, es definir su política de alianzas, que va mucho más allá que llegar a acuerdos en las comunidades autónomas o en los ayuntamientos que gobierna, si no también en el parlamento nacional o en las instituciones. O, expresado en otros términos, debe redefinir la estrategia de oposición del PP, que hasta ahora le ha dado resultados muy pobres, para dar un sentido práctico a la política. Precisamente, el terreno que más puede hacer daño a Vox, que se mueve en el campo de juego de las guerras culturales, pero que no ofrece ninguna alternativa porque no está en su ADN. Tampoco sus votantes se lo reclaman porque el partido de Abascal lo único que hace es canalizar el descontento. 

El propio Sánchez está pagando ahora el error de haberle dado aire a Vox para minar al PP 

Núñez Feijóo tiene una ventaja respecto de otros líderes políticos recién elegidos por la militancia. Al contrario que le sucedió a Casado, no necesita forzar de forma artificiosa la realidad —sobreactuando— para ser conocido por la opinión pública, ya que su trayectoria política es dilatada. Y este factor lo debería aprovechar para sosegar la vida pública, que es el escenario más inhóspito para el populismo de derechas y de izquierdas, que emerge cuando la respuesta a los problemas por parte de los partidos centrales del sistema no es convincente. O, como ha ocurrido recientemente con los conflictos en el transporte, la respuesta está completamente equivocada al calificar de ultraderechistas a quienes secundaron el paro. El propio Sánchez está pagando ahora el error de haberle dado aire a Vox para minar al Partido Popular, lo cual hace que ahora no pueda firmar pactos de Estado con el principal partido de la oposición para encarar las crisis. De aquellos polvos, estos lodos.

Una calamidad

La alianza interna de Feijóo con Juanma Moreno parece que va en la buena dirección, lo que necesariamente le creará problemas con Ayuso, cuya estrategia de confrontación directa con Sánchez, además de irresponsable en unos momentos tan difíciles para el país, no es exportable al resto de España. Entre otras razones, porque eso es lo que ha hecho Casado y el resultado ha sido una calamidad: más crecimiento de Vox. Incluso en Madrid, el partido de Abascal mejoró sus resultados respecto a dos años antes. 

Es por eso por lo que el PP necesita alejarse de Vox, ya que sus pactos, en cualquiera de las formas, condiciona toda su política de alianzas. Incluso, con el mundo empresarial, asustado con la mera hipótesis de que Feijóo, si ganara las elecciones, se pudiera presentar en Europa del brazo de un partido que solo pesca del conflicto. Y no digamos con buena parte de la sociedad civil, que ve con espanto como un partido de gobierno mimetiza la estrategia populista, provocando una pérdida de credibilidad de la política. Precisamente, el caldo de cultivo en el que florecen los demagogos.

Cabe recordar que el éxito de Aznar en los 90, aunque luego a partir del año 2000 desandó buena parte del camino recorrido, vino de la mano de una nueva política de alianzas —los tiempos en que reivindicaba las figuras de Azaña o Max Aub— que le llevó no solo a recoger los restos del naufragio de UCD y del CDS, sino a normalizar sus relaciones con los sindicatos, con quienes nada más llegar a Moncloa firmó una reforma laboral que tumbó los daños producidos a los trabajadores por la de 1994.

 

Aunque ningún tiempo anterior es comparable, salvo que se caiga en inútiles anacronismos, hoy tan en boga, lo cierto es que el PP creció cuando se abrió a la sociedad y entendió su diversidad, que es justo lo contrario que pactar con un partido ciertamente recalcitrante.