Santiago González, EL MUNDO, 28/3/12
Javier Arenas lleva tanto tiempo ensayando el asalto al Palacio de San Telmo que parece no haber hecho otra cosa en su vida. No reprocharé encasillamiento a un hombre que ha desempeñado otros papeles con solvencia. Fue, por ejemplo, un excelente ministro de Trabajo, y eso sin compararlo con los dos últimos nombramientos del headhunter Zapatero: Celestino Corbacho y Valeriano Gómez.
Arenas partía como favorito en su cuarta intentona. Mayoría absoluta diagnosticaban unánimemente las encuestas y se equivocaron casi unánimemente. No todas; hay que recordar la de este periódico el 18 de marzo: «El PP sigue sin amarrar la mayoría absoluta a una semana de los comicios». Arenas se equivocó. No tenía sentido proclamarse vencedor para no actuar en consecuencia. Y eso, ¿cómo se hace? Basta con representar a sus votantes y defender con hechos lo que se afirma con palabras. Un suponer, aparecerse a los medios con los datos inamovibles: 50, 47, 12, y hacer el discurso que le correspondía aquella noche: «Andaluces, el PP ha ganado las elecciones. Quiero anunciar desde ahora que mañana me pondré en contacto con el segundo partido para ofrecerle una coalición de gobierno». Estamos en una coyuntura muy difícil y los andaluces (incluso las andaluzas) han expresado con claridad sus preferencias. Etcétera.
Han tenido que pasar dos días para que Arenas entienda cuál era su responsabilidad. Le habría bastado con fijarse en el candidato socialista en Asturias. Ayer por la mañana, los socialistas asturianos hacían público el calendario de reuniones que Fernández había establecido para la formación del nuevo gobierno. Eso es lo que hace un ganador: reclamar para sí la iniciativa política que le han dado las urnas. La actitud de Arenas hizo posible que el candidato de IU se permita exigir humildad a los perdedores de las elecciones, a saber: PSOE y PP. Y que Rubalcaba se engolosine pensando: Asturias cae porque tenemos un escaño más; Andalucía también, por que tenemos tres menos, pero a IU le sobran nueve. Y, ya de paso, secundarán nuestra moción de censura en Extremadura y nos darán tres presidencias. Los programas del PSOE tienen más en común con los del PP que con los de IU. Eso sin contar con que la mitad de esos 12 escaños buscaban castigar al PSOE, no recompensarle por los ERE.
El zapaterismo inauguró aquella delirante geometría variable que consistía en aliarse no importa con quien, para desplazar del poder al PP donde no alcanzara la mayoría absoluta. Empezó en las autonómicas de Madrid en 2003, provocando la rebelión de Tamayo y Sáez y unas mayorías absolutas que aún no cesan a Esperanza Aguirre. Por cierto: ¿habrá encontrado la prensa amiga el rastro del soborno que lleva buscando nueve años? Siguió por Galicia, Navarra (donde fracasó), Cataluña, Baleares y, ya en brillante disparate, aupó en Cantabria a la tercera fuerza, con tal de derribar a la primera. Naturalmente, han acabado de terceros. Es hora de acabar con esa perversión y afrontar los pactos con moral unívoca. Eso, cuando Arenas comprenda la naturaleza de la representación política y Rubalcaba entienda lo que es un ciclo.
Santiago González, EL MUNDO, 28/3/12