El presidente de la ANC, Jordi Sánchez, afirmó que la campaña pretende «aportar elementos que forman parte de un imaginario colectivo que se asocia con la idea de fiesta». Es un argumento absurdo e hipócrita que esconde su verdadera intención, que no es otra más que politizar una tradición cultural y social del arraigo de la cabalgata de los Reyes Magos. Que el independentismo monopolice el debate público hace tiempo que dejó de ser una novedad en Cataluña. Pero que, además, lo haga hasta la obscenidad de usar a los niños para sus intereses partidistas resulta de una mezquindad sin parangón en la vida política en nuestro país. ¿Ni siquiera son capaces de aparcar su sectarismo para preservar la ilusión de los niños en una fecha tan destacada como la víspera de Reyes?
La alianza liberal a la que pertenece Ciudadanos en el Parlamento europeo instó ayer a proteger los derechos de los niños por entender que el llamamiento a recurrir a una televisión pública para manipular a menores mostrando símbolos independentistas no sólo es un acto político reprobable, sino que vulnera la normativa europea en materia audiovisual. El Gobierno de Puigdemont, en cambio, mostró su «respeto» por la propuesta.
Esta reacción del Govern es consecuencia de la fijación del soberanismo a la hora de politizar los elementos centrales de la cultura, el deporte y los medios de comunicación en Cataluña. Tanto las fuerzas políticas separatistas como las organizaciones sociales del mismo corte tienen como prioridad desarrollar una acción capilar sobre la sociedad civil capaz de aislar a aquellos ciudadanos o colectivos que se sitúen al margen del independentismo. Esta porfía explica la costra nacionalista que impera en la parrilla de TV3, la utilización partidista de los medios de titularidad pública –ahí están las retransmisiones de la Diada–, iniciativas como la de fomentar las selecciones propias y oficiales deportivas o el conflicto del Barça con la UEFA a cuenta de la exhibición de esteladas en el Camp Nou en los partidos europeos.
Esta estrategia independentista tiene como fin seguir hegemonizando el discurso en la escena pública, lo que ha contribuido a fracturar la sociedad catalana alrededor de la quimera secesionista. Y lo verdaderamente lacerante no sólo es que existan entidades destinadas a emponzoñar la convivencia, sino que éstas tengan el apoyo explícito y económico de quienes usan las instituciones propias de autogobierno de Cataluña como palanca de sus anhelos separatistas. Porque a la generosa financiación con la que el Gobierno catalán riega a sus plataformas afines se suma el presupuesto de TV3, que en 2016 superó los 330 millones de euros. De hecho, la televisión catalana concentra más del 25% del dinero que manejan los canales autonómicos en España. Y ello pese al quebranto que arrastran las finanzas públicas de la Generalitat.
Que en Cataluña se haya normalizado el partidismo en la concesión de ayudas, en el uso de los medios públicos y hasta en la manipulación de los menores no significa que todo esto sea normal. De hecho, supone una colosal anormalidad que el independentismo debería corregir en aras de la pluralidad e incluso del sentido común.