Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 30/9/12
H ay cosas que se esfuman y otras que renacen bajo formas renovadas. Entre las primeras, los pizarrines, por ejemplo. Entre las segundas, los acomodadores, profesión en desuso que políticos nacionalistas y de izquierdas han recuperado, con su voracidad habitual cuando se trata de la felicidad territorial.
Tarea modesta, la de los genuinos acomodadores consistía en conducir al espectador de cine a su sillón. En las salas de ciudad llevaban uniforme, recibían propinas y bajaban el asiento a las señoras. En las de pueblo, combatían el frío con abrigos, recibían de vez en cuando un empellón y ponían en la calle a los que no iban a ver el espectáculo sino a darlo. Uno de los acomodadores de mi pueblo, apodado Lucecita por razones evidentes, exigía a las parejas reportarse antes de proceder a la expulsión: «Rapaces, carallo, non poñerse de a cabalo».
Desaparecidos los acomodadores, su primer imitador fue aquel inefable Ibarretxe, que quiso llevar a los vascos al máximo confort territorial y a punto estuvo de conducirlos al desastre. Tal que un decorador, Ibarretxe vivía obsesionado con que los vascos del Estado español (decir España era anatema) vivieran identitariamente cómodos, pretensión a la que pronto se unió, pensando en los catalanes, Maragall. La política se transformó entonces -fueron los tiempos de dos de los mayores disparates de los treinta últimos años: el plan Ibarretxe y el Estatuto catalán- en una mística para manipular sentimientos colectivos y no en una actividad profana consistente en resolver problemas reales del pueblo en lugar de creárselos de forma artificial.
Se anota ahora Pachi Vázquez a una de las mayores ceremonias actuales de la confusión -la de ese federalismo sobre el que tantos se pronuncian sin saber de lo que hablan- y, tras proclamar que Galicia está cómoda en el Estado autonómico, cree que lo estaría también en uno federal.
Es sorprendente, desde luego, que quien no es siquiera el candidato más votado por los socialistas ourensanos hable con tanto desparpajo en nombre de todos los gallegos. Pero lo es aún más su capacidad para asumir la retórica y reivindicaciones de los nacionalistas (identidad, lengua o estatuto), asuntos que es dudoso preocupen a las decenas de miles de gallegos que no pueden permitirse tales lujos: los que no tienen trabajo, no llegan fácilmente a fin de mes, han cerrado su empresa o su negocio o han estudiado y deben emigrar. No creo tampoco que a los votantes socialistas les quite el sueño la cansina cuestión territorial. Pero si el PSdeG se une al empeño del Bloque y del beirismo quizá algún día pase aquí lo que ya acontece por desgracia en Cataluña: que cientos de miles de habitantes de un país al que el nacionalismo ha dejado en bancarrota vibran con el desatino de ser un nuevo Estado.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 30/9/12