La oposición en el laberinto

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La derecha se mueve entre la indignación, la impotencia y el catastrofismo ante la provocación de un Sánchez crecido

EN una democracia normal, en una política normal, en un país normal, un jefe del Gobierno que se entrega al delirio de reformar el Código Penal para eliminar los delitos que sus socios han cometido estaría asomándose al precipicio, o más bien dando el paso definitivo hacia el suicidio político. En España, donde la normalidad constituye una especie de anacronismo, hay razones para considerar dudoso que este insólito acelerón legislativo le cueste al presidente un descalabro en los próximos comicios. Un hombre tan pendiente de la temperatura demoscópica no emprendería semejante camino si no entreviese en él serias posibilidades de obtener resultados positivos, o al menos de poder esquivar el castigo electoral que en lógica tendría merecido. Y no sólo porque conoce la potencia de su descomunal aparato propagandístico sino porque es consciente de que su alarde de atrevimiento y chulería, ese arrogante «sujétame el cubata» con que se muestra dispuesto a despejar cualquier duda sobre su confianza en sí mismo, ha dejado al adversario en un estado de perplejidad y aturdimiento laberíntico que le impide encontrar el tono preciso para dar réplica al desafío. En este momento la derecha, dividida entre el abatimiento y el catastrofismo, no acaba de digerir la frustración que le produce el descaro de un Sánchez arriscado, crecido, ciegamente resuelto a seguir su instinto y salir en tromba mediante un salto cualitativo por encima de todo tipo de convenciones y prejuicios.

Esa ofensiva relámpago, que reduce las leyes del llamado ‘bloque constitucional’ a mero papel mojado, ha tomado por sorpresa a un PP estupefacto, bloqueado ante la magnitud y la gravedad de una provocación cuyo alcance no atisbaba en el más pesimista de sus escenarios. La indignación de su electorado, que exige respuestas inmediatas y contundentes, rebota contra Feijóo en forma de dudas prematuras sobre su liderazgo, un efecto que formaba parte de los cálculos de la maniobra gubernamental pero que al dirigente gallego ha pillado a trasmano: de repente empieza a ver proyectada a su alrededor la peligrosa sombra del ‘síndrome Casado’, la sensación de falta de cuajo, el titubeo del novato. La reclamación de elecciones no puede considerarse una solución estratégica y la renuncia a una moción de censura extiende la sospecha de que tiene miedo a perderla; no en el sentido aritmético, descontado por la endeble correlación de fuerzas, sino en el de su propia capacidad dialéctica para desmontar el ventajismo de la izquierda. El puesto de jefe de la oposición –sobre todo si no está en el Congreso– conlleva la necesidad de asumir una cierta impotencia pero en situaciones de esta clase muchos votantes no aceptan la espera como receta. La polarización sanchista puede lograr así una eficacia perversa: hacer que los problemas desgasten más al que los sufre que al que los crea.