Mayte Alcaraz-El Debate
  • Sánchez no sabe defenderse más allá de sacar a la ultraderecha, su bla, bla, bla, y buscarse un pulso con Trump a cuenta del gasto en defensa

Hoy Koldo y Ábalos están citados a declarar en el Tribunal Supremo. El día 30 lo hará Santos Cerdán. De lo que este trío apoderado del cante decida cantarle/contarle al magistrado Leopoldo Puente depende el tenebroso futuro del jefe de Gobierno de la cuarta economía europea. Cuando dicen sus adláteres que solo depende de sus socios, mienten, porque su futuro está ligado irremediablemente a las ganas que tengan sus colegas de tirar de la manta y darle al play. Por eso Sánchez no sabe defenderse más allá de sacar a la ultraderecha, su bla, bla, bla, y buscarse un pulso con Trump a cuenta del gasto en defensa, como hizo ayer en su comparecencia desde Moncloa, y hará mañana y pasado en la cumbre de la OTAN en La Haya. Cualquier cosa que le permita virar el foco y tomar oxígeno. Pero la regla número uno para defenderse es saber de qué se defiende uno. Y Sánchez, que es consciente de todo lo malo que ha hecho, desconoce cuántas de esas fechorías las tienen documentadas informáticamente los integrantes del trío del Peugeot. Luego el cuarto pasajero está al albur de los otros tres.

Por el momento el presidente ha constatado, como nosotros, que el portero de burdeles grabó hasta al señor que le traía los paquetes de Amazon. Incluso tiene más certezas: que su mano derecha José Luis Ábalos también ha registrado sus conversaciones con él en la Moncloa, grabaciones trasladadas a una memoria informática que intentó ocultar en el vaquero de una actriz porno. Es decir, dado el grado de inmoralidad que gasta el inquilino de Moncloa cualquiera de sus comentarios, conductas o secretos pueden ser usados como estrategia de defensa por los tres tenores o de algo peor. Si echamos la imaginación a volar el catálogo de asuntos es inabordable: el menosprecio al Rey Felipe VI, las razones de su claudicación con Marruecos, los negocios en Venezuela, las cesiones a Puigdemont, el blanqueamiento de Bildu, la conexión Air Europa-Begoña, el hermano monódico, sus propios ministros… Desde una personalidad patológicamente narcisista sin límites éticos cabe aguardar desde indiscreciones hasta confesiones abiertamente delictivas.

Conque el razonamiento parece claro: si Pedro Sánchez fuera un cauteloso gobernante, con alto sentido de la responsabilidad y del decoro, es evidente que sus subordinados no tendrían la más mínima tentación de intervenir sus charlas privadas; seguramente ni siquiera habrían tenido motivo ni necesidad de grabarlas. Pero como no es así sino todo lo contrario, Su Sanchidad está atrincherado: sus tres estrechos compañeros pueden hacerse un «Aldama» y, primero reconocer los delitos, y luego aportar a la Fiscalía Anticorrupción pruebas —tienen que ser contundentes, irrefutables y novedosas (he aquí la clave)— para que el fiscal Luzón se plantee pedir una rebaja de condenas para los procesados. Los dos exsecretarios de Organización del PSOE se juegan penas de prisión de hasta veinte años, así que todo les aboca a intentar aminorar esas negras perspectivas.

Sánchez se ha construido un búnker con el muro. Y allí sigue sentado sobre un barril repleto de pólvora que puede estallar en cualquier momento. Como aperitivo antes de su viaje a la cumbre de la Alianza Atlántica, ayer volvió a hacer un aló presidente y vendió el acuerdo con Rutte para que España destine a defensa un 2,1 % del PIB, y no un 5 % como exige Trump. Viajará a Países Bajos a intentar que un eventual enfrentamiento con el presidente norteamericano, hoy en guerra abierta contra Irán, le proporcione otro relato con sus socios y su parroquia antiamericana; aguarda también, sabiendo de antemano el resultado, que su ministro en la sombra Conde-Pumpido declare en unos días constitucional la ley de amnistía, pero su futuro inmediato está en el Supremo y en manos de tres presuntos delincuentes con los que hizo 40.000 kilómetros, a pesar de lo cual nunca habló con ellos de mordidas, de prostitutas y de pucherazos en las primarias. Creo que el tema de conversación basculó siempre entre Schopenhauer y la genética del antienvejecimiento femenino. Tema este último en el que Ábalos mostró mucho interés.

El poder es la última barrera de Sánchez. Necesita aferrarse a su cargo para seguir contando con los recursos defensivos que le ofrece el aparato del Estado: desde la Abogacía oficial hasta la Fiscalía General y el TC. Por eso quiere quedarse. Pero su salida depende de tres chorizos a los que tiene atado su cuello político y personal. Lo de la OTAN de ayer era solo para distraernos.