- Los socios han aprovechado la cumbre de Washington para reunirse extraoficialmente con personas cercanas al republicano ante la posibilidad de que vuelva a gobernar EEUU.
La cumbre de la OTAN que tuvo lugar en Washington pocos días antes del atentado contra Donald Trump estuvo copada por tres frentes: China, Ucrania… y un posible segundo mandato del empresario neoyorquino. Y no necesariamente en ese orden.
Tras el debate presidencial que sumió al Partido Demócrata en una crisis interna que no hace más que agravarse, y con las encuestas mostrando un Joe Biden en caída libre, fueron legión los socios de la alianza atlántica que decidieron utilizar la cumbre para acercarse al círculo de Trump con una doble misión.
Tantear, en primer lugar, cuáles son sus verdaderas intenciones en lo que a política exterior se refiere. Y, en segundo lugar, tratar de tender puentes para minimizar, en un futuro, los conflictos diplomáticos que puedan llegar a surgir en el seno de la organización.
De momento, y que se sepa, no existe una respuesta clara a la primera cuestión. Durante su primer mandato Trump ya amagó con abandonar la OTAN durante una reunión con el resto de socios y según John Bolton, que fue su tercer consejero de seguridad nacional, el expresidente sigue planteándose la salida.
Una tesis que a ojos de algunos vendría avalada por la elección del senador J.D. Vance, un tipo muy crítico con los postulados atlantistas, como futuro vicepresidente del país si Trump sale elegido. Otros asesores, en cambio, desmienten este extremo y dicen que el expresidente sólo busca que los europeos se impliquen más.
A ese respecto, Trump ha repetido hasta la saciedad que no honrará el Artículo 5 de la alianza (el que determina que el ataque a uno de sus miembros se entenderá como un ataque a todos) cuando el afectado no cumpla con el compromiso de gastar el 2% de su PIB en Defensa.
Un compromiso que, no obstante, tras la invasión rusa de Ucrania, no sólo cuenta con el aval de la mayoría de socios sino que, incluso, en algunas capitales europeas sabe a poco (los polacos, que dedican actualmente más del 4% de su PIB a gasto militar, creen que el mínimo debería situarse en el 3%). Por lo tanto, no debería suponer un gran hándicap salvo para aquellos países que, como España, todavía no cumplen con lo acordado.
En cuanto a la segunda misión, responde al convencimiento de la diplomacia europea (que ya tuvo la oportunidad de lidiar con Trump durante cuatro años y llega con la lección aprendida) de que uno se gana al expresidente en las distancias cortas. De que es un tipo, en fin, que otorga bastante importancia a sus filias y fobias personales.
Dicho de otro modo: si le caes en gracia, tienes mucho ganado. De ahí que cualquier persona próxima al Donald recibiese invitaciones para desayunar, comer o cenar con tal o cual embajador, ministro o incluso primer ministro de tal o cual país europeo durante los días de la cumbre.
«La retórica de Stoltenberg certifica lo ya sabido: Occidente ha asumido que las dinámicas del presente son de guerra fría»
Algunos de esos acercamientos tan a la desesperada no han sentado particularmente bien en la Casa Blanca.
Primero, por lo que implican: la sensación de que la suerte, con Biden, está echada. Y luego, por el hecho de que algunos fueron ordenados por gobiernos de tinte progresista que, en teoría, deberían estar apoyando al Partido Demócrata en su campaña contra Trump. No validándole. Una crítica ante la cual muchos representantes respondieron «realpolitik, amigo» mientras se encogían de hombros.
Porque esa fue la gran sombra que sobrevoló el encuentro de la OTAN: la cantidad de cosas que hay en juego en el tablero geopolítico y la cantidad de escenarios, a cada cual peor, que pueden asomar durante el próximo lustro en África, Asia y, por descontado, en Europa.
Fue precisamente el viejo continente, y concretamente Ucrania, quien acaparó buena parte de las declaraciones, promesas y, por ende, titulares de la cumbre.
A Volodímir Zelenski, torpemente presentado como «presidente Putin» por Biden en una rueda de prensa que pretendía despejar dudas sobre su estado cognitivo, se le garantizó un paquete armamentístico valorado en 225 millones de dólares.
Al líder ucraniano también se le prometieron futuras ayudas valoradas en miles de millones de dólares para el 2025. Y lo más importante: se le comunicó que la admisión de Ucrania en la OTAN es un proceso «irreversible» (aunque habrá que ver cuán irreversible demuestra ser ese proceso con Trump al mando y Vance ejerciendo de mano derecha).
Como de costumbre, no es todo lo que el líder ucraniano esperaba recibir. Pero es menos que nada. Ahora se trata, dijo Zelenski, de que llegue a tiempo. O sea: cuanto antes.
En ese contexto, el europeo, también hubo que enmarcar las declaraciones de quien pronto dejará de ser secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, sobre China.
Al ser preguntado por unas maniobras militares en Bielorrusia, no muy lejos de la frontera polaca, en las que ha participado el gigante asiático, Stoltenberg respondió acusando al gobierno de Pekín de ser un «propiciador decisivo» en la invasión de Ucrania. Lo cual, añadió, no debería sorprender a nadie a estas alturas de partido dado que «los regímenes autoritarios se están alineando cada vez más». Y, ya que estaba, aprovechó para acusar a Xi Jinping de oprimir a su propia gente desatando un enfado superlativo en los cuarteles del Partido Comunista Chino.
La retórica de Stoltenberg, que muy probablemente será replicada por el holandés Mark Rutte cuando le suceda en el puesto, certifica lo ya sabido: Occidente ha asumido que las dinámicas del presente son de guerra fría. Unas dinámicas que sin embargo generan mucha incomodidad entre aquellos socios atlantistas que, como Turquía, no desean regresar a un mundo bipolar y harán todo lo posible por esquivarlo. O incluso, si está en su mano, por evitarlo.