IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Mañueco y el propio Sánchez son espejos donde Feijóo puede mirarse para comprender que gobernar con Vox no será fácil

Para gobernar en solitario, el PP tendría que aproximarse a los 150 escaños, o al menos no bajar de los 140, y en términos de voto superar con cierta holgura el 30 por ciento. Con esa facturación, no inalcanzable pero a la que en este momento no llega en casi ningún sondeo, estaría en condiciones de reclamar el apoyo de Vox sin entregarle la correspondiente cuota de ministerios. Para evitar del todo la dependencia del partido de Abascal, en cambio, sencillamente no tiene remedio porque el rival a su derecha cuenta con un respaldo social lo bastante robusto como para mantener un suelo respetable en el peor de los supuestos. De ahí que Feijóo esté tratando de crecer por su flanco izquierdo, absorbiendo el voto huérfano de Cs y lanzando el anzuelo a los socialistas descontentos. Pero él y todo el mundo saben que alguna fórmula de alianza será una condición indispensable para que se produzca el vuelco. Y por supuesto lo sabe Sánchez, que piensa jugar a fondo la baza del miedo aunque en Madrid y Andalucía no tuviera éxito.

La relación entre ambas fuerzas se va a tensar a medida que la campaña avance. En las municipales, los populares podrán eludir las coaliciones en muchos casos porque la ley permite que el candidato que gane, si no hay mayoría en contra, obtenga de forma automática la vara de alcalde. Aun así es muy probable que en algunas autonomías o ciudades se produzcan pactos que el electorado de uno y otro partido considera normales. El verdadero problema llegará más tarde, cuando el desalojo de Frankenstein exija el acuerdo como requisito terminante –siempre, claro está, que los números cuadren– y la experiencia actual del PSOE con Podemos levante en la calle Génova reticencias desagradables, con Castilla y León como espejo propio, aunque en miniatura, en el que mirarse para comprender que la cohabitación no resultará en absoluto fácil.

La apuesta estratégica de Feijóo parece idéntica a la de Juanma Moreno: confrontar al máximo y apelar a los votantes moderados para impedir que Vox le ate las manos. Luego ya se vería el grado de colaboración en función de los resultados. Tiene lógica siempre que sea capaz de mostrar liderazgo en asuntos como la regeneración institucional y no caiga en las trampas que los adversarios le van a tender por ambos lados, como acaba de ocurrir en el enredo del aborto urdido por el vicepresidente castellano. El mensaje diferencial se entendería mejor si, por ejemplo, forzase el cese de García-Gallardo, no por cuestiones ideológicas sino por desafiar y puentear a su jefe inmediato. Si dos formaciones van a compartir el poder, es menester que los ciudadanos sepan quién está al mando. Y ésta es una ocasión de demostrarlo y de marcar distancias de paso con la vergonzosa supeditación de Sánchez a sus aliados. Los pulsos en política no los gana el más fuerte sino que los pierde el más timorato.