LUIS VENTOSO – ABC – 06/03/16
· ¿Qué opinarán las familias de sus muertos viéndolo salir rozagante a la calle?.
España. País extraño. Se crea una ley para reabrir crímenes de hace ochenta años, cuyos protagonistas ya no existen, y se perdonan los asesinatos salvajes cometidos anteayer en pleno sistema de libertades. Nos conmovemos con las muertes de cualquier serial policíaco anglosajón, o con el crimen de «Mystic River», pero carecemos de empatía con las ausencias de familias españolas, lesionadas para siempre por una violencia real de secuelas perennes.
Hoy en día, 59 años es una edad productiva y disfrutable. Manuel Broseta tenía 59 y había vuelto a Valencia para ejercer su cátedra de Derecho y trabajar como consejero en varias empresas. Antes había sido uno de los muchos españoles que se implicaron en la intrahistoria que nos trajo la democracia. Broseta se enroló en la UCD y llegó a secretario de Estado. Cuando la UCD se evaporó, dejo la política y volvió a lo suyo. A las 10,20 de una mañana de enero de 1992, el año de la Expo y los fastos olímpicos, ya había dado una clase en Derecho y se dirigía al banco a seguir trabajando. Nunca llegó. Cruzaba unos jardines cuando un hombre, Urrusolo Sistiaga, pistolero de ETA frío y hábil, e Idoia López Riaño le dispararon un tiro en la nuca que salió por su frente. Cayó muerto al instante sobre un charco de sangre, con su abrigo verde y su pantalón gris. Estoy seguro que no pasa un solo día sin que sus familiares recuerden aquello.
Un año antes, Urrusulo intentó volar con un coche bomba el cuartel de la Guardia Civil de Muchamiel, un pueblo de 10.000 vecinos a nueve kilómetros de Alicante. Al ver el vehículo mal aparcado, la grúa de la Policía Municipal se lo llevó al descampado que hacía de depósito. Allí estalló y mató al conductor de la grúa, Francisco Cebrián, de cuarenta años, y a dos agentes municipales: José Luis Jiménez, de veintiocho años, y Victor Puerta, de veinticinco. Dudo que sus familias ya no sufran por aquello.
Urrusolo fue condenado a diecinueve años de cárcel por dos secuestros y nueve asesinatos, aunque se le relaciona con dieciséis. Estoy firmemente en contra de la pena de muerte. Pero con idéntica energía rechazo una Justicia en la que privar a alguien de lo más valioso que tiene, su vida, se paga solo con dos años de cárcel por muerto.
Urrusolo acaba de salir de prisión en calidad de arrepentido. Luce un aspecto estupendo y es un año más joven de lo que era Broseta cuando lo mató. Este fin de semana, Urrusolo Sistiaga, que nunca titubeo poniendo bombas en los bajos de los coches para hacer pedazos a las personas, que fue un maestro de la aproximación a traición y el tiro en la nuca, estará dándose un buen paseo por el campo, o tomándose un chacolí en alguna terraza. Un tiempo nuevo.
Pablo Iglesias, un político de una moral repulsiva, muestra en todo momento más comprensión con los verdugos que con sus víctimas. En el País Vasco se va reescribiendo sutilmente la historia, con fino tacto. Familias olvidadas siguen masticando dolor, sedantes y el estigma del diferente. Otegi, en un lacerante oxímoron, es al tiempo un jefe de ETA y un «hombre de paz». Urrusulo disfruta mientras sus muertos son borrados de la memoria. Los intelectuales no hablan de estas cosas, no vaya a ser. A veces duele ser español.
LUIS VENTOSO – ABC – 06/03/16