En un reciente artículo de opinión publicado en este diario, Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política e investigador académico, señala como causa y comienzo de lo que califica de «degradación iliberal» de la democracia española la decisión de convocar las elecciones generales en el momento de la sentencia del Tribunal Supremo sobre los líderes catalanes y el hecho de haber elegido la identidad nacional como el tema central de confrontación. Un gran error que, entre otras cosas, hizo crecer electoralmente al nacionalpopulismo.
Cierta la consecuencia, sin duda, pero un tanto extraño el razonamiento. Porque el admirado filósofo supone, por un lado, que se pudo elegir libremente la fecha de las elecciones, lo cual no es exacto. Y, sobre todo, porque implícitamente asume que era factible que el debate electoral y de fondo no se centrara en el asunto nacional español, a pesar de que era y es el asunto más relevante para el presente y el futuro del país y, sobre todo, uno de los que más pasiones levanta.
¿De verdad cree que una sociedad más o menos normal, que había experimentado en los últimos años un intento de secesión unilateral por vías de hecho de una sus regiones más importantes, hubiera podido dejar de hablar de ello en el debate electoral? ¿Cree que la opción entre la supervivencia de España como hoy la conocemos o su ruptura en varios estados independientes puede de alguna forma dejar de ser un tema que atraiga la atención del común español y de su sistema político? Y, suponiendo que la política hubiera podido sustraer al debate público un tema tan acuciante como ese, ¿no cree que tal sustracción hubiera sido más bien una prueba de una democracia defectuosa, de una democracia amputada?
Porque evitar el debate sobre lo que preocupa a los demás no es precisamente un modelo de democracia deliberativa, ni de democracia seria. Cierto, hay algunos temas muy complejos o muy sensibles sobre los que en ocasiones la política pragmática traza un círculo para aislarlos del debate, y bien está que así sea. Pero el intento unilateral de independencia de Cataluña, hecho en la calle y a golpe de multitud, televisado en directo, no era ni es de esos. Digo yo.
Parece, por tanto, que el hecho de que el debate «se nacionalizase» y la unidad del país se convirtiera en tema estrella no fue fruto de la decisión de élite o partido alguno, sino una sencilla consecuencia de algo más básico: es un asunto que preocupa, y mucho. A los extremistas de uno y otro lado, claro, pero también a los centristas y a los moderados. No ha sido Vox ni ha sido Ciudadanos. El asunto se ha puesto de actualidad por sí mismo desde que el soberanismo catalán lo lanzó al estrellato de la preocupación de muchos. Los extremismos españolistas no son sino una consecuencia reactiva más que predecible de un intento unilateral de romper la unidad de su nación que se hizo además con una fuerte carga de agresividad y desprecio culturalistas. Ese es el orden lógico de la sucesión de eventos, no el contrario. Y es conveniente tenerlo en cuenta si se quiere darle un tratamiento paliativo al asunto catalán: distinguir lo que son causas de lo que resultan consecuencias.
Ahora bien, yendo más allá, he de confesar que lo que más me sorprende del artículo es la incoherencia que revela en la figura pública que lo suscribe (a quien insisto que admiro profundamente por el valor de su reflexión). Porque Innerarity, aparte de académico, es político práctico, es miembro del PNV (ha sido de su asamblea nacional) y es su candidato en las elecciones navarras de manera repetida. Vamos, que con todo el derecho y la razón es un nacionalista vasco activo. Pues bien, reprochar a un sistema político como el español el hecho de que haya puesto la nación en el centro del debate es una crítica que puedo entender en un socialista, un anarquista o un liberal, por ejemplo, pero que me llena de pasmo cuando se la escucho a un nacionalista. Porque, sencillamente expuesto, el nacionalismo no consiste en otra cosa sino en poner a la nación (la propia) en el centro de la acción política, no ya en estas o aquellas elecciones, sino de manera constante y esencial. Para el nacionalismo, y en nuestro caso para el PNV, la nación es el centro de atención y el eje que dirige siempre el comportamiento del político nacionalista.
¿Cómo puede entonces un político nacionalista reprochar al sistema político español que haya puesto en el eje del debate, de su debate, a su nación española en crisis? Si el tema nacional es el que condiciona a todos los demás, ¿no sería lo más normal que así fuera desde el punto de vista del político filósofo nacionalista? ¿Por qué razón lo que en un caso se asume como lógico y obligado en el otro resulta un error y un dislate? Incoherencia se llama esta figura. O algo de la paja y la viga.
¿O se llama además «supremacismo»? ¿No habría algo de superioridad implícita y de desdén explícito en ese ponerse por encima del nacionalismo ajeno considerándolo un error precisamente… porque es español? Pues resulta que es un elemento esencial del nacionalismo vasco el de negar la condición nacional a ese artefacto estatal mal construido (y ahora en trance de degradación, se dice) que se llama a sí mismo España. De manera que, ahora sí, la aparente incoherencia no sería sino recto discurrir: nosotros podemos ser nacionalistas y tener en el centro de nuestra acción política a la identidad nacional… porque tenemos una nación «buena» que forma un ‘oasis’. Vosotros, en cambio, no podéis centraros en ella porque no tenéis una nación bien hecha, tenéis como mucho un Estado en declive que va camino de ingresar en el club de Visegrado, el de las democracias iliberales que restringen los derechos de sus ciudadanos. Una charca. Así que más os convendría hablar de otra cosa y no de su unidad. Pues bueno..