ABC – 26/02/16 – IGNACIO CAMACHO
· La contradicción exprés no es problema menor en el ámbito político, donde la palabra tiene valor de contrato moral.
«Siento esta noche heridas de muerte las palabras» (Rafael Alberti)
Entre las virtudes regeneradoras que ha traído la llamada «nueva política» no están por el momento la sinceridad ni la coherencia. Los líderes de los nuevos partidos pueden presumir de estar limpios de sospechas de corrupción –aunque algunos ya tengan en su corto historial varios asuntillos de financiación opaca a cargo de regímenes totalitarios– y exentos del pecado original de haber gobernado, pero en escasos dos meses han incurrido en flagrante contradicción con sus propios discursos.
No es problema menor en un ámbito de actividad cuya principal herramienta es la palabra, que funciona en política como una suerte de contrato moral. Cualquier persona tiene derecho a cambiar de opinión, pero hacerlo a velocidad exprés y de forma diametral sugiere una mentalidad veleidosa, inconsistente o poco estructurada en el más benévolo de los casos. Esto es, descartando que los bandazos obedezcan a un reversible cinismo pragmático.
Las hemerotecas, las videotecas y el timeline de las redes sociales están saturados de declaraciones en que Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez negaban con solemne firmeza cualquier posibilidad de buscar los pactos que finalmente han propuesto o aceptado. No fue hace años, sino en la campaña electoral y aun después: en términos de memoria, ayer por la mañana. Los adversarios denostados por su derechismo, su populismo y hasta su machismo se han convertido de repente en respetables socios o interlocutores; quienes anunciaban su abstención la truecan en un sí fervoroso y los que rechazaban el poder si no era bajo su liderazgo se ofrecen como ministros aunque sea de Marina.
Se sabía que en política «jamás» significa «por ahora», pero ha llegado el día en que «no» significa «sí», y eso ya entra en el arbitrario mundo semántico de Humpty Dumpty. A Rajoy le costó bien caro subir los impuestos después de haber prometido bajarlos. Y así debe ser salvo que demos por bueno que, como decía Mitterrand, las promesas electorales sólo obligan a quienes se las crean.
Se supone que la pérdida de credibilidad era una de las lacras del sistema que necesitaba ser depurado, pero los recién llegados cuentan con inmunidad de serie para su tornadizo desparpajo. Tienen bula porque han sido elegidos como catalizadores de un desengaño. Son intangibles. Sus simpatizantes les conceden un privilegio exonerativo y no están dispuestos a revocárselo para no rectificarse tan pronto a sí mismos. La novedad les concede el aura de un estado de gracia y una insólita prerrogativa para la turbor rectificación sin reproches. No mienten ni se desdicen: se adaptan. Y en las próximas elecciones, si las hay, quedarán libres de penalización porque aún encarnan la candorosa representación de una sugestión colectiva. La de la beatificación del cambio.
ABC – 26/02/16 – IGNACIO CAMACHO