Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

Fue la izquierda comunista la que decidió apoyar a Putin y los ayatolás, a Hamás y Hezbolah

Un gesto de Elon Musk en la toma de posesión de Donald Trump ha provocado una reacción en masa de sus detractores que se habría considerado ejemplo de histeria y paranoia en una época menos desquiciada. Como es sabido, Musk levantó el brazo derecho con la palma de la mano hacia abajo en un gesto -no sé si provocador o espontáneo, ni me importa- que han juzgado prueba de nazismo. Millones de personas lo usan a diario para llamar a un taxi, indicar la altura de algo o simplemente saludar, sin que nadie piense prima facie que sea prueba de nazismo. Una vez más, los Monty Python se anticiparon en la hilarante escena de La vida de Brian donde un pobre hombre va a ser lapidado por blasfemo porque dijo a su mujer: “¡ese bacalao es digno del mismo Jehová!”

¿Será Trump criptocomunista?

Si los gestos hubiera que leerlos así, la imagen de Donald Trump puño en alto después de que le dispararan, que dio la vuelta al mundo en segundos, sería prueba de escondido criptocomunismo. Pero ¡ay!, la paleoizquierda y el mester de progresía compañero de viaje piensan de modo muy diferente: puño y palma son incomparables. Un comunista levantando el puño simboliza el progreso a la utopía y la fraternidad universal, pero Musk levantando la palma invertida homenajea al nazismo. Para ellos, el puño comunista merece aplausos, mientras la palma abajo es abominación. Sin embargo, el puño en alto es símbolo de decenas de millones de asesinatos deliberados, incluyendo genocidios como el Holodomor ucraniano de Stalin y el de la cuarta parte de Camboya por los jemeres rojos de Pol Pot: ¿es que esas muertes sí eran necesarias, a diferencia de las nazis? ¿debemos aplaudirlas?

La red de Musk, porque se la compró, ha perdido un número elevado de cuentas activas debido a que los woke-progresistas son mucho más activistas y predicadores que nadie. Quizás ahora X pueda cerrarlas tranquilamente por inactividad

En la histeria de esta reacción sobreactuada confluyen –no hay revolución sin confluencia es el lema woke izquierdista- varios propósitos: uno, atacar al odiado Elon Musk, símbolo y pope de la llamada tecno-oligarquía; dos, reivindicar el puño comunista frente a la palma abajo fascista; tres, redibujar la frontera entre totalitarismo comunista y nazi-fascista que ellos mismos han borrado manipulando la historia.

La mano de Musk provocó la segunda emigración en masa de la red X, incluyendo la de medios prestigiosos como Le Monde, aspirantes como El Mundo Today y ministros como Yolanda Díaz y Urtasun, además de cientos de mindundis que quieren ser reina por un día. Esta vez, la red de Musk, porque se la compró, ha perdido un número elevado de cuentas activas debido a que los woke-progresistas son mucho más activistas y predicadores que nadie. Quizás ahora X pueda cerrarlas tranquilamente por inactividad, y acaso esa sea otra intención oculta de la huida. En cuanto a la calidad del debate, ha mejorado con su fuga. Esperemos que sea definitiva.

Trump no ha tenido inconveniente en cambiar de opinión sobre TikTok después de que Biden la cerrara: alguien le ha explicado que la economía digital, en la que Estados Unidos reina casi en solitario con China a la zaga -¡ay Europa, que no has querido!-, no funciona con censura ideológica

El afán por degradar a tecno-oligarquía a los grandes empresarios de la industria digital es posterior a la derogación de la censura ideológica woke-progresista que, como Zuckerberg ha reconocido con sincero oportunismo para ser aceptado por Trump, practicaban la mayoría. El insulto supera lo grotesco cuando viene de periodistas paniaguados de Prisa y grupos mantenidos con publicidad y subvenciones a cambio de servilismo político. Manifiesta otra desgracia para la teoría comunista del mundo: la irrupción de un sector que saben manipular pero ni previeron ni quieren, las empresas de comunicación en internet y la libre competencia digital.

Todas las dictaduras que pueden, como la china, rusa e iraní, bloquean el acceso de sus vasallos a las redes sociales porque sus contenidos son incontrolables y no pueden ser neutralizados con toneladas de propaganda tóxica, como ha descubierto la paleoizquierda en indignada retirada de X. Es el desprecio de la zorra por las uvas que no puede alcanzar: están verdes. En cambio, Trump no ha tenido inconveniente en cambiar de opinión sobre TikTok después de que Biden la cerrara: alguien le ha explicado que la economía digital, en la que Estados Unidos reina casi en solitario con China a la zaga -¡ay Europa, que no has querido!-, no funciona con censura ideológica. Al menos ahora que el woke-progresismo se desmorona en redes e industria, con vergonzosas fugas como la de Disney.

Las redes sociales han hecho dos favores a la democracia liberal: desarrollar una economía completamente nueva y abrir la comunicación a la competencia y el diálogo, acabando con el monopolio y verticalidad de la vieja prensa y radiotelevisión. La queja que mejor retrata este cambio histórico es la hipócrita de Le Monde: nos vamos de X porque no es posible debatir. Lo que quieren decir es que les llevan la contraria, les ponen notas de comunidad y hasta se ríen de ellos. La paleoizquierda y el wokismo querían reducir la libertad de expresión a monopolio del discurso, y han fracasado. Se acabó, aunque seguirán la guerra al pluralismo, la verdad de los hechos y la libertad de ideas desde sus búnkeres en la academia, la comunicación y la industria cultural protegida por los gobiernos.

¿Alguien ha dicho Hitler?

Acusar a Elon Musk de filonazismo es también otra manera de reivindicarse tras la enorme confusión que ellos mismos introdujeron en la historia, trastornada en “memoria histórica”. Ciertamente, cuando la líder de AfD dice que Hitler era comunista sabe que es falso, pero se limita a usar una tinta de calamar que no ha inventado ella. Lo malo es que en una generación ignorante del ABC histórico gracias a la pedagogía woke estas trolas causan impacto. Fue sin embargo la izquierda comunista la que decidió apoyar a Putin y los ayatolás, a Hamás y Hezbolah, si ello perjudicaba a la democracia liberal y desestabilizaba occidente.

La confluencia de comunistas, neonazis, fundamentalistas religiosos y otros lunáticos en la coalición roji-parda pro Putin ha tenido el efecto inevitable que tampoco quisieron ver: borrar las diferencias entre comunismo y nazismo, sendos movimientos genocidas emparentados por un totalitarismo común. Lo gracioso es que los mismos que pretendían prohibir toda comparación con el nazismo invocando la “Ley de Godwin” sean ahora los que más sacan a pasear a Hitler para descalificar.

Uno no está nada convencido de las ideas políticas de Musk y Trump va dejando claro que lo suyo mezcla el nacionalismo económico con el globalismo político unilateral basado en el desprecio a pobres, débiles y perdedores, pero eso no cambia las ideas, objetivos y alianzas de quienes se van de X porque han fracasado en el intento de controlar Twitter y lo demás. Ellos son el verdadero peligro, y cuidado, traman el desquite: Sánchez ha amenazado en Davos a las redes sociales; ¿intentará prohibir X?