La reciente visita de un grupo de eurodiputados a Cataluña para analizar la inmersión lingüística que impone el Govern se ha saldado con la constatación de una realidad que a nadie se le escapa por mucho que los que la imponen para la consecución de sus objetivos políticos la nieguen y los paniaguados que necesitan sus votos o están acomplejados hagan la vista gorda o disimulen: el catalán no está en peligro en Cataluña, la Generalitat impone con mano de hierro el sistema educativo monolingüe, los ciudadanos tienen que ir ellos mismos a la Justicia para conseguir que sus hijos puedan estudiar en castellano (lengua común y oficial tanto en Cataluña como en el conjunto del Estado) y las autoridades desprecian e ignoran las sentencias judiciales favorables a quienes pretenden que se respete el derecho constitucional de sus hijos. O sea, lo que ciudadanos, entidades sociales y determinados partidos políticos llevan denunciando décadas: una política lingüística de imposición que vulnera derechos ciudadanos, ataca las libertades individuales y perjudica la educación de los jóvenes; una política lingüística ideada y puesta en marcha para la construcción nacional y la independencia de Cataluña. Y los responsables de semejante atropello son los que han gobernado Cataluña desde el inicio de la democracia… y los gobiernos centrales que han permitido, validado o fomentado sus disparates.
El Informe PISA, por su parte, que analiza la capacidad de los jóvenes de 15 años para resolver problemas complejos, disponer de pensamiento crítico y comunicarse correctamente, acaba de arrojarnos unos guarismos lamentables: los alumnos españoles caen en todas las áreas y logran los peores resultados de la historia en Ciencias y en Matemáticas. En nuestro particular mapa de los horrores autonómico, el País Vasco es, junto a Navarra y Cataluña, la comunidad autónoma que más ha retrocedido en los últimos diez años tanto en Matemáticas como en Ciencias y en Lectura. Somos la comunidad que peores resultados llevamos obteniendo desde 2012, y ello a pesar de que somos de las regiones más ricas y la que más invierte en educación, cosa que por cierto podemos hacer, entre otras cosas, porque somos tan progresistas y solidarios que nos aprovechamos de la sobrefinanciación que nos otorgan nuestros sacrosantos derechos históricos. El Informe PISA coincide con otras evaluaciones internacionales y autonómicas. Pueden ver los datos y deprimirse un rato entre turrón y turrón. Pero no es cuestión de ponerse dramáticos en Navidad: al menos sabemos euskera, aunque no lo usemos.
Una cosa es que quienes manejen habitualmente el euskera y sea esta su lengua materna estudien en euskera, otra cosa es que lo tenga que hacer la totalidad de la población, perjudicándose a sí misma y lastrando de ese modo su presente y su futuro
Hay razones diversas pero una de las cuestiones que lastra la educación de los jóvenes es que tengan que estudiar en una lengua que no es su lengua ni materna, ni familiar ni habitual, en lugar de hacerlo en la que habitualmente desarrollan su vida y el resto de sus actividades. El nacionalismo vasco, con la aquiescencia de la mayor parte de la sociedad y los partidos políticos, ha convertido a nuestros jóvenes en instrumentos para el impulso y el fomento del euskera, como si las personas fueran para las lenguas y no las lenguas para las personas. Una cosa es que quienes manejen habitualmente el euskera y sea esta su lengua materna estudien en euskera, otra cosa es que lo tenga que hacer la totalidad de la población, perjudicándose a sí misma y lastrando de ese modo su presente y su futuro. Las autoridades obvian que los derechos son de las personas, no de las lenguas. Y los resultados terminan siendo los que son: por un lado, el euskera no avanza en su uso porque en el mundo globalizado de hoy no puede avanzar más por mucho que se insista; por otro lado, y esto es lo dramático, el aprendizaje en una lengua que no dominan perjudica la formación de nuestros jóvenes.
El Gobierno Vasco de PNV y PSE sigue sin corregir la diabólica política lingüística que lastra la educación y, por lo tanto, el futuro de los más jóvenes. No solo no se corrige sino que se insiste en ella. Los nacionalistas que nos desgobiernan anteponen otras cuestiones a lo estrictamente educativo. La obsesión lingüística los ciega. La Ley de Educación aprobada la semana pasada en el Parlamento Vasco así lo atestigua: a falta de taza, taza y media lingüística para acentuar el despropósito. Poder estudiar en castellano va a seguir siendo un viacrucis o una quimera.
Las víctimas somos todos pero especialmente los jóvenes, los inmigrantes y los sectores en peor situación económica, esos que no pueden recurrir a las ya dadas por indispensables actividades extraescolares que compensen el deficiente sistema educativo que padecemos. O esos que no pueden pagarse un centro educativo privado para que sus hijos estudien en su lengua materna, a salvo de las obsesiones nacionalistas. Cuando insistimos en que el nacionalismo es profundamente reaccionario y no tiene nada de progresista, nos referimos a estas cuestiones, entre otras.
La sobreprotección de los padres
La educación en España tiene graves problemas y su resolución no es sencilla. Se debe invertir más y mejor y asegurar la mejor formación del profesorado, clave en esta historia. Se abusa de las pantallas y los dispositivos electrónicos, útiles en su justa medida y para determinadas cuestiones, pero claramente perjudiciales para la concentración y la lectura pausada que exige la formación académica. Por no hablar de la sobreprotección de los padres hacia los hijos (y del propio Estado hacia los ciudadanos, por cierto, tratados como adolescentes o seres incapaces de tomar decisiones libremente y, ay, equivocarse). Y como colofón, los políticos que nos desgobiernan, que están a sus cosas en lugar de estar a las cosas de todos y, de entre ellas, a la más importante: la de mejorar la educación de nuestros jóvenes.
Los gobernantes dicen que todo es responsabilidad de la pandemia, convertida en la excusa perfecta que explica todos los fracasos individuales y colectivos. Sin embargo, hay un factor que explica el fracaso educativo en el País Vasco y en otras comunidades autónomas que podría corregirse si hubiese voluntad política: la imposición lingüística nacionalista de la que casi todos son responsables. Es la pandemia, sí, la pandemia lingüística.